Se han hecho varias sugerencias para explicar el macabro nombre, Lugar de la Calavera. Cuenta una leyenda que se llamaba así porque estaba enterrada allí la calavera de Adán. Otra sugerencia es que aquel lugar estaba lleno de calaveras de crucificados; pero eso no es probable, porque, según el derecho criminal romano, el criminal tenía que permanecer crucificado hasta morir de hambre, sed o lo que fuera, una tortura que a veces duraba días; pero la ley judía decía que el cuerpo del criminal se tenía que bajar de la cruz y enterrar para la tarde. En la ley romana, el cuerpo no se enterraba, sino se dejaba a los buitres y los perros parias para que acabaran con él; pero eso habría sido ilegal para los judíos, y no se concibe que hubiera un lugar contaminado de calaveras. Lo más probable es que el lugar se llamara así por ser una colina pelada que parecía una calavera. En cualquier caso, era un nombre idóneo para las cosas macabras que en él tenían lugar.
Así es que Jesús salió, destrozado y sangrante, con la espalda rasgada en tiras por los azotes, llevando Su Cruz hasta el lugar donde había de morir.
El camino de la cruz
En este pasaje hay otras dos cosas que no debemos pasar por alto. El cartel que se puso en la Cruz de Jesús estaba escrito en hebreo, latín y griego. Estas eran las tres grandes lenguas del mundo antiguo, y representaban a tres naciones. En el plan de Dios, todas las naciones tienen algo que enseñarle al mundo; y estas tres hicieron tres grandes aportaciones al mundo y a la Historia universal. Grecia le enseñó al mundo la belleza de la forma y del pensamiento; Roma le enseñó al mundo la ley y el gobierno, e Israel le enseñó al mundo la religión y el culto del único Dios verdadero. En Jesús vemos la consumación de estas tres cosas. En Él está la suprema belleza y el pensamiento más elevado acerca de Dios. En Él está la Ley de Dios y el Reino de Dios. Y en Él está la verdadera Imagen de Dios. Todas las búsquedas y los esfuerzos del mundo encuentran en Él su culminación. Es significativo que Le llamaran Rey las tres grandes lenguas del mundo.
No cabe duda que Pilato puso aquel cartel en la Cruz de Jesús para humillar y enfurecer a los judíos. Acababan de decir que no tenían más rey que al césar; acababan de rechazar a Jesús como su Rey. Y Pilato, sarcásticamente, puso aquel cartel en la Cruz. Las autoridades judías le pidieron insistentemente que lo quitara o cambiara, pero Pilato se negó. «¡Lo escrito, escrito está!» -les contestó. Aquí tenemos a Pilato el inflexible, el que no estaba dispuesto a ceder ni un pelo. Hacía poco que había vacilado cobardemente entre crucificar a Jesús o soltarle; y había acabado por dejarse intimidar y chantajear por los judíos.
Inflexible acerca del cartel cuando había sido tan débil sobre la crucifixión. Es una de las paradojas de la vida que uno puede mantenerse firme acerca de cosas que no importan y débil ante las que tienen una importancia suprema. Si Pilato hubiera resistido las tácticas de los judíos y no les hubiera concedido su voluntad en el caso de Jesús, probablemente habría pasado a la Historia como uno de sus nobles ejemplos. Pero, como se sometió en lo más importante y sólo se mantuvo firme en lo accesorio, su nombre está cubierto de vergüenza. Pilato aplicó mal y tarde su autoridad.
Los gobernantes de los judíos Le lanzaron un último desafío: « ¡Baja de la Cruz -Le dijeron-, y creeremos en Ti!».Era precisamente el desafío imposible. Como el General Booth dijo hace tiempo: «Es precisamente porque Jesús no bajó de la Cruz por lo que creemos en Él.» La muerte de Jesús era absolutamente necesaria; y por la razón siguiente: Jesús había venido a comunicarle a la humanidad el amor de Dios. Más aún: Él mismo era el amor de Dios en persona. Si hubiera rehusado la Cruz, o si al final hubiera bajado de la Cruz, aquello habría querido decir que el amor de Dios llegaba hasta ese punto, pero no más; que había algo que aquel amor no estaba dispuesto a sufrir por los hombres; que había una línea límite que no estaba dispuesto a rebasar. Pero Jesús recorrió todo el camino, y murió en la Cruz, y esto quiere decir literalmente que el amor de Dios no tiene límite; que no hay nada en todo el universo que ese amor no esté dispuesto a arrostrar por los hombres; que no hay nada, ni siquiera la muerte en una Cruz, que se niegue a soportar por los hombres.