Doy gracias a Cristo en cada una de mis oraciones de que permanezcáis firmes en Él y perseveréis en Sus obras esperando Su promesa del Día del Juicio. No os dejéis seducir por las palabras vanas de ciertos hombres que tratan de persuadiros de que debéis apartaros de la verdad del Evangelio que yo predico… [Sigue un versículo de texto inseguro].
Y ahora las cadenas que padezco en Cristo están a la vista de todo el mundo; en ellas me deleito y gozo. Y esto me reportará una salvación eterna, lo cual me vendrá de vuestras oraciones y de la ayuda del Espíritu Santo, ya sea que viva o que muera. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es gozo. Que El en Su misericordia haga que esto os suceda también a vosotros: que tengáis el mismo amor y que tengáis una misma mente.
Por tanto, amadísimos, como habéis oído en mi presencia, mantened así estas cosas y hacedlas en el temor de Dios, y entonces tendréis vida por la eternidad; porque Dios es Quien en vosotros obra. Y haced sin vacilar todo lo que hagáis.
Por lo demás, amadísimos, gozaos en el Señor; guardaos de los que son sucios en su deseo de ganancia material. Lleguen vuestras oraciones al conocimiento de Dios; y manteneos firmes en la mente de Cristo. Haced las cosas que son puras, y verdaderas, y modestas, y justas, y agradables.
Manteneos firmes en lo que habéis oído y recibido en vuestro corazón, y tendréis paz.
Los santos os saludan.
La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Aseguraos de que esta carta se lea a los colosenses, y que se os lea la carta a los colosenses.
Tal es la supuesta carta de Pablo a los laodicenses. Está claro que está formada con frases tomadas de Filipenses, y las palabras iniciales de Gálatas. Seguramente fue la creación de algún escritor piadoso que había leído en Colosenses que había habido una carta a Laodicea, y se puso a componer una carta como él se la imaginaba. Muy pocos aceptarían esta carta a los laodicenses como una carta auténtica de Pablo. No podemos resolver el misterio de la carta a la iglesia laodicense. La explicación más aceptada es que se trata de la carta circular que conocemos como Efesios; pero la sugerencia que presentamos en nuestro estudio de Filemón es aún más romántica y atractiva.
La bendición final
Y decidle a Arquipo: «Mira que lleves a cabo la porción del servicio que te ha encargado el Señor.» Aquí va mi saludo de mi puño y letra, Pablo. Acordaos de mis cadenas. La gracia sea con vosotros.
La carta concluye con una seria advertencia a Arquipo para que sea fiel al trabajo concreto que se le ha confiado. Puede que no sepamos nunca cuál era ese trabajo; puede que nuestro estudio de Filemón arroje algo de luz sobre él. De momento lo dejamos así.
Pablo se servía de un amanuense para escribir sus cartas. Sabemos, por ejemplo, que el que le ayudó a escribir la Carta a los Romanos se llamaba Tercio (Romanos 16:22). Pablo tenía la costumbre de escribir él mismo el saludo final y firmar, y eso es lo que hace aquí.
«Acordaos de que estoy en la cárcel,» les dice. Una y otra vez se refiere en esta serie de cartas a su encarcelamiento (Efesios 3:1; 4:1; 6:20; Filemón 9). No es sensiblería para inspirar lástima. Pablo terminó su carta a los gálatas diciéndoles: « Yo llevo en el cuerpo las señales de pertenecer a Jesús» (Gálatas 6:17). Por supuesto que hay sentimiento. Alford comenta conmovedoramente: «Cuando leemos acerca de sus cadenas no debemos olvidar que tintinarían sobre el papel mientras estaba escribiendo (su firma). Estaba encadenado por la mano al soldado que estuviera de guardia con él. Pero Pablo no se refiere a sus sufrimientos para inspirar lástima, sino como exponentes de su autoridad y de su derecho a hablar. Es como si dijera: «Esta no es una carta de uno que no sepa lo que significa el servicio de Cristo o que esté pidiendo a otros que hagan lo que él no está dispuesto a hacer, sino de uno que ha sufrido y se ha sacrificado por Cristo. Mi único derecho a hablar es que yo también estoy llevando la Cruz de Cristo.»
Y así llega la carta a su final inevitable. Todas las cartas de Pablo finalizan con la gracia. Él siempre terminaba encomendando a otros a aquella gracia que había encontrado suficiente para todas las cosas.
1 comentario
Wilson Velez Velez
Amen