2 Timoteo 4: Las bases para la llamada de Pablo

(iii) La otra referencia a Lucas se encuentra en Filemón 24, donde Pablo le llama su colaborador. Lucas no se conformaba simplemente con escribir ni con ayudar como médico; trabajaba en lo que fuera. La Iglesia está llena de personas que hablan, y de gente que está allí más por lo que pueda sacar que pára aportar nada; Lucas era uno de esos inapreciables -los obreros de la Iglesia.

(iv) Hay otra posible referencia a Lucas en el Nuevo Testamento. 2 Corintios 8:18 menciona al «hermano que es famoso en todas las iglesias.» Desde los primeros tiempos se ha identificado a este anónimo como Lucas. Era el hombre de quien todos hablaban bien. Era el hombre que era leal hasta la muerte, esencialmente amable, dedicado a la obra. De un hombre así hablan bien todos los hermanos.

Todavía nos queda en este cuadro otro nombre con una historia oculta pero emocionante.

El hombre que se redimió a sí mismo

Pablo le insiste a Timoteo que se lleve consigo a Marcos, «porque me es útil para el ministerio.» La palabra ministerio no se usa aquí en su sentido eclesiástico especializado, sino en el más amplio de servicio. «Tráeme a Marcos dice Pablo-, porque es muy útil para prestar servicios.» Como lo pone E. F. Scott: «Trae a Marcos, que puede echar una mano en muchas cosas.» O, como diríamos coloquialmente: «Tráete a Marcos, que es una persona que conviene tener a mano.»

Marcos tuvo una carrera de casillas blancas y negras como un tablero de ajedrez. Era muy joven cuando empezó la Iglesia, pero vivió en su mismo centro. Fue a la casa de María, la madre de Marcos, adonde Pedro dirigió sus pasos cuando escapó misteriosamente de la cárcel, y podemos deducir que esa casa era el lugar de reunión de la iglesia de Jerusalén (Hechos 12:12).

Cuando Pablo y Bemabé se pusieron en camino en su primer viaje misionero llevaron consigo a Marcos -JuanMarcos era su nombre completo- como ayudante (Hechos 13:5). Parecía elegido para una gran carrera en la compañía de Pablo y en el servicio de la Iglesia. Pero entonces sucedió algo. Cuando Pablo y Bemabé salieron de Panfilia y prosiguieron tierra adentro por el difícil y peligroso camino que conducía a la meseta central de Asia Menor, Marcos los dejó y se marchó a su casa (Hechos 13:13). Le fallaron los nervios, y se volvió atrás.

Pablo tomó aquella defección muy en serio. Cuando estaban a punto de iniciar su segundo viaje misionero, Bemabé -que era pariente de Marcos (Colosenses 4:10)- propuso que llevaran a Marcos con ellos otra vez, pero Pablo se negó en redondo a tener nada que ver por segunda vez con aquel rajado, y hubo tal desacuerdo entre Pablo y Bernabé por el asunto de Marcos que se separaron y ya no volvieron a trabajar juntos por lo que sabemos (Hechos 15:36-40). Así es que hubo un tiempo cuando Pablo no quiso saber nada de Marcos, porque le consideraba un malqueda de poco fiar y no le quería tener en su equipo.

No sabemos lo que pasó con Marcos después de aquello. La tradición cuenta que fue a Egipto y fundó allí la iglesia cristiana. Pero, hiciera lo que hiciera, lo cierto es que se redimió a sí mismo. Cuando Pablo se pone a escribir Colosenses desde la cárcel romana, Marcos estaba con él, y Pablo le recomienda a la iglesia colosense y les encarga que le reciban. Y ahora, cuando está llegando a su fin, el hombre que Pablo quiere tener cerca, junto a su querido Timoteo, es Marcos, porque es un hombre útil para tener a mano. El desertor se había convertido en el hombre servicial que podía echarle una mano a Pablo en cualquier cosa de la obra del Evangelio.

Fosdick tiene un sermón con el título animador de «Nadie tiene por qué seguir siendo el mismo.» Marcos es la prueba: es nuestro ánimo e inspiración, porque falló pero se rehabilitó. Jesucristo sigue pudiendo hacer a los espíritus cobardes valerosos, e infundir nervio para la lucha al brazo flojo. Puede despertar al héroe dormido en el alma de cada persona, y trocar la vergüenza del fracaso en el gozo del servicio triunfante.

Así es que la lista de nombres continúa. De Crescente no sabemos absolutamente nada. Tito fue otro de los lugartenientes más fieles de Pablo. «Mi verdadero hijo,» le llama Pablo (Tito 1:4). Cuando le preocupaba la situación de la iglesia corintia, Tito fue uno de los emisarios de Pablo en la lucha para remediar las cosas (2 Corintios 2:13; 7:6,13; 12:18). A Tíquico le había encargado llevar las cartas a los colosenses (Colosenses 4: 7), y a los efesios (Efesios 6:21). El grupito de ayudantes se iba dispersando por toda la Iglesia; porque, aunque Pablo estaba en la cárcel, la obra tenía que proseguir, y Pablo tenía que quedarse solo para que su pueblo diseminado pudiera ser fortalecido y guiado y confortado.

Y entonces aparece la mención de uno que había obstaculizado más que ayudado: « El cobrero Alejandro me hizo un montón de daño.» No sabemos lo que había hecho Alejandro; pero tal vez lo podamos deducir. La palabra que utiliza Pablo para hacer mucho mal es en griego endeaWnysthai. Ese verbo quiere decir literalmente desplegar, y se usaba de hecho a menudo para aportar información contra una persona. Los informadores eran una de las grandes maldiciones de Roma por aquel tiempo. Y bien puede ser que Alejandro fuera un cristiano renegado que acudiera a los magistrados aportando información, falsa o verdadera, que se podía usar contra Pablo, en su deseo de desacreditarle y destrozarle de la manera más deshonrosa posible.

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