¡Salid!
Y oí otra voz del Cielo que decía: -¡Salid, pueblo mío, de ella, para no estar involucrados en sus pecados, ni participar de sus plagas; porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo, y Dios tiene presentes sus obras inicuas.
Se les dice a los cristianos que salgan de Roma antes que llegue el día de su destrucción, no sea que al estar involucrados en sus pecados lleguen a participar de su condenación. H. B. Swete dice que esta llamada a salir resuena a lo largo de la historia de Israel. Dios siempre está exhortando a Su pueblo a que corte su relación con el pecado y se mantenga firme con Él y por Él.
Esa fue la llamada de Dios a Abraham: «El Señor había dicho a Abraham: «Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré»» (Génesis 12:1). Fue la llamada a Lot antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra, que él comunicó a sus yernos: « ¡Levantaos, salid de este lugar, porque el Señor va a destruir esta ciudad!» (Génesis 19:12-14). Fue la llamada que se dirigió a Moisés en los días de la maldad de Coré, Datán y Abiram: « ¡Apartaos de los alrededores de la tienda de Coré, Datán y Abiram… Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos!» (Números 16:23-26). « ¡Salid de Babilonia! -dijo Isaías- ¡Huid de entre los caldeos!» (Isaías 48:20). «¡Huid de en medio de Babilonia -decía Jeremías-, salid de la tierra de los caldeos!» (Jeremías 50:8). « ¡Huid de en medio de Babilonia! ¡Poneos a salvo, para que no perezcáis a causa de su maldad!» (Jeremías 51:6). « ¡Salid de en medio de ella, pueblo mío, y salvad vuestra vida del ardor de la ira del Señor!» (Jeremías 51:45). Es el grito del que resuena el eco en el Nuevo Testamento. Pablo escribe a los corintios: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque, ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Qué armonía puede haber entre Cristo y Belial?» (2 Corintios 6:14s). « ¡No te involucres en los pecados de otro! ¡Mantente limpio!» (1 Timoteo 5:22).
Swete señala acertadamente que este grito y desafío no supone salir en un momento determinado. Implican una cierta «independencia de espíritu en medio del tráfago del mundo.» Describen la separación del mundo que es esencial al cristiano. La palabra más corriente para cristiano en el Nuevo Testamento es háguios, cuyo sentido básico es diferente. El cristiano no se conforma, no toma la forma del mundo, sino se transforma en algo distinto del mundo (Romanos 12:2). No es cuestión de retirarse del mundo, sino de vivir de una manera diferente en medio del mundo.
La condenación del orgullo
Págale con la misma moneda con que pagó ella a otros, y devuélvele el doble de lo que ella ha hecho. Escánciale doble medida en la copa que ella usaba con los demás. En proporción con su presunción y su desenfreno, dale otro tanto de tormento y llanto; porque ella se dice para sus adentros: «Estoy situada como una reina. No soy ninguna viuda. No experimentaré desgracias.» Precisamente por eso se le echarán encima sus plagas un día peste y lágrimas y hambre- y la quemarán viva, porque el Señor Dios Que es Quien la juzga es poderoso.
Este pasaje habla en términos de castigo; pero la orden de vengarse de Roma no va dirigida a hombres, sino a un ángel, el instrumento divino de la justicia. La venganza pertenece a Dios, y solo a Él. Aquí tenemos dos verdades que debemos tener presentes.
(i) Hay una ley en la vida según la cual uno siembra lo que luego segará. Hasta en el Sermón de la Montaña se alude a esa ley: «Con la medida con que midáis a otros se os medirá a vosotros» (Mateo 7:2). El doble castigo y la doble recompensa proceden del hecho de que en la ley judía frecuentemente uno que era responsable de pérdida o de daño tenía que devolver el doble. (Éxodo 22:4,7,9). «Hija de Babilonia, la desoladora -dice el salmista-: ¡Bendito sea el que te pague con la misma moneda lo que tú nos hiciste!» (Salmo 137:8). «Pagadle según sus obras -dice Jeremías de Babilonia-; conforme a todo lo que ella os hizo, haced vosotros con ella; porque contra el Señor se ensoberbeció, contra el Santo de Israel» (Jeremías 50:29). No se puede escapar del hecho de que el castigo sigue al pecado, y más cuando ese pecado ha supuesto tratar cruelmente a los semejantes.
(ii) Encontramos aquí la seria advertencia de que todo orgullo será humillado algún día. El pecado supremo de Roma había sido el orgullo. Juan habla en términos del Antiguo Testamento. Reproduce el antiguo juicio sobre Babilonia: Dijiste: «¡Para siempre seré señora!», pero no pensaste en esto, ni has tenido en cuenta cómo acabarías. Oye, pues, ahora esto, mujer voluptuosa, tú que estás asentada confiadamente, y que dices para tus adentros: «Yo soy la única, y no hay otra que me haga sombra; no quedaré viuda ni experimentaré orfandad.» Estas dos cosas te vendrán de repente, en un mismo día: orfandad y viudez. Con toda su fuerza vendrán sobre ti, a pesar de la multitud de tus hechizos y de tus muchos encantamientos. (Isaías 47:7-9).