No cabe duda que Pilato puso aquel cartel en la Cruz de Jesús para humillar y enfurecer a los judíos. Acababan de decir que no tenían más rey que al césar; acababan de rechazar a Jesús como su Rey. Y Pilato, sarcásticamente, puso aquel cartel en la Cruz. Las autoridades judías le pidieron insistentemente que lo quitara o cambiara, pero Pilato se negó. «¡Lo escrito, escrito está!» -les contestó. Aquí tenemos a Pilato el inflexible, el que no estaba dispuesto a ceder ni un pelo. Hacía poco que había vacilado cobardemente entre crucificar a Jesús o soltarle; y había acabado por dejarse intimidar y chantajear por los judíos.
Inflexible acerca del cartel cuando había sido tan débil sobre la crucifixión. Es una de las paradojas de la vida que uno puede mantenerse firme acerca de cosas que no importan y débil ante las que tienen una importancia suprema. Si Pilato hubiera resistido las tácticas de los judíos y no les hubiera concedido su voluntad en el caso de Jesús, probablemente habría pasado a la Historia como uno de sus nobles ejemplos. Pero, como se sometió en lo más importante y sólo se mantuvo firme en lo accesorio, su nombre está cubierto de vergüenza. Pilato aplicó mal y tarde su autoridad.
Después de crucificar a Jesús, los soldados cogieron Su ropa y se la repartieron en cuatro partes, una para cada soldado. También estaba la túnica; pero, como era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: -No la cortemos, sino echémosla a suertes para ver a quién le toca. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice un pasaje de la Escritura: «Se repartieron mi ropa y se jugaron a suertes mi túnica. »
Eso fue exactamente lo que hicieron los soldados. Ya hemos visto que un quatermum de soldados conducía al reo al lugar de la ejecución. Uno de los gajes de esos soldados era la ropa del reo. Los judíos solían ponerse cinco artículos: calzado, turbante, cinto, túnica y manto exterior. Eran cuatro soldados, y había cinco artículos a repartir. Se los jugaron a los dados, y aún quedaba la túnica interior. Era inconsútil, sin costura, tejida toda de una pieza. Cortarla en cuatro piezas no habría servido para nada, así es que se la jugaron a los dados. Hay mucho que descubrir en esta escena tan gráfica y tan dramática.
(i) Stuart Kennedy escribió un poema basado en esto. Los soldados eran jugadores; y, en cierto sentido, Jesús también. Él se lo había jugado todo a Su fidelidad a ultranza a Dios; lo envidó todo en la Cruz. Era Su última y definitiva llamada a la humanidad, Su último y supremo acto de obediencia a Dios. Sentados, Le miraban, sí, los soldados; allí, mientras echaban los dados… Mientras Él, presentaba el sacrificio muriendo en el patíbulo para limpiar al mundo del pecado. Él era un Jugador también, mi Cristo: cogió Su vida y la envidó para ganar a un mundo redimido. Y antes que terminara Su agonía y se sumiera el Sol en el ocaso coronando de púrpura aquel día, ¡supo que había ganado! En cierto sentido, un cristiano también es un jugador, porque se juega la vida a que Jesús es el Que es.
(ii) No hay escena en la que se vea más claramente la indiferencia con que pagaba a Cristo el mundo. Allí, en aquella Cruz, Cristo estaba en agonía; y, al pie de la misma Cruz, los soldados echaban los dados como si no estuviera pasando nada. Un artista moderno ha pintado a Jesús, con las manos taladradas por los clavos y los brazos extendidos hacia una ciudad moderna por la que pasan las multitudes sin fijarse en Él. Sólo entre la gente Le dirige una mirada la enfermera de un hospital; y el título del cuadro es: « ¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino?» (Lamentaciones 1:12). La tragedia no es la hostilidad del mundo hacia Cristo, sino su indiferencia, el no darle ninguna importancia al amor de Dios. Hay otros dos puntos que debemos considerar en esta escena. El primero se refiere a la leyenda de que había sido María la que había tejido la túnica inconsútil para dársela como un último regalo a su Hijo cuando salía al mundo. Si es verdad -y bien puede serlo, porque era lo que solían hacer las madres judías-, hay un doble patetismo en la escena de aquellos soldados insensibles, jugándose la túnica de Jesús que Le había regalado Su Madre.
(iii) Pero hay otra cosa aquí entre líneas. La túnica de Jesús se nos dice que era sin costura, tejida de una sola pieza de arriba abajo. Esa es exactamente la descripción de la túnica de lino que usaba el sumo sacerdote. Recordemos que la función sacerdotal consistía en ser el lazo de unión entre Dios y el pueblo. La palabra latina para sacerdote es pontifex, que quiere decir el que hace de puente, porque su función era precisamente Jade ser intermediario entre Dios y los seres humanos. Nadie había realizado jamás esa función como la realizó entonces Jesús. Él es el perfecto Sumo Sacerdote por el Que la humanidad tiene acceso a Dios. Una y otra vez hemos visto que lo que nos dice Juan tiene más de un sentido: uno, que está a la vista, en la superficie, y otro más profundo que hay que pensar y estudiar para descubrirlo. Cuando Juan menciona la túnica inconsútil, no lo hace simplemente para describirnos la ropa que llevaba Jesús, sino para presentárnosle como el perfecto Sacerdote Que abre con Su perfecto y definitivo Sacrificio el camino para que todos podamos llegar a la presencia de Dios.
(iv) Por último, advertimos que Juan encuentra en este incidente el cumplimiento literal de una profecía del Antiguo Testamento. Le aplica como reflejo anticipado lo que dijo el salmista en un salmo en el que no es esta la única alusión profética a la pasión del Redentor: «Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes» (Salmo 22:18).