Los mismos judíos odiaban a la familia de Anás. Hay un texto en el Talmud que dice: « ¡Ay de la casa de Anás! ¡Ay de su silbido de serpientes! Son sumos sacerdotes; sus hijos son los tesoreros del templo; sus yernos, los guardias del templo, y sus criados arremeten contra los fieles a garrotazos.» Anás y su familia eran célebres.
Ahora podemos entender por qué había dispuesto Anás que le llevaran a Jesús en primer lugar a él: Jesús había atentado contra sus intereses creados, había echado del templo a los vendedores de víctimas y había tocado a Anás en la parte más sensible de su persona, la bolsa. Anás quería ser el primero en regodearse en la captura de aquel perturbador galileo.
La vista ante Anás fue una burla de la justicia. Era uno de los principios de la jurisprudencia judía que no se le podían hacer a un preso preguntas que le pudieran incriminar. Maimónides, el gran judío cordobés que es una autoridad en tantas materias, estableció: «Nuestra auténtica ley no inflige la pena de muerte a ningún culpable por su sola confesión.» Anás violó los principios de la justicia judía cuando interrogó a Jesús. Fue eso precisamente lo que Jesús le recordó. Le dijo: «No Me hagas preguntas a Mí. Házselas a los que Me han oído.» Lo que estaba diciendo era en realidad: «Lleva mi caso como es debido y justo. Examina a tus testigos como es tu derecho y deber. Deja de interrogarme a Mí, que es algo que no tienes derecho a hacer.» Cuando Jesús dijo aquello, uno de los agentes Le dio una bofetada, y Le dijo: «¿Es que vas a enseñarle Tú al sumo sacerdote cómo tiene que conducir un juicio?» Y Jesús le contestó: « Si he dicho o enseñado algo que no es legal, se debe aportar testimonio. No he hecho más que citar la ley. ¿Y me pegas por eso?»
Jesús no tenía la menor esperanza de justicia. Había tocado los intereses creados de Anás y sus colegas, y sabía que estaba condenado antes de ser juzgado. Cuando uno está implicado en un negocio sucio, su único deseo es eliminar a cualquiera que se le oponga. Si no lo puede hacer por las buenas, lo hará por las malas.
Héroe y cobarde
Simón Pedro iba siguiendo a Jesús con otro discípulo. Ese otro era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús al patio de la casa, mientras que Pedro se quedó fuera, a la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del sumo sacerdote, salió a hablar con la portera, y metió a Pedro adentro.
La criada que estaba a la puerta le dijo a Pedro: -Tú no eres uno de los discípulos de Ése, ¿verdad? -¡Claro que no! -respondió Pedro. Los criados y los agentes estaban alrededor de un brasero que habían encendido; porque hacía frío, y estaban calentándose. Y Pedro también se puso entre ellos para calentarse… Simón Pedro estaba de pie, calentándose, cuando le dijeron: -¡Tú no puedes negar que eres uno de Sus discípulos! Pero él lo negó, y dijo: -¡No lo soy! Uno de los servidores del sumo sacerdote, pariente del otro al que Pedro le había cortado la oreja, dijo:
-¿Es que no te vi yo en el huerto con Él? Y otra vez Pedro lo negó; y acto seguido cantó el gallo.
Cuando los otros discípulos abandonaron a Jesús y huyeron, Pedro se negó a hacerlo. Siguió a Jesús, aún después del arresto, porque no podía hacer otra cosa. Y así llegó a la casa del sumo sacerdote Caifás en compañía de otro discípulo que tenía acceso a la casa porque era conocido del sumo sacerdote.
Ha habido muchas especulaciones acerca de quién era el otro discípulo. Algunos han dicho que sería simplemente algún discípulo desconocido cuyo nombre no sabremos nunca. Otros le han identificado con Nicodemo o con José de Arimatea, que eran miembros del sanedrín y conocerían bien al sumo sacerdote. Una curiosa sugerencia es quesería Judas Iscariote, que habría estado yendo y viniendo bastante para preparar su traición y ya le conocerían la portera y el mismo sumo sacerdote. Pero lo único que parece descartar esta teoría es que, después de la escena del huerto, la participación de Judas en la traición habría quedado clara, y es increíble que Pedro tuviera el menor contacto con él. El punto de vista tradicional es que el discípulo innominado no era otro que el mismo Juan; y la tradición es tan unánime que es difícil descartarla. La cuestión es, en ese caso, cómo es que el galileo Juan era conocido, y al parecer bastante íntimamente, del sumo sacerdote. Se han hecho dos sugerencias para explicarlo.