Hermanos: En relación con la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con Él, os rogamos que no os inquietéis fácilmente en vuestra mente ni estéis en un estado de excitación nerviosa por ninguna afirmación que se suponga que os llega de nosotros, ya sea en el Espíritu o de palabra o por carta, alegando que el Día del Señor ya está aquí. Que nadie os engañe con nada. El Día del Señor no llegará sin que antes tenga lugar la gran Rebelión contra Dios, y se revele el Hombre del Pecado, el Hijo de Perdición que se opone y se exalta a sí mismo contra todo lo que recibe el nombre de Dios o es hecho objeto de culto de manera que trate de poner su trono en el mismo templo de Dios y proclamarse a sí mismo como Dios. ¿No os acordáis de que cuando yo estaba todavía con vosotros os decía estas cosas? En cuanto al presente, sabéis el poder que le retiene hasta que se revele a su debido tiempo. Porque el secreto de la rebelión contra la Ley ya está en operación; pero el Hombre del Pecado aparecerá sólo cuando el que le retiene sea retirado de la escena. Y entonces El Sin Ley se revelará, y el Señor Jesucristo le destruirá con el aliento de Su boca y le dejará impotente con Su aparición y Su venida. La venida del Sin Ley es para los que están condenados. Vendrá por obra de Satanás con todo poder y señales y milagros realizados con falsedad, y con todo engaño malvado. Ellos están condenados porque no recibieron el amor de la verdad para salvarse. Por esta causa Dios les envía un poder engañoso para que crean en una mentira, para que sean juzgados todos los que no han creído sino que se han mostrado conformes con ese principio de injusticia.
Este es, sin duda, uno de los pasajes más difíciles de todo el Nuevo Testamento; y lo es porque usa términos y piensa en figuras que les eran perfectamente familiares a los que se dirigía Pablo pero que nos son totalmente extraños.
El cuadro general es este. Pablo les estaba diciendo a los tesalonicenses que debían abandonar esa espera nerviosa y tensa de la Segunda Venida. Negaba haber dicho nunca que el Día del Señor hubiera llegado. Esa era una falsa interpretación de sus palabras que no se le podía atribuir a él; y les decía que antes del Día del Señor sucederían muchas cosas.
Primero, habría una era de rebelión contra Dios; ya se había introducido en este mundo un poder maligno secreto que estaba obrando en el mundo y en los hombres para producir ese tiempo de rebelión. En algún lugar se estaba ocultando uno que era la encarnación del mal como Jesús lo era de Dios. Era el Hombre del Pecado, el Hijo de Perdición, el Sin Ley. A su debido tiempo, el poder que lo estaba reteniendo desaparecería de la escena; y entonces vendría ese demonio encarnado. Cuando viniera, reuniría a su propio pueblo de la misma manera que nuestro Señor Jesucristo había reunido al Suyo. Los que se habían negado a aceptar a Cristo estaban esperando para aceptarle a él. Entonces se produciría la última batalla, en la que Cristo destruiría totalmente al Sin Ley; el pueblo de Cristo se reuniría con Él, y los malvados que habían aceptado al Sin Ley como su maestro serían destruidos.
Tenemos que recordar una cosa. Casi todas las fes orientales creían en un poder del mal al mismo tiempo que en un poder del bien. Por ejemplo: los babilonios tenían la historia de Tiamat, el dragón, que se había rebelado contra Marduk, el creador, y que había sido destruido en la batalla final. Pablo estaba tratando de una serie de ideas que eran propiedad común. Los judíos también tenían esa idea. Llamaban al poder satánico Belial, o más correctamente Beliar. Cuando los judíos querían calificar a alguien como rematadamente malo le llamaban hijo de Beliar (Deuteronomio 13:13; 1 Reyes 21:10,13; 2 Samuel 22:5). En 2 Corintios 6:15 Pablo usa este término como el contrario a Dios. Ese mal encarnado era la antítesis de Dios. Los cristianos asumieron esas ideas, después de Pablo, dándole el título de el Anticristo (1 Juan 2:18,22; 4:3). Obviamente, tal poder no podía seguir existiendo en el universo indefinidamente, así es que había una creencia muy extendida de que habría una batalla final en la que Dios triunfaría, y esta fuerza anti-Dios sería definitivamente destruida. Ese es el cuadro que Pablo está desplegando aquí. ¿Cuál era la fuerza que estaba reteniendo y manteniendo al Sin Ley bajo control? No se puede responder a esa pregunta con absoluta certeza. Es probable que Pablo pensara que era el Imperio Romano. Una y otra vez le salvaron los magistrados romanos de la furia de las masas. Roma era el poder restrictivo que guardaba al mundo de la locura de la anarquía. Pero llegaría un día cuando ese poder sería desplazado -y entonces llegaría el caos.
Así es que Pablo describe una creciente rebelión contra Dios, la emergencia de uno que sería la encarnación del diablo como Cristo era la de Dios, y tendría lugar una batalla final en la que triunfaría definitivamente Dios.
Cuando este mal encarnado se introdujera en el mundo habría algunos que le reconocerían como su señor, los que habían rechazado a Cristo; los cuales, con su maligno jefe, serían finalmente derrotados y juzgados. Aunque estas figuras nos parezcan muy remotas, sin embargo contienen ciertas verdades permanentes.
(i) Existe una fuerza del mal en el mundo. Aunque no puedan probar que existe el diablo, muchas personas dirían: « Sé que existe, porque me he encontrado con él.» Escondemos la cabeza en la arena si negamos que hay un poder del mal que obra en el mundo.
(ii) Dios está en control. Las cosas puede que parezca que se van precipitando hacia el caos, pero Dios está en control hasta del caos.
(iii) El triunfo definitivo de Dios es seguro. A fin de cuentas, nada puede mantenerse contra Él. El Sin Ley puede que tenga su influencia, pero llegará un momento cuando Dios diga: « Hasta aquí, y no más.» Así es que la pregunta clave es: «¿En qué lado estás? En la contienda que se libra en el corazón del universo, ¿estás de parte de Dios o de Satanás?
La demanda de Dios y nuestro esfuerzo
Siempre debemos dar gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió desde el principio para la salvación mediante la consagración del Espíritu Santo y la fe en la verdad. A ese fin os llamó por la Buena Noticia que os llevamos, para que obtuvierais la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que se os enseñaron, ya fuera de palabra o por carta nuestra.
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