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2 Timoteo 1: Gloria y privilegio de un apóstol

Esta es una carta de Pablo, que fue hecho apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y cuyo apostolado fue diseñado para dar a conocer a todos los hombres la promesa de Dios de la vida eterna en Jesucristo: A Timoteo, su propio amado hijo. Gracia, misericordia y paz sean contigo de parte de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo.

Doy gracias a Dios, a Quien sirvo con limpia conciencia como Le sirvieron mis antepasados antes de mí, por todo lo que tú eres para mí, de la misma manera que en mis oraciones nunca dejo de acordarme de ti porque, recordando tus lágrimas cuando nos separamos, yo no dejo de anhelar el verte para llenarme otra vez de alegría. Y doy gracias a Dios porque he recibido un nuevo detalle de esa sincera fe que hay en ti, una fe de la misma clase que la que moró en primer lugar en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y que, estoy convencido, mora también en ti. Por eso es por lo que te mando este recuerdo para mantener el fuego del don que está en ti y que recibiste por medio de la imposición de mis manos; porque Dios no nos ha dado el espíritu de temor, sino el de poder y amor y autodisciplina.

Cuando Pablo habla de su propio apostolado hay siempre ciertas notas inconfundibles en su voz. Para él siempre representaba ciertas cosas.

(a) Su apostolado era un honor. Fue elegido para él por la voluntad de Dios. Todo cristiano debe considerarse un elegido de Dios.

(b) Su apostolado era una responsabilidad. Dios le escogió porque quería hacer algo con él. Quería hacerle el instrumento para que la noticia de la nueva vida alcanzara a todos los hombres. Ningún cristiano es nunca escogido totalmente para su propio bien, sino para lo que puede hacer por otros. Un cristiano siempre es una persona sumida en la maravilla el amor y la alabanza por lo que Dios ha hecho por él, e inflamado con la disposición de decirles a otros lo que Dios puede hacer por ellos.

(c) Su apostolado era un privilegio. Es sumamente significativo notar lo que Pablo consideraba su deber llevar a otros: la promesa de Dios, no Su amenaza. Para él el Cristianismo no era la amenaza de la condenación, sino la buena noticia de la salvación. Vale la pena recordar que el más grande evangelista y misionero que el mundo haya conocido nunca estaba lanzado, no para aterrar a la gente sacudiéndolos sobre las llamas del infierno, sino para moverlos a una admirada sumisión a la vista del amor de Dios. La dinámica de su Evangelio era el amor, no el temor. Como siempre cuando hablaba a Timoteo, hay un calor de afecto cariñoso en la voz de Pablo. «Mi querido hijo,» le llama.

Timoteo era su hijo en la fe. Los padres de Timoteo le habían dado la vida física; pero había sido Pablo el que le había trasmitido la vida eterna. Muchas personas que no han experimentado la paternidad física han tenido el gozo y el privilegio de ser padres o madres en la fe; y no hay gozo en el mundo comparable al de traer un alma a Cristo.

La inspiración de Timoteo

El propósito de Pablo al escribir esta carta es inspirar y fortalecer a Timoteo para su tarea en Éfeso. Este era joven y tenía la dura tarea de batallar contra las herejías e infecciones que iban a amenazar a la Iglesia. Así que, para mantener bien alto su coraje y a tope su esfuerzo, Pablo le recuerda a Timoteo ciertas cosas.

(i) Le recuerda su propia confianza en él. No hay mayor inspiración que la de sentir que alguien cree en nosotros. Una llamada al honor es siempre más efectiva que una amenaza de castigo. El temor a dejar mal a los que nos aman es una cosa purificadora.

(ii) Le recuerda su tradición familiar. Timoteo había recibido una buena herencia, y si fallaba, no mancharía solo su propio nombre, sino reduciría el honor del nombre de su familia también. Unos buenos padres deben ocupar un puesto muy alto entre los dones más grandes que uno puede haber recibido. Que Le dé gracias a Dios por ello, y nunca les traiga deshonor.

(iii) Le recuerda que fue separado para una responsabilidad, y el don que le fue conferido para ese fin. Una vez que un hombre entra al servicio de cualquier asociación con una gran tradición, lo que hace no le afecta sólo a él, ni lo hace solamente dependiendo de sus propias fuerzas. Está la fuerza de una tradición de la que puede recibir inspiración y el honor de una tradición que debe conservar. Eso es especialmente cierto en el caso de la Iglesia. El que la sirve tiene su honor en sus manos; el que la sirve es fortalecido por la consciencia de la comunión de todos los santos.

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