Recuerda que un hijo es un regalo de Dios. La más rica de las bendiciones. No trates de amoldarlo a imagen tuya o de tu padre, de tu hermano o tu vecino. Cada niño es individual y tiene que permitírsele ser el mismo. No aplastes el espíritu de tu hijo cuando el falla. Y nunca lo compares con otros que lo hayan sobrepasado. Recuerda que el enojo y la hostilidad son emociones naturales. Ayuda a tu hijo a encontrar una salida social aceptable para estos sentimientos normales o estos volverán hacia dentro y explotarán en forma de enfermedad física o mental.
Disciplina a tu hijo de una manera justa y razonable. No dejes que tu enojo te saque de quicio. Si el sabe que eres justo, no perderás su respeto y amor. Porque aún el niño mas joven tiene un sentido muy agudo de justicia. Recuerda que cada niño necesita dos padres presentes en un frente unido. Nunca te alíes con tu hijo en contra de tu esposo/a. Esto crea en tu hijo (como también en ti) conflictos emocionales y sentimientos de culpabilidad, confusión, e inseguridad. No le des a tu hijo todo lo que su pequeño corazón pide. Permítele conocer la emoción de ganárselo y la alegría de conseguirlo. Concédele la más grande de todas las satisfacciones, el placer que viene con e logro personal.
No te pongas como lo máximo la perfección. Es un rol muy difícil de jugar 24 horas al día. Te darás cuenta que es más fácil la comunicación con tu hijo si le dejas saber, que mamá y papá también pueden cometer errores. No le amenaces cuando estés enojado o le hagas promesas imposibles cuando estés generoso. Hazle advertencias o promesas sólo cuando las puedes cumplir. Para un niño, la palabra de el padre significa todo. El niño que ha perdido la fe en los padres tiene dificultad de volver a creer en ninguna cosa.
No sofoques a tu hijo con manifestaciones superficiales de «amor». El más pobre y saludable amor se expresa por si sólo en la educación día a día, la cual produce confidencia e independencia propia. Enséñale a tu hijo que hay dignidad en el trabajo duro. Aunque se desempeñe con unas manos callosas paleando carbón o unos dedos hábiles manipulando instrumentos quirúrgicos. Déjale saber que una vida útil es bendecida y una vida fácil y en busca de placeres es vacía e insignificante. No trates de proteger a tu hijo de cualquier pequeño golpe y decepción. La adversidad forma el carácter y nos hace compasivos. Los problemas son un gran igualador. Déjalo aprender, y habrás criado un hijo.
Por el contrario, dale todo cuanto desee: así crecerá convencido de que el mundo entero le debe todo. Ríete de todas sus groserías, tonterías y salidas de tono: así crecerá convencido de que es muy gracioso y no entenderá cuando en el colegio le llamen la atención por los mismos hechos. No le des ninguna formación espiritual: ¡ya la escogerá él cuando sea mayor! Nunca le digas que lo que hace está mal: podría adquirir complejos de culpabilidad y vivir frustrado; primero creerá que le tienen manía y más tarde se convencerá de que la culpa es de la sociedad. Recoge todo lo que vaya dejando tirado: así crecerá pensando que todo el mundo está a su servicio; su madre la primera.
Déjale ver y leer todo: limpia con detergente, que desinfecta, la vajilla en la que come, pero deja que su espíritu se recree con cualquier porquería. Pronto dejará de tener criterio recto. Padre y madre discutan delante de él: así se irá acostumbrando, y cuando la familia esté ya destrozada lo encontrará de lo más normal, no se dará ni cuenta. Dale todo el dinero que quiera: así crecerá pensando que para disponer de dinero no hace falta trabajar, basta con pedir. Que todos sus deseos estén satisfechos al instante: comer, beber, divertirse,…¡de otro modo podría acabar siendo un frustrado! Dale siempre la razón: son los profesores, la gente, las leyes… quiénes la tienen tomada con él. “Y cuando tu hijo sea ya un delincuente, proclama que nunca pudieron hacer nada por él”.