2 Corintios 5:Gloria y juicio por venir

En el versículo 13, Pablo insiste en que detrás de su conducta no ha habido nunca nada más que un motivo: servir a Dios y ayudar a los hermanos corintios. En más de una ocasión tomaron a Pablo por loco (Hechos 26:24). Había sido objeto del mismo malentendido que Jesús (Marcos 3:21). El entusiasmo auténtico siempre corre peligro de parecer locura a los observadores tibios.

Kipling nos cuenta que, en uno de sus viajes, el general Booth del Ejército de Salvación se embarcaba en cierto puerto, y fue a despedirle una banda de tamborileros salvacionistas. Todo aquello le reventaba a Kipling, que tenía una idea más solemne de la religión. Más tarde conoció al General, y le dijo lo mucho que desaprobaba ese tipo de cosas.

-Joven -le contestó Booth-, si creyera que puedo ganar algún alma para Cristo haciendo el pino y tocando los platillos con los pies, aprendería a hacerlo.»

El entusiasmo auténtico no se preocupa de que le tomen por loco. Si uno quiere seguir la enseñanza de Cristo sobre la generosidad, el perdón o la lealtad suprema, siempre habrá «sabios-según-el-mundo» que no tengan pelos en la lengua para llamarle chiflado. Pablo sabía que hay un tiempo para la conducta sensata y tranquila, y también para el comportamiento que el mundo toma por locura; y estaba dispuesto a seguir cualquiera de los dos por causa de Cristo y de las personas. Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había anhelado toda la vida.

Embajador de Cristo

Así es que nosotros estamos actuando como embajadores de Cristo, porque Dios os hace llegar Su invitación por medio de nosotros. Por tanto, os rogamos de parte de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios! Él hizo que el Que no tenía nada que ver con el pecado fuera la ofrenda por nuestros pecados para que nosotros pudiéramos entrar en la debida relación con Dios. Porque lo que estamos tratando de hacer nosotros es ayudarle a ganar a las personas es por lo que os exhortamos a que no recibáis el ofrecimiento de la gracia de Dios para luego no hacerle ningún caso. Porque por eso dice la Escritura: «En el momento oportuno te oí, y en el día de la salvación te ayudé. » ¡Pues ahora es ese «momento oportuno»! ¡Ahora es «el día de la salvación»!

El cargo que Pablo dice que Dios le ha asignado para su gloria y trabajo es el de embajador de Cristo. El término griego que usa (presbeutés) es una gran palabra. Tenía dos acepciones que correspondían a la palabra latina de la que era traducción (legatus).

(i) Las provincias romanas se dividían en dos clases. Algunas estaban bajo el control directo del senado, y otras bajo el del emperador. La diferencia dependía de lo siguiente: las provincias pacíficas en las que no había tropas romanas eran las
senatoriales; las levantiscas, en las que se estacionaban tropas, eran las imperiales. En estas últimas, el que administraba cada una de ellas de parte del emperador era el legatus o presbeutés. Así es que la palabra representaba en primer lugar a la figura del que había sido comisionado personalmente por el emperador, y Pablo se consideraba designado por Jesucristo para la obra de la Iglesia.

(ii) Pero presbeutés y legatus tenían un sentido todavía más interesante. Cuando el senado romano decidía que un país había de convertirse en provincia, le enviaban de entre sus miembros a diez legati o presbeutai, es decir, delegados, que, juntamente con el general victorioso, concertaban los términos de la paz con el país vencido, fijaban los límites de la nueva provincia, trazaban una constitución para su nueva administración, y por último volvían para someter sus acuerdos a la ratificación final del senado. Eran responsables de introducir nuevos pueblos en la familia del imperio romano. Así era como se consideraba Pablo: el que presentaba a otros las condiciones de Dios para que entraran a formar parte como ciudadanos de Su Reino y como miembros de Su familia.

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