Porque sabemos que cuando se desmorone esta casa terrenal nuestra, esta tienda de campaña que es el cuerpo, tendremos un edificio que procede de Dios, una casa que no será obra de manos humanas, eterna y en el Cielo. Porque está claro que mientras estemos como estamos ahora, anhelamos ardientemente encontrarnos en nuestra morada o cuerpo celestial para no sentirnos como desnudos. Porque, mientras estemos en esta tienda de campaña que es el cuerpo físico, gemimos bajo el peso de la vida presente; porque no es tanto que deseemos vernos despojados de esta casa, sino más bien deseamos ponernos el cuerpo celestial encima del actual, para que lo que está sometido a la muerte sea absorbido por la vida. Pero el Que nos ha diseñado para esa trasformación es Dios, y El nos ha dado el Espíritu como fianza de la vida venidera. Por eso no perdemos jamás el ánimo aunque sabemos que, mientras estemos peregrinando aquí en el cuerpo, estamos ausentes del Señor; porque vamos siguiendo nuestra ruta por la fe, no porque ya veamos nada. Pero estamos animados, y deseando partir del cuerpo y estar con el Señor. Mientras tanto, nuestra única ambición es, estemos ausentes o presentes con Él, ser la clase de personas que Le agradan. Porque todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir, cada cual, el resultado de lo que hicimos mientras estábamos en el cuerpo; es decir, el veredicto que corresponda a lo que cada cual haya hecho, sea bueno o malo.
Hay en este pasaje una progresión de pensamiento muy significativa, que nos da la esencia del pensamiento de Pablo.
(i) Para él, será un gran día cuando haya acabado con el cuerpo humano. Lo considera como una tienda de campaña, es decir, un alojamiento provisional en el que se vive temporalmente hasta que llegue el día que se disuelva y entremos en la residencia verdadera de nuestras almas.
Ya hemos tenido ocasión antes de ver hasta qué punto despreciaban el cuerpo los pensadores griegos y romanos. « El cuerpo -decían- es una tumba.» Plotino llegaba a decir que le daba vergüenza tener un cuerpo. Epicteto decía de sí mismo: «Tú eres una pobre alma cargando con un cadáver.» Séneca escribía: «Soy un ser superior, nacido para asuntos más elevados que el ser esclavo de un cuerpo al que está englilletada mi libertad… En tan detestable habitación mora un alma libre.» A veces, también el pensamiento judío coincidía con esta actitud: «Porque el cuerpo corruptible oprime el alma, y el tabernáculo terrenal abruma la mente que se ocupa de muchas cosas» (Sabiduría 9:1-8).
Pero en Pablo hay una diferencia. No está buscando un nirvana que le traiga la paz de la extinción; ni la absorción en lo divino; no está buscando la libertad de un espíritu desencarnado; está esperando el día en que Dios le dé un cuerpo nuevo, espiritual, en el que todavía podrá servir y adorar a Dios en los lugares celestiales.
Kipling escribió una vez un poema acerca de todas las grandes cosas que una persona podría hacer en el mundo venidero: Cuando se haya pintado el último cuadro de la Tierra, y los tubos estén secos y arrugados, cuando los antiguos colores se hayan desvanecido y haya muerto el más joven de los críticos, descansaremos, y a fe que lo necesitaremos, acostados una era o dos, hasta que el Maestro de Todos los Buenos Obreros nos ponga a trabajar otra vez.
Y los que fueron buenos estarán felices; se sentarán en sillas de oro, salpicarán un lienzo de diez leguas con pinceles de pelo de cometa. Encontrarán santos auténticos en que inspirarse, Magdalena, Pedro y Pablo; trabajarán una era de una sentada sin sentir el más mínimo cansancio.
Y sólo el Maestro los alabará, y sólo el Maestro los corregirá; y no trabajará ninguno por dinero, ni ninguno para obtener la fama, sino sólo por el gozo de trabajar; cada cual en su estrella independiente pintará todo tal como lo vea, para el Dios de las cosas como son.
Ese era el sentir de Pablo. Veía la eternidad, no como una jubilación para estar permanentemente inactivo, sino como la entrada en un cuerpo en el que se pudiera realizar un servicio completo.
(ii) Con todo su anhelo de la vida por venir, Pablo no despreciaba la presente. Está, nos dice, entusiasmado. La razón es que, aun aquí y ahora, poseemos el Espíritu Santo de Dios, Que es el arrabón (cp. 1:22), la fianza que nos asegura la vida venidera. Pablo está convencido de que el cristiano ya puede disfrutar un adelanto de la vida eterna. Al cristiano se le ha concedido la ciudadanía de dos mundos; y en consecuencia, no desprecia este mundo, sino lo ve cubierto con el lustre de gloria que es un reflejo de la mayor gloria por venir.