Carta de Judas

Reclamando a los perdidos

A algunos de ellos debéis convencerlos de su error para que se aparten mientras están todavía indecisos. A otros debéis rescatarlos arrebatándolos del fuego. De otros debéis tener lástima y temor al mismo tiempo, aborreciendo hasta la ropa que está contaminada por la carne. Los distintos traductores dan traducciones diferentes de este pasaje. La razón es que hay muchas dudas en cuanto al verdadero texto griego. Hemos dado la traducción que creemos más próxima al sentido del pasaje.

Hasta con los peores herejes, aun los que se han alejado más en el error, y los que tienen creencias peligrosas, el cristiano tiene la obligación ineludible, no de destruir, sino de salvar. Su propósito debe ser, no desterrarlos de la Iglesia Cristiana, sino conquistarlos para la comunión cristiana. James Denney decía, para presentar el Evangelio de la manera más sencilla posible, que Jesús vino para hacer buenas a las malas personas. Sir John Seeley decía: «Cuando el poder de reclamar a los perdidos desaparece de la Iglesia, es que ha dejado de ser la Iglesia.» Como hemos tomado este pasaje, Judas divide los problemas de la Iglesia en tres clases, cada una de las cuales reclama un enfoque diferente.

(i) Hay algunos que coquetean con la falsedad. Se sienten claramente atraídos por el mal camino, y están a punto de entregarse al error, pero siguen dudando antes de dar el paso decisivo. Hay que sacarlos del error antes que sea demasiado tarde. De aquí se deducen dos obligaciones.

(a) Debemos estudiar para poder defender la fe y dar razón de la esperanza que hay en nosotros. Debemos saber lo que creemos para poder enfrentarnos al error con la verdad, y debemos capacitarnos para defender la fe de tal manera que podamos ganar a otros a ella con nuestra simpatía y sinceridad. Para hacerlo debemos desterrar de nuestra actitud toda insinceridad, y toda arrogancia e intolerancia de nuestro contacto con otros.

(b) Debemos estar dispuestos a hablar a tiempo. Muchas personas se podrían salvar del error de pensamiento y de acción si se les hablara a tiempo. Algunas veces tenemos reparo de hablar; pero muchas veces el silencio es cobarde, y puede hacer. más daño que el que harían las palabras. Una de las grandes tragedias de la vida es cuando alguien nos dice: «Yo no habría llegado a esta terrible situación si alguien -tal vez tú- me hubiera hablado.»

(ii) Hay algunos a los que hay que arrebatar del fuego. Ya han empezado a recorrer el camino del error, y hay que pararlos, digamos, como sea; y aun contra su voluntad. Está muy bien el decir que debemos respetar la libertad de los demás, y que tienen derecho a cometer sus propios errores. Todas estas cosas son ciertas en un sentido, pero hay veces en que hay que salvar a una persona de sí misma aunque sea a la fuerza.

(iii) Hay algunos a los que debemos compadecer y temer al mismo tiempo. Aquí está pensando Judas en algo que es indudablemente cierto. El pecador corre peligro; pero también lo corre el que intente rescatarle. El que trate una enfermedad infecciosa corre peligro de contraerla. Judas dice que debemos aborrecer la ropa contaminada por la carne. Es casi seguro que aquí está pensando en las disposiciones de Levítico 13:47-52, donde se establece que la ropa que ha usado una persona que se descubre que sufre de lepra debe quemarse. El viejo dicho sigue siendo cierto: «Debemos amar *al pecador, pero aborrecer el pecado.» Antes que una persona pueda rescatar a otras debe estar suficientemente fuerte en la fe: Debe tener los pies bien firmes y seguros en la tierra seca antes de lanzarle el salvavidas al que es probable que arrastre la corriente. Es un hecho que el rescate de los que están en el error no lo puede acometer cualquiera. Los que quieran ganar a otros para Cristo deben estar muy seguros en Él; y los que hayan de librar batalla con la enfermedad del pecado deben tener el fuerte antiséptico de una fe sana. La ignorancia nunca se puede enfrentar con la ignorancia, ni siquiera con un conocimiento parcial; hay que enfrentarla desde la afirmación: « Yo sé en Quién he creído.»

Doxología final

A Quien es poderoso para guardaros de toda caída y para haceros estar presentes sin mancha delante de su gloria llenos de gozo, al Dios único, nuestro Salvador, por medio de nuestro Señor Jesucristo, sean la gloria, la majestad, el dominio y el poder, desde siempre y ahora y para siempre. Amén.

Judas llega al final con una tremenda adscripción de alabanza. Tres veces en el Nuevo Testamento se da alabanza al Dios Que es poderoso. En Romanos 16:25 Pablo da alabanza al Dios que es poderoso para fortalecernos. Dios es la única Persona Que puede dar un fundamento a nuestra vida que nada ni nadie pueda sacudir jamás. En Efesios 3:20 Pablo da gloria al Dios que es poderoso para hacer mucho más de lo que podamos nunca pedir o ni siquiera soñar. Él es el Dios Cuya gracia nadie ha agotado jamás, y en relación con Quien ninguna expectación puede resultar exagerada. Aquí ofrece Judas su alabanza al Dios que es poderoso.

(i) Dios es poderoso para guardarnos sin caída. La palabra original es áptaistos. Se usa lo mismo de un caballo seguro de remos, que no tropieza ni resbala nunca, como de una persona que no cae en el error. « No dará tu pie al resbaladero,» es la manera en que el Salmo 121 expresa la misma convicción. Caminar con Dios es caminar seguros y a salvo hasta en el sendero más peligroso y resbaladizo. En el montañismo, los escaladores se atan unos a otros para que, si alguno resbala, otro compañero firme pueda resistir su peso y salvarle. De la misma manera, cuando estamos atados con Dios, Él nos mantiene a salvo.

(ii) Dios puede hacernos permanecer intachables en la presencia de Su gloria. La palabra original para intachables es ámómos. Este es especialmente un término que se refiere a los sacrificios, y se usa corriente y técnicamente de un animal que no tiene mancha ni defecto, y por tanto puede ofrecerse a Dios. Lo sorprendente es que cuando nos sometemos a Dios, Su gracia puede hacer nuestras vidas nada menos que un sacrificio idóneo para ofrecérselo a Él.

(iii) El nos puede llevar a Su presencia con un gozo exultante. Lo más natural es pensar en entrar a la presencia de Dios con temor y vergüenza; pero, por la obra de Jesucristo y la gracia de Dios sabemos que podemos acercarnos a Dios con gozo y sin el menor resto de miedo. Por medio de Jesucristo, Dios, el Juez severo, nos es conocido como nuestro Padre amante. Notemos un último detalle. Solemos asociar la palabra Salvador con Jesucristo; pero aquí Judas Se la aplica a Dios. Y no es el único que lo hace, porque a Dios Se le llama Salvador a menudo en el Nuevo Testamento (Lucas 1:47; 1 Timoteo l:l; 2:3; 4:10; Tito 1:3; 2:10; 3:4). Así es que acabamos con la certeza maravillosa y consoladora de que detrás de todo está el Dios Cuyo nombre es Salvador. El cristiano tiene la gozosa certidumbre de que en este mundo vive en el amor de Dios, y en el por venir va a ese amor. El amor de Dios es al mismo tiempo la atmósfera y la meta de todo nuestro vivir.

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