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2 Corintios 4: Ceguera espiritual

Puesto que Dios ha tenido la misericordia de encomendarnos esta parcela de Su servicio, no nos desanimamos. Nos hemos negado a involucrarnos con métodos subrepticios o vergonzosos. No actuamos con astucia desaprensiva. No adulteramos el Mensaje que Dios nos ha encomendado predicar. Por el contrario, exponiendo la verdad con toda claridad, nos presentamos a la conciencia humana en todas sus formas a la vista de Dios. Porque, si es un hecho que la Buena Nueva que predicamos está velada para algunos, se trata de los que están condenados a perecer. En su caso, ha sido el dios de este mundo el que les ha cegado la mente a los que se niegan a creer, para que no les amanezca la luz del Evangelio que habla de la gloria de Cristo, en Quien podemos ver a Dios. No nos proclamamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como el Señor; nosotros no somos más que vuestros servidores por amor de Jesús. Esto es lo que tenemos que hacer, porque es Dios Quien ha dicho: «De las tinieblas resplandecerá la luz;» y Él la ha hecho resplandecer en nuestro corazón para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo.

En este pasaje, Pablo tiene algo que decir, ya sea directamente o por implicación, acerca de cuatro clases diferentes de personas.

(i) Empieza por sí mismo. Dice que él nunca se desanima en el cumplimiento de la gran tarea que se le ha encomendado, y por implicación nos dice por qué. Dos cosas le mantienen en activo. (a) La conciencia de una gran tarea. El que es consciente de una gran tarea es capaz de cosas sorprendentes. Una de las obras geniales de la música es el Mesías de Hándel. Se sabe que la totalidad de la obra la compuso y escribió en no más de veintidós días, durante los cuales Hándel apenas se permitió comer o dormir. Una gran tarea lleva consigo su propia fuerza. (b) Está el recuerdo de una merced recibida. Pablo tenía el propósito de pasarse la vida tratando de hacer algo en respuesta al amor que le había redimido.

(ii) Entonces, por implicación, Pablo tiene algo que decir de sus oponentes y calumniadores. De nuevo nos llega el eco de cosas desagradables. Por detrás de esto podemos descubrir que sus enemigos le habían hecho tres acusaciones. Habían dicho que usaba métodos subrepticios, que hacía uso de una astucia desaprensiva para obtener su propósito y que adulteraba el mensaje del Evangelio. Cuando se malentienden nuestros motivos, se tergiversan nuestras acciones y se retuercen nuestras palabras, es un consuelo recordar que esto también les pasó a Pablo y a Jesús.

(iii) Pablo sigue hablando de los que han rechazado el Evangelio. Insiste en que lo ha proclamado de tal manera que cualquiera que tuviera conciencia tendría que admitir su desafío e invitación. Sin embargo, algunos parecían estar sordos a la llamada y ciegos a su gloria. ¿Por qué? Pablo dice algo muy duro de ellos. Dice que el dios de este mundo les ha cegado la mente para que no crean. En toda la Escritura, los diferentes autores son conscientes de que en este mundo hay un poder del mal. A veces lo llaman Satanás, y a veces el diablo. Tres veces Juan pone en labios de Jesús la frase el príncipe de este mundo y su derrota (Juan 12:31; 14:30; 16:11). Pablo, en Efesios 2: 2, habla del príncipe de la potestad del aire, y aquí del dios de este mundo. Hasta en la Oración Dominical hay una referencia a este poder maligno, porque es probable que la traducción más correcta de Mateo 6:13 sea «híbranos del maligno.»

Detrás de esta idea tal como aparece en el Nuevo Testamento hay ciertas influencias.

(a) La religión persa que se conoce como el zoroastrismo ve en todo el universo la batalla entre el dios de la luz y el dios de las tinieblas, entre Ormuz y Ahrimán. Lo que decide el destino de cada persona es el bando que elija en este conflicto cósmico. Cuando los judíos estuvieron dominados por los persas entraron en contacto con esa idea, que sin duda influyó en su manera de pensar.

(b) Es característica de la fe de Israel la concepción de las dos edades: la presente y la por venir. Cuando empezó la era cristiana, los judíos habían llegado a creer que la edad presente era irremediablemente mala y estaba destinada a la destrucción cuando amaneciera la edad por venir. Se podría decir que la edad presente estaba dominada por el dios de este mundo y en enemistad con el Dios verdadero.

(c) Hay que tener presente que esta idea de un poder maligno y hostil no es tanto una idea teológica como un hecho de experiencia. Si lo consideramos teológicamente, nos encontramos con serias dificultades. (¿De dónde salió el poder del mal en un universo creado por Dios? ¿Qué se propone?) Pero si lo consideramos como un hecho de experiencia, todos sabemos lo real que es el mal en el mundo. Robert Louis Stevenson dice en algún lugar: «¿Conoces la Estación Caledonia de Edimburgo? Una mañana fría, con viento del Este, me encontré allí con Satanás.»

Todo el mundo conoce la clase de experiencia de la que habla Stevenson. Por muy difícil que sea la idea del poder del mal, ya sea filosófica o teológicamente, la experiencia no la puede descartar. Los que no pueden aceptar el Evangelio son los que se han entregado hasta tal punto al mal que hay en el mundo que ya no pueden escuchar la invitación de Dios. No es que Dios los haya abandonado, sino que ellos mismos, con su conducta, se han vuelto insensibles a Dios.

(iv) Pablo tiene algo que decir de Jesús. La gran idea que presenta aquí es que en Jesucristo vemos a Dios tal como es. «El que me ha visto -dijo Jesús-, ha visto al Padre» (Juan 14:9). Cuando Pablo predicaba, no decía: « ¡Miradme a mí!», sino: «¡Mirad a Jesucristo! En Él veréis la gloria de Dios Que ha venido a la Tierra de forma que los seres humanos Le puedan conocer.»

Tribulación y triunfo

Pero tenemos este tesoro en cacharros de arcilla para que el poder que supera todas las cosas se vea que es de Dios y no nuestro. Estamos atacados por todas partes, pero no acorralados; desbordados, pero no desesperados; perseguidos por los hombres, pero no abandonados por Dios; sobre la lona, pero no fuera de combate. En nuestro cuerpo estamos siempre en peligro de muerte como Le pasó a Jesucristo, para que se manifieste en nuestro cuerpo la misma vida que vivió Jesús. Porque a lo largo de toda nuestra vida se nos entrega a la muerte constantemente por causa de Jesús, para que también la vida que da Jesús la puedan ver todos claramente en nuestra carne mortal. En consecuencia, la muerte actúa en nosotros, pero la vida en vosotros. Como tenemos el mismo espíritu de fe que aparece en el pasaje de la Escritura que empieza por «he creído y por tanto he hablado,» nosotros también creemos y por tanto hablamos; porque sabemos que el Que resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús, y nos presentará con vosotros.

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