Hitler no pudo decirlo aunque era bien evidente que Alemania estaba derrotada en la Segunda Guerra Mundial y el fin de su régimen había llegado. Después de tomar la determinación de suicidarse, Hitler mandó a los niños de 12 a 15 años que continuasen la defensa de Berlín. No podría admitirse a sí mismo ni a los demás que esto era inútil; el fin le había llegado.
Solamente Dios puede crear algo “nuevo” después de la muerte, el fin de una nación o una persona; de esto Isaias 43:19 y 1 Corintios 15 nos dan amplio testimonio. Amós sabía que el fin de la nación era inminente, pero también sabía que los planes de Dios nunca llegan a su “fin”. Dios queda en control; él seguirá su propio plan por la eternidad.
Juicio de Jehová contra la avaricia
Este sermón es muy semejante a otros que comienzan con un llamado a oír la Palabra de Dios. Es dirigido a los que explotan a los pobres. La sociedad de Israel había dejado de ser una comunidad que vivía de la agricultura y había llegado a ser una que vivía del comercio. Era un cambio radical para todos, muy semejante a la revolución industrial que cambió totalmente la economía de Inglaterra a principios del siglo XIX. En este sermón Amós toca de nuevo los temas que destacó en el capítulo dos del libro.
En 8:4-6 el profeta ataca el fraude en el comercio: empleaban medidas más chicas que las del tamaño oficial y utilizaban balanzas falsas. Todo esto se hacía en los negocios sin pensar en los pobres que compraban con sacrificio estos artículos básicos para la comida diaria: el pan. Es muy interesante que entre los códigos del Medio Oriente antiguo solamente los hebreos tenían leyes que prohibían el uso de medidas fraudulentas. Se entiende que un pueblo consagrado a Dios no debe hacer semejante injusticia a su prójimo, a quien debe amar porque Dios lo manda.
Estos versículos muestran que había un plan premeditado para acabar con los agricultores pequeños y obreros pobres endeudándolos hasta que perdieran sus tierras, sus casas y su independencia, hasta que no les quedara más remedio que venderse a sí mismos o a sus hijos como esclavos.
En la actualidad en todas partes del mundo el pequeño agricultor tiene problemas económicos. Muchos han perdido la esperanza de poder continuar con sus terrenos y su producción por la competencia de los agricultores que tienen grandes terrenos, equipos modernos y contratos internacionales para sus productos. El mensaje del profeta Amós debe ser oído para que todas aquellas personas sean tratadas con justicia y compasión en lugar de que se les quite su forma de sustento y, como consecuencia, su autoestima como personas.
Es muy fácil decir: “En 100 años nadie se acordará de lo que hacemos hoy”. El pueblo tenía un concepto de un Dios benévolo; había hecho caso omiso a tantos pecados y todavía ellos existían como nación. Es más, habían alcanzado un nivel de prosperidad como la de Salomón, plena evidencia de que Dios no los consideraba muy malos. Por otro lado, seguramente muchos pensaban que el Dios de las estrellas y toda la tierra no dedicaba tiempo a pensar en una nación tan pequeña. Era obvio, pensaban, que no le importara a Dios lo que la gente hacía en este país pequeño al lado del mar Grande.
Estos pensamientos estaban muy lejos de la mente de Dios. Dios no paga cada viernes, pero sí paga finalmente. Amós dice que Dios ha jurado por el orgullo de los hijos de Jacob que no va a pasar por alto los pecados de esta gente que estaba consciente de lo que hacía.
Amós ya no habla solamente de un ejército humano que va a invadir sus territorios; también habla de un terremoto de proporciones desconocidas hasta aquel entonces. La tierra se va a mover como un río agitado con distintas cascadas enormes de agua que se precipitarán de las montañas. Es más, todo será acompañado con un eclipse de sol como nunca se ha visto antes. Se ha calculado que hubo un eclipse parcial de sol, visible en Israel el 15 de junio del 763 a. de J.C. y otro eclipse total el 9 de febrero del 784 a. de J.C. Es importante aquí hacer referencia a las palabras de Jesús en Mateo 24:6-8. Sin duda Dios emplea los desastres naturales para sus propósitos, pero solo Dios sabe cuándo va a ser el momento del regreso de Jesús y el fin de esta edad.
No debemos menospreciar a Amós; él sabía que Dios iba a mandar un “día de amargura” sobre este pueblo escogido y protegido por Dios pero también tan ingrato. En nuestra época también, cuando ocurre un terremoto o una inundación, debemos recordar que todo esto nos demuestra quién es el dueño absoluto de la tierra y quién tiene la última palabra sobre lo que pasa en esta tierra. El cristiano debe recordar en momentos así la promesa de Cristo: “En el mundo tendréis aflicción, pero ¡tened valor; yo he vencido al mundo!”.