Dijo el filósofo a su amigo, hablando tal vez del eterno dilema que día a día agobia aún a los más sabios:
— No sabemos a donde vamos ni sabemos de donde venimos.
Poco después pasó por aquel lugar un joven. Llamándolo, el amigo del filósofo preguntó:
— Dime de donde vienes y a donde vas?
— Vengo de ver a mi mamá, –le contestó el muchacho con sencillez– voy a ver a mi novia.
El hombre se volvió hacia el filósofo y le dijo:
— Estabas equivocado. Este muchacho sí sabe de dónde viene y a dónde va. Viene del amor y va hacia el amor. Si en el amor creemos sabremos también todos de dónde venimos y a dónde vamos.
Así dijo el amigo del filósofo. Y el filósofo ya no dijo nada