La multitud seguía juntándose alrededor de Jesús. Algunos de los fariseos y maestros de la ley dijeron entonces: Maestro, queremos verte hacer alguna señal milagrosa. Jesús les contestó: La gente de este tiempo es malvada e infiel; pide una señal milagrosa; pero no va a dársele más señal que la del profeta Jonás. Así como Jonás fue una señal para la gente de Nínive, también el Hijo del hombre será una señal para la gente de este tiempo. Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches dentro del gran pez, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches dentro de la tierra. Los de Nínive se levantarán en el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, y la condenarán; porque los de Nínive se volvieron a Dios cuando oyeron el mensaje de Jonás, y lo que hay aquí es mayor que Jonás. También la reina del Sur se levantará en el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, y la condenará; porque ella vino de lo más lejano de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y lo que hay aquí es mayor que Salomón. Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, anda por lugares secos buscando descanso; y si no lo encuentra, piensa: Regresaré a mi casa, de donde salí. Cuando regresa, encuentra a ese hombre como una casa desocupada, barrida y arreglada. Entonces va y reúne otros siete espíritus peores que él, y todos juntos se meten a vivir en aquel hombre, que al final queda peor que al principio. Eso mismo le va a suceder a esta gente malvada. Mateo 12:38-45; Lucas 11: 24-26; 11:29-32
Los judíos -dijo Pablo- demandan señales (1 Corintios 1:22). Era característico de los judíos eso de pedir señales y milagros de los que pretendían ser mensajeros de Dios. Era como si dijeran: Presenta tus credenciales haciendo algo extraordinario. Edersheim cita un pasaje de las historias rabínicas para ilustrar la clase de cosa que esperaba del Mesías la opinión popular: Cuando le preguntaban a un rabino sus discípulos acerca de la venida del Mesías, él respondía: Me temo que también me vais a exigir a mí una señal. Y cuando le prometían no hacerlo, les decía que la puerta de Roma se caería y se reconstruiría, y caería otra vez y ya no habría tiempo para restaurarla antes que viniera el Hijo de David. Ellos le seguían insistiendo, aunque él se resistía a decirles una señal. Se les dio una señal: que las aguas que salían de la cueva de Banías se volverían sangre.
Otra vez, cuando desafiaban la enseñanza de rabí Eliezer, él adujo ciertas señales. En primer lugar, un algarrobo se trasladó de su sitio cuando él se lo mandó cien codos, según algunos, y cuatrocientos según otros. Después, los canales de agua empezaron a correr hacia atrás. Las paredes de la academia se inclinaron hacia adelante, y solo se detuvieron a la orden de otro rabino.
Por último, Eliezer exclamó: «Si la Ley es como yo la enseño, que el Cielo lo demuestre.» Y se oyó una voz del cielo que decía: «¿Por qué os metéis vosotros con rabí Eliezer? Porque la instrucción es como él la enseña.»
Esa era la clase de señal que querían los judíos, porque eran culpables de un error fundamental: querían ver a Dios en lo anormal; olvidaban que no estamos nunca más cerca de Dios, y Dios no Se nos muestra tanto y tan continuamente como en las cosas normales de cada día.
Jesús dijo que eran una generación malvada y adúltera. La palabra adúltera no hay que tomarla literalmente; quiere decir apóstata. Detrás de ella hay una figura favorita de la literatura profética del Antiguo Testamento. La relación entre Dios e Israel se concebía como un vínculo matrimonial con Dios como marido e Israel como esposa. Por tanto, cuando Israel era infiel y les daba su amor a otros dioses, se decía que la nación había cometido adulterio y se había prostituido con dioses extranjeros. En tiempos del rey Josías me dijo el Señor: «¿Has visto lo que hizo la rebelde Israel? Fue y se dedicó a la prostitución sobre toda loma alta y bajo todo árbol frondoso. Yo pensé que, aun después de todo lo que ella había hecho, volvería a mí; pero no volvió. Su hermana, la infiel Judá, vio esto; y vio también que yo repudié a la rebelde Israel y que me divorcié de ella precisamente por el adulterio cometido. Pero Judá, la infiel hermana de Israel, no tuvo temor, sino que también ella fue y se dedicó a la prostitución. Y lo hizo con tanta facilidad, que profanó el país. Me fue infiel adorando a las piedras y a los árboles y después de todo esto, la infiel Judá tampoco volvió a mí de todo corazón, sino que me engañó. Yo, el Señor, lo afirmo.» El Señor me dijo: «La rebelde Israel es menos culpable que la infiel Judá. (Jeremías 3:6-11) Este un pasaje típico. Aquí se dice que la nación ha subido a todos los montes altos, y se ha tendido bajo todos los árboles frondosos para hacer de ramera. Hasta cuando Dios se había divorciado de Israel por sus infidelidades, Judá no se dio por enterada y se prostituyó.