Impulsados de vuelta a Dios
Quiero que sepáis, hermanos, que en Asia pasamos por una experiencia terrible en la que estuvimos abatidos más allá de lo soportable, hasta el punto de que desesperábamos de salir con vida. El único veredicto que se podía dar de nuestra condición era la condena de muerte; pero todo esto nos sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en el Dios que resucita a los muertos. Fue ÉL Quien nos rescató; y esperamos que Él nos siga rescatando en respuesta a vuestras oraciones, para que se den gracias por nosotros desde muchos sitios y por muchas personas por el don de la gracia de Dios que nos alcanzó.
Lo más extraordinario de este pasaje es que no tenemos absolutamente ninguna información acerca de esa terrible experiencia que pasó Pablo en Éfeso. Algo le sucedió que le condujo al último límite de su resistencia. Estaba en un peligro tan inminente que ya se consideraba condenado a muerte sin posible salida; y, sin embargo, esta alusión de pasada y algunas otras por el estilo en otras cartas suyas contienen todo lo que sabemos.
Hay una tendencia muy humana a sacar el mayor partido posible de todo lo que se tiene que pasar. A menudo una persona que ha sufrido una operación muy sencilla la usará como tema predilecto de conversación mucho tiempo. H. L. Gee nos cuenta que dos hombres se encontraron durante los días de la guerra para cierto asunto. Uno no hablaba más que del ataque de aviación que había sufrido el tren en que viajaba: lo aterrada que estaba la gente, el peligro en que se encontraban y cómo habían salido con vida por los pelos. El otro al fin dijo: «Vamos a acabar con nuestro asunto. Quisiera marcharme pronto, porque una bomba me arrasó la casa anoche.»
Los que han sufrido de veras no suelen hablar mucho de ello. El rey Jorge V de Inglaterra tenía como una de sus reglas: « Si tengo que sufrir, dejad que me retire a la soledad en silencio como un animal bien educado.» Pablo no hacía gala de sus sufrimientos; así que nosotros, que no tendremos que sufrir tanto como él, debemos seguir su ejemplo.
Pero Pablo veía que la experiencia terrible que había pasado había resultado tremendamente útil: le había arrojado a los brazos de Dios y le había demostrado su absoluta dependencia de Él. Los árabes tienen un proverbio: «La luz del Sol acaba por producir un desierto.» El peligro de la prosperidad es que produce una falsa independencia; nos hace creer que podemos pilotar la vida solos. Por cada oración que se eleva a Dios en los días de prosperidad se elevan diez mil en los días de adversidad.
Como Lincoln decía: «Muchas veces he tenido que caer de rodillas en oración porque no tenía adónde acudir.» A menudo es en la desgracia cuando se descubre quiénes son los verdaderos amigos, y a menudo necesitamos un tiempo de adversidad para comprender cuánto necesitamos a Dios. El resultado fue que Pablo adquirió una confianza inalterable en Dios. Ahora sabía sin la menor duda lo que Dios podía hacer por él. Si pudo sacarle con vida de aquello, podía sacarle de lo que fuera. El grito gozoso del salmista era: «¡Tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas y mis pies de resbalar!» (Salmo 116:8). Lo que más contribuyó a la conversión de John Bunyan fue oír a unas ancianas sentadas al sol «que hablaban de lo que Dios había hecho por sus almas.» La confianza del cristiano en Dios no es cosa de teoría ni especulación; es de hecho y de experiencia. Sabe lo que Dios ha hecho por él, y por tanto no tiene miedo.
Por último, Pablo pide las oraciones de los corintios. Como ya hemos notado antes, el mayor de los santos no se avergüenza de pedir las oraciones del más pequeño de sus hermanos. Puede que podamos hacer muy poco por nuestros amigos; pero, aunque tengamos pocos bienes de este mundo, podemos dedicarles el tesoro incalculable de nuestras oraciones.
Lo único de que podemos presumir
Lo único de lo que podemos presumir es de algo en lo que también nos respalda el testimonio de nuestra conciencia: de que nos hemos conducido en el mundo, y mucho más entre vosotros, en santidad y transparencia de Dios; no con una sabiduría dominada por motivos meramente humanos, sino con la gracia de Dios. No os hemos escrito nada más que lo que podéis leer y entender, y espero que seguiréis profundizando más y más en el sentido y significado de lo que ya habéis empezado a entender por lo menos en parte. Porque estamos orgullosos de vosotros, como vosotros lo estáis de nosotros, con el Día de Cristo a la vista.
Aquí empezamos a captar los matices de las acusaciones que estaban dirigiendo los corintios contra Pablo y de las calumnias con las que estaban tratando de desacreditarle.