Clavan a Jesús en la cruz

Así es que en la iglesia de Roma había un tal Rufo, un cristiano tan notable que podía considerarse como uno de los escogidos de Dios, que tenía una madre a la que Pablo quería tanto como para llamarla su madre en la fe. Es posible que este Rufo fuera el hijo, y su madre la mujer de Simón Cireneo.

Es posible que, mirando a Jesús, la amargura de Simón dejó paso a la admiración y finalmente a la fe, y fue uno de los primeros cristianos, y su familia una de las más conocidas y queridas de la iglesia de Roma. Puede ser que aquel Simón de Trípoli pensara que iba a realizar la ambición de su vida celebrando la Pascua por fin en Jerusalén; que se encontró llevando a la fuerza la cruz de un criminal; que, mirando a Jesús y tal vez oyendo una de sus últimas palabras, su amargura dejó paso a la admiración y a la fe; y que, en aquella situación que parecía que sólo le reportaría vergüenza, encontró a su Salvador. Detrás de Jesús iba un grupo de mujeres llorando por Él. Jesús se volvió y les dijo que no lloraran por Él, sino por sí mismas. Se les estaban echando encima días terribles. Para los judíos, un matrimonio sin hijos era la mayor desgracia; era una de las razones por las que se podía conceder el divorcio. Pero llegaría el día en que se consideraría afortunada a la estéril. Una vez más, Jesús está contemplando proféticamente la destrucción de la ciudad que tantas veces antes y ahora otra vez había rechazado la invitación de Dios. El versículo 31 es un refrán que se podía usar con diferentes sentidos. Aquí quiere decir que si esto se le hacía a un inocente, ¿qué se haría con los culpables algún día?

No había una muerte peor que la crucifixión. Hasta los romanos la miraban con horror. Cicerón declaraba que era « la muerte más cruel y aterradora.» Tácito dijo que era «una muerte denigrante.» Fue en su origen un método persa de ejecución. Tal vez lo inventaron porque para los persas la tierra era sagrada, y no querían contaminarla con el cuerpo de un criminal; así que le clavaban a una cruz y le dejaban morir allí, a la vista de los buitres y de las otras carroñeras que terminarían la ejecución. Los cartagineses adoptaron de los persas la crucifixión, y los romanos, de los cartagineses.

La crucifixión no era el método de ejecución que se seguía en Roma, pero sí en las provincias, aunque sólo se solía aplicar a los esclavos. Era inconcebible que se le aplicara esa muerte a un ciudadano romano. Dice Cicerón: « Es un crimen atar a un ciudadano romano; todavía un crimen mayor el apalearle; es casi como cometer un parricidio el darle muerte. ¿Y qué podría decirse de crucificarle? Acción tan nefasta no se podría describir con palabras, porque no tiene calificativo.» Fue esa muerte, la más terrible del mundo antiguo, reservada para esclavos y criminales, la que sufrió Jesús.

La rutina de la crucifixión era siempre igual. Después de celebrarse el juicio y de ser condenado el criminal, el juez pronunciaba la terrible sentencia: «¡Ibis ad crucem!» «¡Irás a la cruz!» El veredicto se llevaba a cabo inmediatamente. Se ponía al condenado en medio de un quaternium o compañía de cuatro soldados. Se le colocaba el travesaño de la cruz sobre los hombros. Era costumbre azotarle antes, y ya hemos recordado lo terrible que era; y era corriente que hubiera que seguir pinchándole o azotándole a lo largo del camino para que siguiera adelante o se levantara si se caía, hasta que llegara al lugar de la ejecución. Delante de él iba un oficial con el cartel en el que se podía leer el crimen por el que se le había condenado, y se le conducía pasando por el mayor número posible de calles. Eso se hacía por dos razones. La primera, para que el mayor número posible de personas lo vieran y tomaran ejemplo; pero también por una razón más humana: se llevaba el cartel delante del condenado por la ruta más larga para que, si alguien podía dar testimonio a su favor, saliera a hacerlo. En tal caso, se detenía la comitiva y se devolvía el caso al tribunal.

El lugar de ejecución en Jerusalén se llamaba El lugar de la Calavera, Kranion, en hebreo Gólgota. (Calvario es la palabra latina con el mismo significado). Estaba fuera de la muralla, porque no era legal crucificar a nadie dentro de los límites de la ciudad. No se sabe con absoluta certeza dónde estaba.

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