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Apocalipsis 18: La endecha por Roma

El beber perlas disueltas en vinagre era una ostentación corriente. Se dice que Cleopatra había disuelto y bebido una perla que valía 16,000,000,000. Valerio Máximo sirvió una perla disuelta a cada uno de sus invitados en una fiesta, y él mismo -nos cuenta Horacio- se tragó la perla del pendiente de Metalla disuelta en vino para poder decir que se había tragado de un golpe un millón de sestercios.

Era una época de una glotonería insólita. Se servían a los huéspedes en los banquetes platos de sesos de pavo real y de lenguas de ruiseñor. Vitelio, que fue emperador menos de un año, consiguió gastar 1,500,000,000 principalmente en comida.

Suetonio nos cuenta cuál era su plato favorito: « En él mezclaba hígado de lucio, sesos de faisán y pavo real, lengua de flamenco, y leche de lampreas, traídos por sus capitanes y trirremes de todo el imperio, desde Partia hasta el estrecho de España.» Petronio describe las escenas del banquete de Trimalco: «Un plato representaba los doce signos del zodíaco… Otro era un gran oso, con cestas de confites colgándole de los colmillos. Un gigantesco cazador barbudo le abría el costado con un cuchillo de caza, y salía de la herida una bandada de zorzales que eran cazados diestramente en redes mientras volaban por la habitación. Hacia el final de la comida los huéspedes alucinaban con los sonidos extraños del techo y el temblor de todo el salón. Cuando miraron hacia arriba vieron que el techo se abría de pronto y bajaba una gran bandeja circular con una figura de Príapo trayendo toda clase de frutas y bombones.»

Cuando Juan estaba escribiendo, había invadido Roma una especie de locura extravagante y pródiga a más no poder a la que sería difícil encontrar ningún paralelo en la Historia.

El lamento de los comerciantes

Y los comerciantes de la tierra llorarán y harán duelo por ella, porque ya no hay quien compre sus mercancías: productos de oro y plata y piedras preciosas y perlas; lino fino y púrpura y seda y escarlata; toda clase de madera de tuya, de objetos de marfil, maderas costosas, y objetos de bronce y hierro y mármol; canela y perfumes e incienso y mirra y olíbano; vino y aceite; flor de harina y trigo; ganado vacuno y lanar; caballos y carrozas, y esclavos en cuerpo y alma. Las frutas más apetecibles han desaparecido, y todas tus delicias y tus delicadezas han perecido, para no recuperarse ya nunca más. Los comerciantes que traficaban con estos productos, que se hicieron ricos en su comercio con ella, se quedarán lejos no sea que les alcance su tortura, llorando y haciendo duelo: – ¡Ay, ay! -dirán- . ¡Qué pena de la gran ciudad, la ciudad que se vestía de hilo y púrpura y escarlata, la ciudad que se decoraba con oro y plata y piedras preciosas y perlas; porque en un instante se ha desvanecido tanta riqueza!

Los lamentos de los reyes y de los comerciantes deberían leerse en paralelo con el lamento sobre Tiro en Ezequiel 26 y 27 con el que tienen mucho en común.

El lamento de los comerciantes es puramente egoísta. Toda su tristeza se la produce el que haya desaparecido el mercado del que sacaban tantos beneficios. Es significativo que tanto los reyes como los comerciantes se paran lejos para observar, no sea que les alcance algo de la desgracia que le ha sobrevenido a Roma. No le echan una mano para ayudarla en su última agonía; no sintieron nunca amor por ella; su vinculación era el lujo que ella deseaba y los negocios que les producía. Aprenderemos todavía más del lujo de Roma si miramos en detalle algunos de los productos que llegaban a ella. En el tiempo cuando Juan estaba escribiendo esto había en Roma una pasión por las vajillas de plata. La plata llegaba especialmente de Cartagena, en España, donde había cuarenta mil hombres en las minas de plata. Platos, tazones, jarras, fruteros, estatuillas, vajillas completas se hacían de plata sólida. Lucio Craso había comprado cacharros de plata que le habían costado el equivalente de 20,000 pesetas por cada kilo de plata que había en ellos. Hasta un general guerrero como Pompeyo Paulino llevaba en sus campañas cacharros de plata que pesaban 5,000 kilos, la mayor parte de los cuales cayó en manos de los godos como botín de guerra. Plinio nos cuenta que algunas mujeres no se bañaban nada más que en baños de plata, los soldados tenían espadas con empuñaduras y vainas con cadenas de plata, aun las mujeres pobres tenían ajorcas de plata, y hasta las esclavas tenían espejos de plata. En las Saturnalias, las fiestas que caían en el tiempo que ocuparía más tarde la Navidad, y en las que se daban regalos, a menudo estos eran cucharillas de plata y cosas por el estilo, y cuanto más ricos eran los donantes más ostentosos los regalos. Roma era una ciudad de plata.

Era una época en la que gustaban apasionadamente las piedras preciosas y las perlas. Fue principalmente después de las conquistas de Alejandro Magno cuando llegaron las piedras preciosas a Occidente. Plinio decía que la fascinación de una joya consistía en que el poder mayestático de la naturaleza se cifraba en un reducido espacio.

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