Las piedras preciosas de la ciudad
La ciudad misma era de oro puro, tan puro que parecía vidrio transparente. Es posible que Juan esté subrayando aquí una característica de la Jerusalén terrenal. Josefo describe así el templo de Herodes: «Ahora bien, la cara exterior del templo por la parte de la fachada no carecía de nada que pudiera sorprender mentes u ojos humanos; porque estaba totalmente cubierta con planchas de oro de gran peso, y, a los primeros rayos del sol naciente reflejaba tan fiero resplandor, que obligaba a los que querían contemplarlo a desviar la vista, como si estuvieran mirando al mismo sol. Pero este templo parecía a los extraños, cuando lo veían desde una distancia considerable, como una montaña cubierta de nieve; porque, en cuanto a las partes que no estaban cubiertas de oro, eran de un blanco insuperable» (Josefo: Las guerras de los judíos 5.5.6).
Juan pasa a hablar de los doce cimientos de la ciudad. Entre las doce puertas había doce espacios, y la idea es que entre estos espacios había una gran piedra fundacional. De nuevo es posible que Juan esté pensando en las grandes piedras de los cimientos del templo de Jerusalén. En el pasaje que acabamos de citar, Josefo menciona las piedras de los fundamentos del muro del templo que tenían casi veinte metros de longitud, dos y medio de altura y casi tres de anchura. En el versículo 14, Juan ha dicho que las piedras llevan inscritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Fueron los primeros seguidores de Jesús y Sus embajadores, y fueron literalmente los cimientos de la Iglesia.
En la Ciudad de Dios, estas piedras fundacionales eran piedras preciosas. El jaspe no era el jaspe opaco moderno, sino un cristal de roca translúcido de color verde. El zafiro aparece en la historia del Antiguo Testamento como la piedra del embaldosado donde estaba Dios (Éxodo 24:10). Tampoco aquí se trataba del zafiro moderno. Plinio lo describe como azul celeste con vetas doradas. Era probablemente lo que llamamos lapislázuli. La calcedonia era un ágata o silicato verde de cobre que se encontraba en las minas cerca de Calcedonia. Se describía comparándolo con el verde del collar de algunas palomas o con la cola del pavo real. La esmeralda era como la moderna, que Plinio describe como la más verde de todas las piedras verdes. El ónice era blanco interrumpido por capas de rojo y marrón; se usaba especialmente para camafeos. La sardónice o cornalina tomaba su primer nombre de Sardes, donde se encontraba, y era un ágata de color de sangre; era la piedra preciosa más corriente en joyería. La identificación del crisólito, que quiere decir etimológicamente piedra de oro, no es segura; su nombre hebreo quiere decir la piedra de Tarsis, que es probable que fuera Tartessos, en España. Plinio la describe como de un dorado reluciente. Podría ser un tipo de berilo, o de jaspe dorado. El berilo es una variedad de la esmeralda; los mejores eran azul marino o verde marino. El topacio era una piedra transparente, verde-dorada, muy apreciada por los judíos; Job menciona el. topacio de Etiopía (Job 28:19). La crisoprasa es un ágata de color verde manzana (D.R.A.E.). El jacinto lo describen los escritores antiguos como azul-púrpuravioleta. Es probable que fuera el equivalente del moderno zafiro. La amatista se describe como semejante al jacinto, pero más brillante.
¿Tienen estas piedras algún simbolismo?
(i) Descubrimos que ocho de ellas coinciden con otras tantas del pectoral del sumo sacerdote (Éxodo 28:17-20). Puede que Juan usara el pectoral de modelo.
(ii) Bien puede ser que Juan no pretendiera más que hacer notar el esplendor de la Ciudad de Dios, en la que hasta los cimientos eran piedras preciosas de precio incalculable.
(iii) Hay otra posibilidad interesante. En Oriente se creía que la ciudad de los dioses estaba en el cielo. Allí era donde vivían los dioses; el Sol y la Luna y las estrellas eran sus luces; la Vía Láctea era su calle principal; había doce puertas por las que entraban y salían las estrellas para hacer su recorrido. En conexión con la ciudad de los dioses están los signos del Zodiaco, que « comprende los 12 signos, casas o constelaciones que recorre el Sol en su curso anual aparente» (sic. D.R.A.E.). Lo curioso es que los signos del Zodiaco tienen como sus correspondientes piedras preciosas exactamente estas doce. Pongamos en filas paralelas los signos y las piedras.
- Aries – amatista
- Tauro – jacinto
- Géminis – crisoprasa
- Cáncer – topacio
- Leo – berilo
- Virgo – crisólito
- Libra – cornalina
- Escorpión – sardónica
- Sagitario – esmeralda
- Capricornio – calcedonia
- Acuario – zafiro
- Piscis – jaspe
Por lo menos es posible que Juan estuviera pensando en la Ciudad de Dios como la consumación de la antigua idea de la ciudad de los dioses, pero infinitamente más gloriosa.
Pero hay un detalle curioso. En ese, caso, ¡Juan pone los signos del Zodiaco precisamente en orden inverso! Lo que pudiera ser el simbolismo de este hecho no se puede decir, a menos que sea la manera que tiene Juan de decir que la Ciudad de Dios es el reverso exacto de la ciudad de los dioses.
Lo más alucinante de las piedras preciosas de esta descripción es el que las puertas de la Ciudad de Dios fueran cada una una gran perla. En la antigüedad las perlas eran las joyas más valoradas. Toda la vida se pasaba el mercader buscando la perla de gran precio, y entonces vendía todo lo que tenía para adquirirla (Mateo 13:46). Las puertas de perla son un símbolo de una belleza inimaginable y de una riqueza incalculable.