La comunión con Dios
La promesa de Dios de hacer a Israel Su pueblo y de ser el Dios de Israel resuena a lo largo de todo el Antiguo Testamento: « Yo pondré Mi morada en medio de vosotros… Andaré entre vosotros: seré vuestro Dios y vosotros seréis Mi pueblo» (Levítico 26:I1s). En el anuncio de Jeremías del Nuevo Pacto, Dios promete: «Seré el Dios de ellos, y ellos serán Mi pueblo» (Jeremías 31:33). La promesa a Ezequiel es: «Estará en medio de ellos Mi tabernáculo; Yo seré el Dios de ellos, y ellos serán Mi pueblo» (Ezequiel 37:27). La promesa más excelente de Dios es la íntima comunión con El, que alcanzamos cuando podemos decir: « ¡Yo soy de mi Amado, y mi Amado es mío!» (Cantares 6:3).
Esta comunión con Dios conlleva ciertas cosas en la edad dorada. Las lágrimas, la angustia, el clamor y el dolor habrán desaparecido. Ese también había sido el sueño de los profetas en los días antiguos. Isaías dijo de los peregrinos del camino celestial: « Tendrán gozo y alegría, y la tristeza y el gemido huirán de ellos» (Isaías 35:10). « Yo Me alegraré con Jerusalén y Me gozaré con Mi pueblo, y nunca más se oirán en ella voz de llanto ni voz de clamor» (Isaías 65:19). La muerte también habrá desaparecido como soñaban también los antiguos profetas. «Destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor Dios las lágrimas de todos los rostros» (Isaías 25:8).
Esta es una promesa para el futuro; pero aun en el mundo presente son bienaventurados los que lloran, porque recibirán consuelo, y la muerte queda absorbida en la victoria para los que conocen a Cristo y la participación de Sus padecimientos y el poder de Su Resurrección (Mateo 5:4; Filipenses 3:10).
Nuevas todas las cosas
Y el Que está sentado en el Trono dijo: -Fijaos: Yo hago nuevas todas las cosas. -Y se me dijo- : Escribe, porque estas son palabras verdaderas de confianza y verdaderas. -Y me dijo a mí-: ¡Está hecho! ¡Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin! A los sedientos les daré de la fuente del agua de la vida sin que tengan que pagar nada.
Dios habla aquí por primera vez; Él es el Dios que puede hacer nuevas todas las cosas. De nuevo nos encontramos de vuelta entre los sueños de los antiguos profetas. Isaías oyó decir a Dios: «No os acordéis de las cosas pasadas ni traigáis a la memoria las cosas antiguas. He aquí que Yo estoy haciendo algo nuevo» (Isaías 43:18s). Este es el testimonio de Pablo: «Si uno está en Cristo, es una nueva creación» (2 Corintios 5:17). Dios puede tomar a una persona y re-crearla, y algún día creará un universo nuevo para los santos cuyas vidas ha renovado.
No es Dios, sino el Ángel de la Presencia el que da la orden de escribir. Esas palabras se tienen que anotar y recordar; son verdaderas y de absoluta confianza.
« Yo soy el Alfa y la Omega -le dice Dios a Juan-, el principio y el fin.» Ya nos hemos encontrado con este pronunciamiento del Cristo Resucitado en 1:8. De nuevo Juan está oyendo la voz que habían oído los grandes profetas de la antigüedad: « Yo soy el primero y Yo soy el último, y no hay más Dios que Yo» (Isaías 44:6). Alfa es la primera letra del alfabeto griego, y Omega la última. Juan amplía aún más esta afirmación. Dios es el principio y el fin. La palabra para principio es arjé, que no quiere decir simplemente el primero en el tiempo, sino el primero en cuanto origen de todas las cosas. La palabra para fin es telos, que no quiere decir simplemente fin en cuanto a tiempo, sino la meta. Juan está diciendo que toda la vida empieza y termina en Dios. Pablo expresaba lo mismo cuando decía, tal vez un poco más filosóficamente: «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas» (Romanos 11:36), y cuando hablaba de «un solo Dios y Padre de todos nosotros, Que es sobre todos, y por todos, y en todos» (Efesios 4:6).
Sería imposible decir nada más magnífico acerca de Dios. A primera vista podría parecer que Se pone a Dios a tal distancia que no somos para Él más que como las moscas en el cristal de la ventana. Pero, ¿qué viene después? « A los sedientos les daré de la fuente del agua de la vida sin que tengan que pagar nada.» Toda la inmensidad de Dios está a disposición de la criatura humana. « De tal manera amó Dios al mundo que dio…» (Juan 3:16). Dios usa Su grandeza para satisfacer la sed del corazón anhelante.