2 de Crónicas 5: Salomón traslada el Arca al Templo

Cuando los sacerdotes salieron del santuario ya santificados, cuando los mismos levitas estaban en pie al este del altar y los 120 sacerdotes tocaban las trompetas cantando: Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia, el cronista afirma que …la casa de Jehová se llenó con una nube… porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios.

Los sacerdotes no pudieron continuar sirviendo. Esta afirmación indica el propósito del ministerio, que es traer gloria y honra al nombre del Señor. Lo que frena este propósito es la apatía de los adoradores. El culto de adoración es fácilmente afectado por el calibre espiritual de los adoradores. El creyente tiene el mandato de regocijarse «siempre en el Señor». Solo así la presencia de Jehová será una realidad en el culto de adoración, y la tarea de proclamar su nombre con cantos y afirmaciones de su misericordia será una experiencia gloriosa.

En la vivencia de la iglesia, esta shekinah es el preludio de la segunda venida de

Cristo, indicando la presencia de Dios entre su pueblo. Esta nube era la misma que cubrió a Dios cuando se reveló a Moisés y a los israelitas en su éxodo triunfante de Egipto. Cuando Moisés y el pueblo veían que la nube se levantaba del tabernáculo, partían hacia otro día de jornada en el desierto. Así, la nube indicaba no sólo la presencia de Dios entre ellos sino un método de instrucción, protección, guía y santificación.

La visita de Dios Dios no habita en templos hechos de manos humanas, por el hecho de que es un templo. Dios no existe a causa del templo, sino a la inversa. Dios está con los suyos en el templo, cuando los suyos viven haciendo su voluntad cada día. A tal efecto, el siguiente cuento de la India ilustra esta verdad.

Era un brahmán muy piadoso. Al despertarse cada mañana tomaba un baño ritual y se dirigía al templo con su ofrenda. Repetía su culto tres veces al día. Un día rezó con todo fervor: “Señor, ya ves que yo vengo a tu casa todos los días… ¿Por qué no vienes tú a la mía?” A lo que Dios respondió: “Mañana iré a tu casa”.

Aquel hombre, en el colmo de su dicha, limpió y adornó su casa. Puso guirnaldas en la puerta y preparó la mesa con una suculenta comida. Todo estaba a punto para recibir a Dios. Por la mañana, un niño vagabundo vio a través de la ventana aquellos manjares y pidió algo para saciar su hambre. Furioso el brahmán ante tal pretensión, lo despachó diciendo: “¿Cómo te atreves a pedir lo que está preparado para Dios?” Pero Dios no llegaba todavía.

Continuando la espera, vio a un mendigo pidiendo limosna. Rápidamente lo echó, y limpió el rastro de las pisadas del mendigo.

Por la tarde continuó esperando la llegada de Dios. Solo apareció un peregrino que pedía descansar un rato en el banco frente a su casa: “¡Imposible, este banco está reservado para Dios!”

Al día siguiente, al presentar la ofrenda de la mañana, el brahmán se quejó ante Dios, entre lágrimas: “Señor, ¿por qué no viniste a mi casa como me habías prometido?” Entonces una voz le respondió: “fui tres veces y las tres me rechazaste.”

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