La presencia de Dios
En el versículo 22 Juan establece una característica única de la Ciudad de Dios: no hay en ella ningún templo. Cuando recordamos el aprecio en que tenían los judíos su templo, esto nos resulta sorprendente. Pero ya hemos advertido que la Ciudad está edificada en la forma de un cubo perfecto, indicando que toda ella es el Lugar Santísimo; no tiene necesidad de ningún templo porque en toda ella está plena y constantemente la presencia de Dios.
Aquí hay un simbolismo fácil de comprender para todo el mundo. No es el edificio el que hace la iglesia, ni la liturgia, ni la forma de gobierno, ni el método de ordenación de los ministros. Lo único que hace la iglesia es la presencia de Jesucristo. Sin ella no puede haber tal cosa como una iglesia; con ella, cualquier reunión de personas es una verdadera iglesia.
La Ciudad de Dios no necesitaba una luz creada, porque Dios, la Luz increada, estaba en medio de ella. « El Señor -dijo Isaías- te será por luz eterna» (Isaías 60:19s). « En Tu luz -decía el salmista- veremos la luz» (Salmo 36:9). Solo cuando vemos las cosas a la luz de Dios las vemos como son. Algunas cosas que parecen inmensamente importantes se ve que no tienen importancia cuando se ven a la luz de Dios. Algunas cosas que parecen bastante permisibles se ve que son peligrosas cuando se ven a la luz de Dios. Algunas cosas que parecen insoportables se ve que son un sendero de gloria cuando se ven a la luz de Dios.
Toda la tierra para dios
Un pasaje como este nos capacita -y hasta nos impulsaa enderezar un tuerto que se comete frecuentemente con el pensamiento judío. Aquí tenemos un cuadro de todas las naciones viniendo a Dios y de todos los reyes trayéndole sus dones. En otras palabras: aquí tenemos un cuadro de la salvación universal. Se dice a menudo que los judíos no esperaban más que la destrucción de los gentiles. Es verdad que encontramos dichos como: «Dios creó los gentiles para leña para los fuegos del infierno.» Es verdad que hay una corriente de pensamiento judío que esperaba la aniquilación, o por lo menos la esclavización de los gentiles; pero hay mucho en sentido contrario, y voz tras voz que habla del tiempo cuando toda la humanidad conocerá y amará a Dios.
Isaías describe la escena cuando todas las naciones subirán al Monte de Sión para aprender la Ley para andar en los caminos de Dios (Isaías 2:2-4). Dios levantará pendón a las naciones para que vengan (Isaías 11:12). La palabra de privilegio a Israel es: «Te daré por luz a las naciones, para que Mi salvación llegue hasta lo último de la tierra» (Isaías 49:6).
Las islas esperarán en el Señor y confiarán en Su brazo (Isaías 51:5). Naciones que nunca conocieron al Señor correrán a Él (Isaías 55:5). Los hijos del extranjero aprenderán a mar a Dios y a servirle. Dios reunirá a otros consigo (Isaías 56:68).
La misión de Israel es proclamar la gloria del Señor entre los gentiles (Isaías 66:19). Se invita a los fines de la tierra a mirar a Dios y ser salvos (Isaías 45:22). Todas las naciones se reunirán en Jerusalén, y la reconocerán como el trono del Señor, y dejarán de seguir testarudamente su mal corazón (Jeremías 3:17). Los gentiles vendrán a Dios de los términos de la tierra, confesando sus antiguos errores y arrepintiéndose de ellos (Jeremías 16:19-21). Todos los pueblos, lenguas y naciones servirán a Uno que es como un hijo de hombre (Daniel 7:14). Toda la humanidad adorará a Dios, cada persona desde su lugar, hasta todas las islas de los gentiles (Sofonías 2:11). Dios dará a todas las personas una lengua pura para que Le invoquen de común acuerdo (Sofonías 3:9). Toda carne guardará silencio en la presencia de Dios (Zacarías 2:13). Muchas personas y los habitantes de muchas ciudades vendrán a Jerusalén. Gente de toda raza y lengua «tomarán del manto a un judío, diciendo: «Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros»» (Zacarías 14:9). Llegará el día cuando el Señor será Rey sobre toda la tierra; en aquel día no habrá más que un solo Señor (Zacarías 14:9).
Lo que se puede decir del Antiguo Testamento también se encuentra en la literatura intertestamentaria. La visión de Tobías es: Una luz refulgente iluminará todos los fines de la tierra; muchas naciones vendrán de lejos, y los habitantes de los fines más remotos de la tierra a Tu santo nombre; trayendo en sus manos sus dones al Rey del Cielo (Tobías 13:11).
Todas las naciones que hay en toda la tierra se convertirán y temerán a Dios de todo corazón, y todas rechazarán sus ídolos (Tobías 14:6). Henoc escribe noblemente acerca del escogido de Dios: Será un bordón para los íntegros, en el que se apoyarán para no caer, y será una luz para los gentiles, y la esperanza de los angustiados de corazón. Todos los habitantes de la tierra se postrarán y adorarán delante de él, y alabarán y bendecirán y celebrarán con himnos al Señor de los Espíritus (Henoc 48:4s).
El autor de Henoc oye decir a Dios: « Todos los hijos de los hombres se volverán justos, y todas las naciones Me ofrecerán adoración, Me alabarán, y Me adorarán» (Henoc 10:21).
Los Testamentos de los Doce Patriarcas están llenos de esta esperanza universal. Cuando venga el Mesías «en su sacerdocio los gentiles se multiplicarán en conocimiento sobre la tierra, y se iluminarán en la gracia del Señor» (Testamento de Leví 18:9).
Es la Palabra de Dios: « Si obráis lo que es bueno, hijos míos, tanto los hombres como los ángeles os bendecirán; y Dios será glorificado entre los gentiles por medio de vosotros.» La misión de Israel es «congregar a los íntegros de entre los gentiles»
(Testamento de Neftalí 8: 3s). Dios salvará a todo Israel y a todos los gentiles (Testamento de Aser 7:3). Los Oráculos Sibilinos tiene un noble pasaje que habla de la reacción de los gentiles cuando vean la bondad de Dios para con Israel: Entonces dirán todas las islas y las ciudades: «¡Cuánto ama el Eterno a estas personas! Porque todas las cosas están en simpatía con ellas y las ayudan, los cielos, la carroza de Dios que es el Sol, y la Luna. « Y una dulce melodía expresarán sus labios en himnos. «¡Venid, postrémonos en tierra para suplicar al Eterno Rey, el Todopoderoso, el Eterno Dios!
Vayamos en procesión a Su Templo, porque Él es el único Potentado. Y meditemos todos la Ley del Dios Altísimo, Que es el más justo de todos los que hay en la tierra. Pero nosotros nos habíamos extraviado de la senda del Eterno, y con corazón insensato adoramos la obra de manos humanas, ídolos e imágenes de personas que están muertas. «(Oráculos sibilinos 3:710-723).
Las naciones vendrán de los fines de la tierra a contemplar la gloria de Dios (Salmos de Salomón 17:34).
Cuando Juan describía a las naciones caminando a la luz de la Ciudad de Dios y a los reyes trayéndole sus dones estaba pronosticando la consumación de una esperanza que siempre estuvo en los corazones de sus compatriotas más elevados.
Acogida y rechazo
Recogemos otros tres puntos antes de salir de este capítulo. (i) Juan insiste más de una vez en que no habrá noche en la Ciudad de Dios. Los pueblos antiguos, como los niños, tenían miedo a la oscuridad. En el nuevo mundo ya no habrá aterradora oscuridad, porque la presencia de Dios será una luz eterna. Hasta en este mundo de espacio y tiempo, donde está Dios, « la noche resplandece como el día» (Salmo 139:12).
H. B. Swete ve aquí más simbolismo. En la Ciudad de Dios no habrá oscuridad. Una y otra vez ha sucedido que a una época luminosa ha seguido otra de tinieblas. Pero en la nueva edad las tinieblas habrán pasado y ya no habrá más que luz.
(i) Como los antiguos profetas, Juan menciona repetidas veces a los gentiles y sus reyes trayendo sus dones a Dios. Es verdad que las naciones trajeron sus dones a la Iglesia. Los griegos aportaron el poder de la inteligencia. Para ellos, como dijo Platón, « una vida sin discernimiento no vale la pena,» ni tampoco una fe sin discernimiento. A los griegos les debemos la teología. Los romanos fueron los mayores expertos en cuestiones de gobierno. Trajeron a la Iglesia su capacidad organizativa y administrativa y jurídica. Cuando uno ingresa en la Iglesia debe aportar su don: el escritor, sus poderosas palabras; el pintor, su habilidad con el color; el escultor, su dominio de la línea y la forma y la masa, el músico, su música, el artesano su técnica. No hay don que la Iglesia no pueda utilizar.
(ii) Al final del capítulo hay una amenaza. Los que no quieran abandonar el mal de su camino serán excluidos de la Ciudad de Dios. No es el pecador arrepentido, sino el recalcitrante el que se excluye con su actitud de la Ciudad de Dios.