La victoria y la derrota de Amasías, un rey religioso de Judá
Una victoria sobre Edom que fortalece su poder como rey, 14:1-7. Joás de Israel y Amasías de Judá eran contemporáneos durante un período de guerra entre los dos reinos; en tiempos de paz entre esos países, Israel normalmente se encontraba con poder ascendente sobre Judá. Amasías, hijo de Joás de Judá, reinó 29 años en Jerusalén. Su madre era oriunda de esa ciudad. Fue un rey recto y religioso a pesar de que permitía a su pueblo ofrecer sacrificios e incienso en los lugares altos. Era cauteloso para castigar a los que mataron a su padre, evidentemente por el apoyo de algunos poderosos a su favor. Sin embargo, cuando se consideró suficientemente fuerte, los ejecutó; pero siendo obediente a las leyes del pacto, siguió la ley del talión. Pudo haber seguido la tradición de la venganza de sangre eliminando a toda la familia de los culpables, como en los casos de Acán y Nabot. Pero tuvo que decidir, u obedecer a Dios o buscar su propia seguridad acatando la tradición, y decidió confiar en el Señor. ¡Fue la misma decisión de Cristo! El libro de la Ley de Moisés se menciona aquí y en 1 de Reyes 2:3; posiblemente fue el mismo libro que llevó a Josías a restaurar el templo y encabezar una reforma.
Dos eventos significativos señalan su reinado: primero, una victoria aplastante sobre Edom hecha realidad por Jehová, y segundo una derrota aplastante hecha realidad por el mismo rey, un aventurero atolondrado, y por Israel. En el campo militar al sur de Judá derrotó a 10.000 edomitas y conquistó su capital, Sela («roca»), y le puso el nuevo nombre de Jocteel. Es probable que se refiera a la ciudad de Petra, que fue lit. esculpida en las piedras vivas en las montañas rojas y a la cual se entraba únicamente por un valle. Se encontraba unos 80 km. al sur del mar Muerto. El número de muertos correspondía al número de infantería que le quedaba a Joacaz.
Su derrota al retar al rey de Israel a pelear
Con toda razón, esta victoria le convenció que podría derrotar también a Joás, rey de Israel, pues el ejército de Israel ya había sido diezmado por los sirios; por eso, con demasiada confianza lo invitó a una reunión cumbre de dos con el fin de resolver problemas que arrastraban de las generaciones anteriores. Debido a sus recientes victorias sobre Siria, Joás le contestó con desdén refiriéndose a sí mismo como un cedro del Líbano y a Amasías como un cardo. Se lo dijo en forma de parábola, no de alegoría; por eso no es necesario tratar de identificar a la fiera salvaje. El mensaje estaba claro: era mejor prepararse de antemano que tener que lamentar o remediar. A la vez se trataba de una lección sobre la tragedia de estimar demasiado la importancia personal. A veces era necesario tragarse el orgullo. Por eso, Amasías no debía salir a pelear sino contentarse con la gloria ya adquirida. Sin embargo, Amasías, en su autoconfianza, vanidad y orgullo, no escuchó bien, o las palabras le irritaban tanto que le cegó su capacidad de reflexionar y analizar las cosas bien y se enfureció.
En el encuentro pelearon en Betsemes, un lugar nada estratégico en la frontera entre Judá y Dan, donde fue derrotado. Es posible que Amasías estuviera tratando de ensanchar su territorio hacia el norte para controlar mejor la ruta comercial hacia Elat. Joás capturó al rey de Judá, quien, a la vez, fue abandonado por su ejército en retirada y tomó ventaja de la derrota marchando a Jerusalén, donde tumbó unos 180 m. del muro en el lado norteño que daba hacia Efraín. Como consecuencia, el norte de la ciudad quedó sin protección.
Luego Israel procedió al acto más humillante de todos: robó la plata, el oro y los untensilios del templo y del palacio; además, llevó a unos rehenes a Samaria. Estos asegurarían que el rey en Jerusalén fuera más dócil. No es probable que Israel llevara mucho botín debido a que hacía poco que Hazael había recibido un pago alto y, antes de él, Sisac de Egipto. No obstante, la lección sobre la obstinación le costó cara a la nación. Amasías definitivamente fue un rey que no contó el costo. Toda la tragedia se debió a la extrema y tonta arrogancia del rey. La crisis creció, de un deseo de demostrar su poderío militar y salvar las apariencias a una política insensata y al final a una incursión en el templo de Dios. Se pusieron en peligro los tesoros de Jehová por sus ambiciones desmedidas e insensatas. Un nacionalismo egoísta y ambicioso era y siempre es enemigo de la paz.