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Apocalipsis 21: La nueva creación

20 ágata; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de ónice; el sexto, de coralina; el séptimo, de crisólito; el octavo, de berilo; el noveno, de topacio; el décimo, de crisopraso; el undécimo, de jacinto, y el duodécimo, de amatista.

21 Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. La calle de la ciudad era de oro puro, transparente como el vidrio.

22 No vi ningún templo en ella, porque el Señor Dios, el Todopoderoso, es su templo, y también el Cordero.

23 La ciudad no tiene necesidad de Sol ni de Luna que la iluminen, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.

24 Las naciones caminarán en su luz, y los reyes de la

25 tierra le traerán su gloria. Sus puertas no se cerrarán nunca de día; y en cuanto a la noche, allí no hay noche.

26 Le llevarán la gloria y el honor de las naciones; pero

27 nada inmundo entrará en ella, ni nadie que practique cosas abominables o que haga uso de la falsedad, sino solo los que estén inscritos en el Libro de la Vida del Cordero.

El portador de la visión

La personalidad del portador de la visión de la Jerusalén celestial tiene que producir sorpresa. Es uno de los ángeles que tenían las siete copas con las últimas siete plagas; y la última vez que nos encontramos con un ángel así era el portador de la visión de la destrucción de Babilonia, la gran ramera. Es extraordinario que en 17:1 la invitación del ángel fuera: «Ven, que yo te mostraré el juicio de la gran ramera,» y en 21:9, tal vez el mismo ángel, dice: «Ven, que yo te mostraré a la Novia, la Esposa del Cordero.»

No se puede decir de seguro lo que representa mucho del simbolismo de este capítulo. Juan debe de haber querido decir algo al hacer que el mismo ángel fuera el portador de tan diferentes mensajes. Puede que Juan quisiera que viéramos que el siervo de Dios no escoge su misión, sino debe hacer lo que Dios le comisiona para hacer, y debe decir lo que Dios le encarga que diga.

El ángel, dice Juan, se le llevó en el Espíritu a una montaña alta. Fue de esta manera como Ezequiel también describió su experiencia: «En visiones de Dios me llevó a la tierra de Israel y me puso sobre un monte muy alto» (Ezequiel 40:2). H. B. Swete indica que sería erróneo tomarlo literalmente; el elevar representa la elevación de espíritu en la que una persona ve las visiones y oye las palabras que le son enviadas por Dios.

La luz de la ciudad

Aquí la traducción es algo difícil. La palabra que se usa para luz es fóstér. La palabra griega para luz es normalmente fós, mientras que fóstér es la que se usa para las luminarias del cielo, el Sol, la Luna y las estrellas, como, por ejemplo, en el relato de la Creación en Génesis 1:14. ¿Es que quiere decir esto que el cuerpo que ilumina la ciudad era como una piedra preciosa? ¿O quiere decir que la radiación que irradiaba toda la ciudad era como los destellos del jaspe?

Creemos que la palabra debe de describir la radiación sobre la ciudad; más adelante se dice claramente que la ciudad no necesita de cuerpo celeste como el Sol o la Luna que le dé luz, porque Dios mismo es su luz.

Entonces, ¿cuál es el simbolismo? H. B. Swete sugiere que se trata de una referencia a Filipenses 2:15. Allí Pablo dice de los cristianos de Filipos: «Vosotros relucís como luces en el mundo.» La Santa Ciudad está habitada por miles y miles de santos de Dios, y bien puede ser que sea el fulgor de estas vidas santificadas lo que le dé ese resplandor maravilloso.

La muralla y las puertas de la ciudad

La ciudad está rodeada con una muralla grande y alta. De nuevo Juan está pensando en términos de las descripciones proféticas de la Jerusalén re-creada. El himno de la tierra de Judá será: « ¡Tenemos una ciudad fuerte; salvación puso Dios por muros y antemuro!» (Isaías 26:1). Zacarías oyó decir a Dios: : « Yo seré para ella un muro de fuego a su alrededor» (Zacarías 2:5). La interpretación más sencilla de la muralla es que es « el inaccesible baluarte de la fe.» La fe es la muralla tras la cual los santos de Dios están seguros frente a los asaltos del mundo, la carne y el diablo.

La muralla tiene doce puertas con los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. La palabra para puerta es interesante.

No es la palabra normal y corriente, pylé, sino pylón, que puede querer decir una de dos cosas. Una casa grande se edificaba en medio de un patio al que se entraba desde la calle por una gran puerta que había en el muro exterior, y que conducía a un vestíbulo espacioso. Pylón también puede querer decir la puerta torreada de una gran ciudad, como la que da acceso a un castillo fortificado.

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