Entretanto los soldados, habiendo crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, de los que hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La cual era sin costura, y de un solo tejido de arriba abajo. Por lo que dijeron entre si: No la dividamos, mas echemos suerte para ver de quien será. Con esto se cumplió la profecía que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sortearon mi túnica. Entretanto Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Era ya cumplidas las nueve de la mañana, cuando le crucificaron. Y sentándose junto a Él, le guardaban. Le pusieron también sobre la cabeza estas palabras, escritas por Pilato, que denotaban la causa de su condenación: Este es Jesús de Nazaret, el Rey de los Judíos. Este rótulo lo leyeron muchos de los judíos, porque el lugar en que fue Jesús crucificado estaba contiguo ala ciudad y el título estaba en hebreo, en griego y en latín. Con esto los sacerdotes de los judíos reclamaban a Pilato: No has de escribir: Rey de los judíos; sino que el ha dicho: Yo soy el rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo escrito, escrito esta. Y los que pasaban por allí lo insultaban y escarnecían, y blasfemaban de Él, meneando la cabeza y diciendo: ¡Hola!, tú que destruyes el templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz. De la misma manera también los príncipes de los sacerdotes, a una con los escribas y los ancianos, insultándole y mofándose decían: A otros ha salvado, y no puede salvarse a sí mismo; si es el Cristo, Rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que seamos testigos de vista, y le creamos; Él pone su confianza en Dios; pues si Dios le ama tanto, líbrele ahora, ya que el mismo decía: Yo soy el Hijo de Dios. Y eso mismo le echaban en cara aún los ladrones que estaban crucificados en su compañía. Mateo 27: 35-44; Marcos 15: 25-32; Lucas 23: 32-43; Juan 19: 18-27
Los soldados se jugaron a los dados Su ropa. Ya hemos visto que el reo era conducido al lugar de la crucifixión entre cuatro soldados, que tenían como sus gajes las ropas del condenado a muerte. Un judío llevaba cinco artículos: la camisa interior, la exterior, las sandalias, el cinto y el turbante. Cuando se habían repartido las cuatro piezas menores, les quedaba todavía la gran túnica exterior. Habría sido una pena cortarla en trozos, así es que los soldados se la jugaron a la sombra de la Cruz. Jesús fue crucificado entre dos ladrones. Fue aquello un símbolo de toda Su vida, el que hasta el final estuvo asociado con pecadores.
Siempre que se condenaba a un criminal a la cruz, se le sacaba de la sala del juicio entre cuatro soldados romanos. Luego le ponían el travesaño de la cruz en los hombros, y le conducían al lugar de la ejecución por el camino más largo posible, con otro soldado por delante que llevaba un cartel donde sé había escrito el delito, para que escarmentaran los que pudieran pensar en hacer algo parecido. Eso es lo que hicieron con Jesús.
Al principio, Jesús iba llevando la cruz (Juan 19:17); pero se ve que, con lo que ya había sufrido, le faltaron las fuerzas y no podía seguir adelante. Palestina era un país ocupado, y los soldados romanos podían requisar a cualquier ciudadano para cualquier servicio. Bastaba con un golpecito con lo plano de la espada. Cuando Jesús se hundió bajo el peso de la cruz, el centurión romano a cargo miró a su alrededor, y se fijó en Simón, natural de Cirene, la actual Trípoli, que parecía suficientemente robusto. Probablemente era un judío que se había pasado la vida ahorrando para poder comer algún día la Pascua en Jerusalén; pero también es posible que fuera un residente al que llamaban por su lugar de origen como era frecuente entre los judíos. El golpecito con lo plano de la espada fue la señal, y se encontró, quieras que no, cargando con la cruz de un criminal.
Trata de imaginarte los sentimientos de Simón. Como vimos, probablemente había venido a Jerusalén para hacer realidad el sueño de toda su vida, y se encontró dando vueltas cargado con una cruz camino del Calvario. Estaría lleno de amargura contra los dominadores romanos, y tal vez también contra el criminal que le había involucrado en su delito. Pero, si leemos entre líneas, vemos que su intervención no acabó allí. Gabriel Miró vio en él una de las Figuras de la Pasión del Señor que le habían fascinado desde que su madre le contaba la historia. Marcos nos dice que Simón era el padre de Alejandro y de Rufo (Marcos 15:21). Eso no puede querer decir más que los hijos de Simón Cireneo eran conocidos en la comunidad a la que Marcos dedicó su evangelio, que se cree que era la iglesia de Roma. Si leemos la carta del apóstol Pablo a esa iglesia, encontramos al final entre los saludos: « Recuerdos a ese noble cristiano que es Rufo, y a su madre, que me trató como a un hijo» (Romanos 16:13).