Tal vez lo inventaron porque para los persas la tierra era sagrada, y no querían contaminarla con el cuerpo de un criminal; así que le clavaban a una cruz y le dejaban morir allí, a la vista de los buitres y de las otras carroñeras que terminarían la ejecución. Los cartagineses adoptaron de los persas la crucifixión, y los romanos, de los cartagineses. La crucifixión no era el método de ejecución que se seguía en Roma, pero sí en las provincias, aunque sólo se solía aplicar a los esclavos. Era inconcebible que se le aplicara esa muerte a un ciudadano romano. Dice Cicerón: « Es un crimen atar a un ciudadano romano; todavía un crimen mayor el apalearle; es casi como cometer un parricidio el darle muerte. ¿Y qué podría decirse de crucificarle? Acción tan nefasta no se podría describir con palabras, porque no tiene calificativo.» Fue esa muerte, la más terrible del mundo antiguo, reservada para esclavos y criminales, la que sufrió Jesús.
La rutina de la crucifixión era siempre igual. Después de celebrarse el juicio y de ser condenado el criminal, el juez pronunciaba la terrible sentencia: «¡Ibis ad crucem!» «¡Irás a la cruz!» El veredicto se llevaba a cabo inmediatamente. Se ponía al condenado en medio de un quaternium o compañía de cuatro soldados. Se le colocaba el travesaño de la cruz sobre los hombros. Era costumbre azotarle antes, y ya hemos recordado lo terrible que era; y era corriente que hubiera que seguir pinchándole o azotándole a lo largo del camino para que siguiera adelante o se levantara si se caía, hasta que llegara al lugar de la ejecución. Delante de él iba un oficial con el cartel en el que se podía leer el crimen por el que se le había condenado, y se le conducía pasando por el mayor número posible de calles. Eso se hacía por dos razones. La primera, para que el mayor número posible de personas lo vieran y tomaran ejemplo; pero también por una razón más humana: se llevaba el cartel delante del condenado por la ruta más larga para que, si alguien podía dar testimonio a su favor, saliera a hacerlo. En tal caso, se detenía la comitiva y se devolvía el caso al tribunal.
El lugar de ejecución en Jerusalén se llamaba El lugar de la Calavera, Kranion, en hebreo Gólgota. (Calvario es la palabra latina con el mismo significado). Estaba fuera de la muralla, porque no era legal crucificar a nadie dentro de los límites de la ciudad. No se sabe con absoluta certeza dónde estaba.
Se han hecho varias sugerencias para explicar el macabro nombre, Lugar de la Calavera. Cuenta una leyenda que se llamaba así porque estaba enterrada allí la calavera de Adán. Otra sugerencia es que aquel lugar estaba lleno de calaveras de crucificados; pero eso no es probable, porque, según el derecho criminal romano, el criminal tenía que permanecer crucificado hasta morir de hambre, sed o lo que fuera, una tortura que a veces duraba días; pero la ley judía decía que el cuerpo del criminal se tenía que bajar de la cruz y enterrar para la tarde. En la ley romana, el cuerpo no se enterraba, sino se dejaba a los buitres y los perros parias para que acabaran con él; pero eso habría sido ilegal para los judíos, y no se concibe que hubiera un lugar contaminado de calaveras. Lo más probable es que el lugar se llamara así por ser una colina pelada que parecía una calavera. En cualquier caso, era un nombre idóneo para las cosas macabras que en él tenían lugar. Así es que Jesús salió, destrozado y sangrante, con la espalda rasgada en tiras por los azotes, llevando Su Cruz hasta el lugar donde había de morir.
En este pasaje hay otras dos cosas que no debemos pasar por alto. El cartel que se puso en la Cruz de Jesús estaba escrito en hebreo, latín y griego. Estas eran las tres grandes lenguas del mundo antiguo, y representaban a tres naciones. En el plan de Dios, todas las naciones tienen algo que enseñarle al mundo; y estas tres hicieron tres grandes aportaciones al mundo y a la Historia universal. Grecia le enseñó al mundo la belleza de la forma y del pensamiento; Roma le enseñó al mundo la ley y el gobierno, e Israel le enseñó al mundo la religión y el culto del único Dios verdadero. En Jesús vemos la consumación de estas tres cosas. En Él está la suprema belleza y el pensamiento más elevado acerca de Dios. En Él está la Ley de Dios y el Reino de Dios. Y en Él está la verdadera Imagen de Dios. Todas las búsquedas y los esfuerzos del mundo encuentran en Él su culminación. Es significativo que Le llamaran Rey las tres grandes lenguas del mundo.