Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar dejará de existir.
Juan ha visto la suerte de los malvados, y ahora ve la de los bienaventurados. El sueño de unos cielos nuevos y una tierra nueva estaba profundamente arraigado en el pensamiento judío. «Porque he aquí -le dijo Dios a Isaías- que Yo crearé nuevos cielos y nueva tierra. De los pasados no habrá memoria, ni volverán al pensamiento» (Isaías 65:17). Isaías habla de los cielos y la tierra nuevos que Dios hará, en los que la vida será un continuo acto de adoración (Isaías 66:22). Esta idea es igualmente firme entre los dos Testamentos. Es la promesa de Dios: « Transformaré los cielos, haciéndolos una bendición y una luz eternas; y transformaré la tierra y la haré bendición» (Henoc 45:4). Habrá una nueva creación que permanecerá por toda eternidad (Henoc 72:1). Los primeros cielos pasarán, y aparecerán los nuevos; la luz del cielo será siete veces más brillante; y la nueva creación permanecerá para siempre (Henoc 91:16). El Todopoderoso sacudirá la creación, pero será para renovarla (2 Baruc 32:6). Dios renovará Su creación (2 Esdras 7:75).
El cuadro está siempre presente, y sus elementos son siempre los mismos: El dolor se olvida, el pecado es vencido, las tinieblas llegan a su fin, la temporalidad del tiempo sé convierte en la perdurabilidad de la eternidad. Esta creencia continua es testigo de tres cosas: del insaciable anhelo de inmortalidad del alma humana, del sentido inherente del pecado del hombre y de su fe en Dios.
En esta visión de la bienaventuranza, futura nos encontramos con una de las frases más famosas del Apocalipsis: « Y el mar dejará de existir.» Esta frase tiene un doble trasfondo.
(i) Tiene el trasfondo de las grandes creencias mitológicas del tiempo de Juan. Ya hemos visto que en la historia babilónica de la creación del mundo hay una larga lucha entre Marduk, el dios de la creación, y Tiamat, el dragón del caos. En esa historia, el mar, las aguas debajo del firmamento, llegaron a ser la morada de Tiamat. El mar era siempre un enemigo. Los egipcios lo veían como el poder que se tragaba las aguas del Nilo y dejaba los campos desiertos. La identificación del mar con la muerte es corriente en muchas culturas, y no menos en la española:
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos. (Jorge Manrique).
(ii) Tiene mucho más que un trasfondo humano. Los pueblos antiguos odiaban el mar, aun cuando, para el tiempo de Juan, llevaban largo tiempo navegando lejos. No tenían brújulas; y, por tanto, en la medida de lo posible, se guiaban por las costas.
Tenemos que llegar a la Edad Moderna para encontrarnos con personas a las que les encanta hacerse a la mar. Matthew Arnold hablaba del «mar salado enajenante.» El Dr. Johnson observaba una vez con amargura que nadie que tuviera sentido suficiente para acabar en la cárcel escogería hacerse a la mar. Hay una vieja historia de uno que estaba cansado de batallar con la mar. Se echó un remo al hombro y se puso en camino con la intención de viajar tierra adentro hasta que encontrara gente que supiera tan poco del mar que le preguntara qué era eso tan raro que llevaba al hombro y para qué servía.
Los oráculos sibilinos (5:447) dicen que el mar se secará en el tiempo del fin. La ascensión de Moisés (10:6) dice que el mar volverá al abismo. En los sueños judíos el fin del mar es el fin de una fuerza hostil a Dios y al hombre.
La nueva Jerusalén
Y vi la Santa Ciudad, la nueva Jerusalén, descender del Cielo, de con Dios, como una esposa engalanada para su marido.
Aquí tenemos otra vez un sueño de los judíos que nunca murió: el sueño de la restauración de la Santa Ciudad de Jerusalén. Una vez más advertimos que esto tiene un doble trasfondo.
(i) Tiene un trasfondo que es esencialmente griego. Una de las grandes aportaciones al pensamiento filosófico universal fue la de las ideas o formas Platón. Enseñaba que existía en el mundo invisible la forma o idea perfecta cada cosa de la tierra, y que todas las cosas terrenales eran copias imperfectas de realidades celestiales. En ese caso, hay una Jerusalén celestial de la que es copia imperfecta la Jerusalén terrenal. Es lo que Pablo está pensando cuando habla de la Jerusalén de arriba (Gálatas 4:26), y también lo que tiene en mente el Autor de Hebreos cuando habla de Jerusalén la celestial (Hebreos 12:22).
Esa forma de pensamiento dejó su impronta en las visiones judías entre los dos Testamentos. Leemos que en la edad mesiánica se dejará ver la Jerusalén que es invisible (2 Esdras 7:26). El autor de 2 Esdras dice que se le concedió una visión de ella hasta donde era posible para ojos humanos soportar la visión de la gloria celestial (2 Esdras 10:44-59). En 2 Baruc se dice que Dios hizo la Jerusalén celestial antes que el Paraíso, que Adán la contempló antes de pecar, que se le mostró en visión a Abraham, que Moisés la vio en el Monte Sinaí, y que está ahora en la presencia de Dios (2 Baruc 4:2-6).
Esta concepción de las formas preexistentes puede que nos parezca extraña; pero tras ella está la gran verdad de que el ideal existe de veras. Quiere decir además que Dios es la Fuente de todos los ideales. El ideal es un desafío, que, aunque no se realice en este mundo, todavía puede que se realice en el mundo por venir.
(ii) El segundo trasfondo de la concepción de la nueva Jerusalén es totalmente judío. Los judíos siguen orando en su liturgia sinagogal: Y vuélvete con compasión a Tu ciudad de Jerusalén, y mora en ella como has prometido; y apresúrate a reconstruirla en nuestros días con una estructura perdurable; y apresúrate a establecer allí el trono de David. ¡Bendito seas Tú, oh Señor, el Edificador de Jerusalén!
La visión que tuvo Juan de la nueva Jerusalén usa y amplia muchos de los sueños de los profetas. Copiaremos algunos de estos sueños para que quede claro de una ojeada cómo se refleja una y otra vez el Antiguo Testamento en Apocalipsis.
Isaías tuvo estos sueños: ¡Pobrecita, fatigada con tempestady sin consuelo! He aquí que Yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre zafiros te fundaré. (Isaías 54:1ls).
Extranjeros edificarán tus muros y sus reyes estarán a tu servicio… Tus puertas estarán de continuo abiertas: no se cerrarán ni de día ni de noche… Mamarás la leche de las naciones, el pecho de los reyes mamarás… En vez de bronce traeré oro, y plata en lugar de hierro; bronce en lugar de madera, y hierro en lugar de piedras… Nunca más se hablará de violencia en tu tierra, ni de destrucción o quebrantamiento en tus términos; llamarás « Salvación» a tus murallas, y a tus puertas «Alabanza. » El sol ya no te hará falta para la luz del día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que el Señor te será por luz eterna, y tu Dios será tu gloria. No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque el Señor te será por luz eterna, y los días de tu luto se habrán acabado (Isaías 60:10-20).