Se cuenta de cierto hombre que había sido condenado a muerte, a quien un amigo influyente visitó personalmente en la cárcel, pues eran antiguos conocidos, llevándole una carta de indulto, que pudo obtener del gobernador de su Estado con grandes esfuerzos.
Sin embargo, deseando asegurarse de la disposición en que se hallaba el reo para merecer su generosa oferta, le preguntó:
—Si fueras indultado y te vieras libre, ¿qué harías? —El hombre, mirando a su amigo con una expresión de odio, exclamó:
—Lo primero que haría sería ir a asesinar al juez que me condenó y a Mr. X que declaró en mi contra en el juicio.
Apenado el amigo por esta respuesta, habló poco más con él y al salir de la cárcel rompió el indulto que llevaba en su bolsillo. El hombre se había hecho a sí mismo indigno del perdón.