Carta de Judas

Judas les dice a estas personas que, aunque se crean los únicos verdaderamente religiosos, no tienen ni lo más mínimo de tales. Los que ellos desprecian son de hecho mucho mejores que ellos. La verdad acerca de estos supuestos intelectuales y espirituales era que deseaban pecar, y tergiversaban la religión para convertirla en una licencia para pecar.

Las características de la bondad

Pero vosotros, queridos hermanos, debéis edificaros sobre el fundamento de vuestra santísima fe; debéis orar en el Espíritu Santo; debéis manteneros en el amor de Dios; mientras esperáis la misericordia de nuestro Señor Jesucristo que os llevará a la vida eterna.

En el pasaje anterior, Judas describió las características del error; en este pasaje pasa a describir las características de la bondad.

(i) El hombre bueno edifica su vida sobre el cimiento de la santísima fe. Es decir: la vida del cristiano está cimentada, no en algo que se ha fabricado por sí mismo, sino en algo que ha recibido. Hay una cadena en la transmisión de la fe. La fe llegó de Jesús a los apóstoles; de los apóstoles, a la Iglesia; y nos llega de la Iglesia a nosotros. Aquí hay algo tremendamente importante. Quiere decir que la fe que sustentamos -o, mejor dicho, que nos sustenta- no es meramente la opinión personal de uno mismo, sino la revelación que vino de Jesucristo y fue conservada y transmitida dentro de la Iglesia, siempre bajo el cuidado y la dirección del Espíritu Santo, de generación en generación.

(ii)Esa fe es una fe santísima. Una y otra vez hemos visto el significado de la palabra santo. El sentido de su raíz es diferente. Lo que es santo es diferente de otras cosas, como el sacerdote es diferente de los demás del pueblo, el Templo es diferente de los otros edificios, el sábado diferente de los otros días, y Dios supremamente diferente de los hombres. Nuestra fe es diferente en dos sentidos. (a) Es diferente de otras fes y de las filosofías en que no es hecha por los hombres, sino dada por Dios; no es opinión, sino revelación; no es suposición, sino certeza. (b) Es diferente en que tiene poder para hacer diferentes a los que creen. No es sólo algo que cambia las ideas, sino algo que cambia las vidas; no es simplemente una creencia intelectual, sino también una dinámica moral.

El hombre que es bueno es un hombre de oración. Se ha expresado esto diciendo: «La religión, en el sentido verdadero, quiere decir dependencia.» La esencia de la religión es la conciencia de nuestra total dependencia de Dios; y la oración es el reconocimiento de esa dependencia, y el acudir a Dios para recibir la ayuda que necesitamos. Como decía Moffatt en una definición magnífica: «La oración es el amor en necesidad apelando al Amor en poder.» El cristiano debe ser un hombre de oración por lo menos por dos razones.

(a) Sabe que debe someterlo todo a la voluntad de Dios, y por tanto tiene que presentárselo a Dios para Su aprobación.

(b) Sabe que por sí mismo no puede hacer nada, pero que con Dios todas las cosas son posibles; y por tanto tiene que estar llevando constantemente su insuficiencia a la suficiencia de Dios.

La oración, dice Judas, ha de ser en el Espíritu Santo. Lo que quiere decir es que nuestras oraciones humanas es inevitable que sean, por lo menos a veces, egoístas y ciegas. Solamente cuando el Espíritu Santo toma plena posesión de nosotros nuestros deseos son purificados y nuestras oraciones son correctas. La verdad es que, como cristianos, debemos orar a Dios, pero sólo Él nos puede enseñar cómo y por qué debemos orar.

(iii) El hombre bueno se mantiene en el amor de Dios. En lo que Judas está pensando aquí es en la relación del Antiguo Pacto entre Dios y Su pueblo como se nos describe en Éxodo 24:1-8. Dios se dirigió a Su pueblo prometiéndole que sería su Dios y ellos serían Su pueblo; pero esa relación dependería de que ellos aceptaran y obedecieran la Ley que Él les dio. « El amor de Dios -comenta Moffatt- tiene también sus propios términos de comunión.» En cierto sentido es verdad que no podemos salirnos del amor y el cuidado de Dios; pero también es verdad que, si deseamos permanecer en íntima comunión con Dios, debemos ofrecerle el perfecto amor y la perfecta obediencia que van siempre de la mano.

(iv) El hombre bueno espera anhelantemente. Espera la venida de Jesucristo en misericordia, amor y poder; porque sabe que el propósito de Cristo para él es traerle a la vida eterna, que no es otra cosa que la vida de Dios mismo.

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