Hageo tuvo este sueño: La gloria de la segunda Casa será mayor que la de la primera, dice el Señor de los Ejércitos; y daré paz en este lugar, dice el Señor de los Ejércitos (Hageo 2:9).
Ezequiel tuvo el sueño de la Jerusalén reconstruida (capítulos 40 y 48) donde encontramos hasta el detalle de las doce puertas de la ciudad (Ezequiel 48:31-35).
Los autores intertestamentarios tuvieron sus sueños. A la ciudad que Dios amó la hizo más radiante que las estrellas y el sol y la luna; y la engarzó como la joya del mundo e hizo un Templo extraordinariamente hermo so en su santuario, y lo compuso con unas medidas de muchos estadios, con una torre gigantesca que llegaba hasta las nubes a la vista de todos, para que todos los fieles y los justos vieran la gloria del Dios invisible, la visión deleitosa (Oráculos sibilinos 5:420-427).
Y las puertas de Jerusalén se edificarán con zafiro y esmeralda, y todos tus muros con piedras preciosas, las torres de Jerusalén estarán hecha de oro, y sus almenas de oro puro, las calles de Jerusalén estarán pavimentadas con carbunclos y piedras de Ofcr, y las puertas de Jerusalén resonarán con himnos de alegría, y todas sus casas dirán: ¡Aleluya! (Tobías 13:16-18).
Se ve claramente que la nueva Jerusalén era un sueño constante; y que Juan recogió detalles amorosamente de diferentes visiones -las piedras preciosas, las calles de edificios de oro, las puertas siempre abiertas, la luz del mismo Dios que hacía innecesaria la del sol y la luna, la venida de las naciones trayendo sus dones a Jerusalén.
Aquí está la fe. Aunque Jerusalén había sido borrada del mapa, los judíos no perdieron nunca la confianza en que Dios la reedificaría. Es verdad que expresaban sus esperanzas en términos de riqueza material; pero esta era meramente un símbolo de la seguridad de que hay una bienaventuranza eterna para el pueblo fiel del Señor.
La comunión con Dios
Y oí decir a una gran voz del Cielo: -Fijaos: la residencia de Dios está entre los hombres, y morará con ellos, y ellos serán Sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos; y enjugará de sus ojos todas las lágrimas, y ya no habrá más muerte, ni angustia, ni clamor, ni habrá más dolor; porque habrán desaparecido las cosas primeras.
Aquí tenemos la promesa de la comunión con Dios, con todas sus preciosas consecuencias. La voz pertenece a uno de los Ángeles de la Presencia.
Dios va a poner Su residencia entre los hombres. La palabra que se usa para residencia es skéné, literalmente Su tienda; pero en el uso religioso no quería decir una morada provisional. Aquí hay dos ideas principales.
(i) Skéné es la palabra que se usa para Tabernáculo. En la peregrinación por el desierto, el Tabernáculo era una tienda, la skéné par excellence. Así es que esto quiere decir que Dios va a fijar Su residencia con la humanidad para siempre, va a conceder Su presencia para siempre. Aquí, en este mundo, entre las cosas del espacio y el tiempo, nuestra consciencia de la presencia de Dios es espasmódica; pero en el Cielo seremos conscientes de Su presencia permanentemente.
(ii) Hay dos palabras extrañamente relacionadas en sonido y en sentido, una hebrea y la otra griega, que llegaron a relacionarse indeleblemente en el pensamiento cristiano primitivo. Skiné es la griega, y shejiná (de la raíz sh-k-n) la hebrea. La relativa semejanza de sonido, como hacemos corrientemente al traducir de una lengua a otra, hacía que no se pudiera oír la una sin pensar en la otra. En consecuencia, decir que la skéné de Dios va a estar con la humanidad hacía pensar inmediatamente que la shejiná de Dios iba a estar con la humanidad. En los tiempos del Antiguo Testamento la shejiná tomaba la forma de una nube resplandeciente que aparecía y desaparecía. Leemos, por ejemplo, que esa nube llenó el Templo de Salomón cuando lo dedicaron (1 Reyes 8: IOs). En la nueva era la gloria de Dios no va a ser transitoria, sino morará permanentemente con el pueblo de Dios.