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2 Corintios 10: Pablo responde a sus críticos

Aquí Pablo: Os hago un ruego apelando a la gentileza y la caballerosidad de Cristo; yo, que vosotros decís que soy un pobre hombre cuando estoy con vosotros y que presumo mucho cuando estoy ausente. Pido a Dios que, cuando vaya a veros, no tenga que ser tan atrevido con esa confianza con la que creo que puedo enfrentarme a cara descubierta con algunos que piensan que actuamos movidos por criterios exclusivamente humanos. Es verdad que vivimos en un cuerpo humano; pero, en todo lo que hacemos, no dirigimos nuestra campaña con motivos o recursos humanos, porque las armas de nuestra milicia no son meramente humanas, sino que Dios las ha hecho poderosas para destruir fortalezas. Nuestra milicia es tal que podemos destruir plausibles falacias y todas las altaneras ideologías que se yergan contra el conocimiento que Dios ha dado; de manera que podemos llevar cautivas a la obediencia de Cristo todas las intenciones, y que estamos listos para castigar cualquier desobediencia, una vez que se haya hecho realidad vuestra obediencia.

Al principio de este pasaje ya aparecen dos palabras que marcan todo el tono que Pablo quiere adoptar. Habla de la caballerosidad y de la gentileza de Cristo.

Praytés, caballerosidad, que solía traducirse por mansedumbre, es una palabra interesante. Aristóteles la definía como el término medio correcto entre ser demasiado irascible y ser demasiado pasota. Es la cualidad de la persona que controla su indignación de tal manera que se indigna cuando debe y nunca cuando no debe. Describe a la persona que no se enfurece cuando se le inflige un daño personal, ni siquiera cuando es injustamente, pero que es capaz de manifestar justa indignación cuando se abusa de otras personas. Al usar esa palabra, Pablo está diciendo al principio de su carta severa que no le impulsan a la ira las ofensas recibidas, sino que está expresándose con la caballerosidad del mismo Jesús.

La otra palabra es aún más iluminadora. En griego es epiealceia, gentileza, que algunos traducen por ternura o indulgencia. Los mismos griegos definían epieckeia como «lo que es justo, y aun mejor que justo.» La describían como la cualidad que debe intervenir cuando la justicia, justa en cuanto es general, está en peligro de volverse injusta. Hay veces en que la estricta justicia puede resultar injusta. Como decía un adagio latino, «La justicia a ultranza es una suprema injusticia.» A menudo la verdadera justicia no consiste en insistir en la letra de la ley, sino en dejar que una cualidad más elevada intervenga en las decisiones. La persona que tiene epieaIceia sabe que, en último análisis, la norma cristiana no es la justicia, sino el amor.

Al usar esta palabra, Pablo quiere decir que no va a insistir en sus derechos ni en la letra de la ley, sino que va a tratar la situación con el amor de Cristo, que trasciende hasta la justicia humana más excelente.

Ahora llegamos a una sección de la carta que es francamente difícil de entender, por la sencilla razón de que estamos oyendo sólo un lado de la conversación. No conocemos más que la respuesta de Pablo. No sabemos exactamente qué acusaciones le habían hecho los corintios; tenemos que deducirlas de las contestaciones de Pablo. Pero podemos, por lo menos, intentar deducirlas.

(i) Está claro que los corintios habían acusado a Pablo de ser bastante atrevido cuando no estaba cara a cara con ellos, y de achantarse cuando estaba presente. Decían que, desde lejos, escribía cosas que no se atrevía a decirles en la cara. La respuesta de Pablo es que pide a Dios que no se le ponga en situación de tratarlos personalmente como él sabe que es muy capaz de hacerlo. Las cartas son cosas peligrosas. Puede que uno escriba alguna vez en un tono autoritario que no usaría a la cara de otra persona. Un intercambio de cartas puede hacer un montón de daño que se hubiera podido evitar en una conversación cara a cara.

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