1 de Samuel 15: Saúl desobedece y es desechado

Saúl mientras, venía del Neguev sin reparar en su falta. Pasó por Carmel, lugar 12 km. al sudeste de Hebrón. Allí levantó un monumento (lit. una mano), o sea una columna. Tales columnas eran algo común para celebrar una hazaña o victoria. Es claro que Saúl viene llegando a Gilgal sin compunción alguna. Saluda a Samuel con la declaración que había hecho cumplidamente la palabra de Dios. Aquí está la gran diferencia entre Saúl y David. Este último pide a Dios que le enseñe sus errores, mientras Saúl es generalmente insensible a los suyos.

Marque aquí la progresión de su conversación con Samuel. El versículo 13 afirma su cumplimiento. El versículo 15 adopta su razonamiento. El versículo 20 apoya sus acciones. Tres veces se defiende Saúl en esta su tercera falla. Tres es el número de perfección en la Biblia que significa cabal o completo, especialmente en cuanto a las obras de Dios. Por ejemplo en Amos 1:3 se lee: “Por tres pecados de Damasco, y por cuatro”, dando a entender de que se había pasado de ser llena su copa de culpabilidad. Tres veces ahora falla Saúl y con este tercer fracaso, se justifica tres veces. Su copa está llena. Samuel le dice que Dios le ha desechado para que no sea más el rey de Israel.

¿Cuál fue el pecado de Saúl? La desobediencia es la esencia del pecado. Saúl pensaba reemplazar la obediencia con sacrificios. Pero Samuel en el versículo 22 (digno de memorizar) le dice que nada puede tomar el lugar de la obediencia (lit. “oír”). El prestar atención en heb. lleva la idea de aguzar o afinar el oído para poder atender y responder. Cuando no existen estos dos elementos hay rebeldía (contumacia o dureza) y hay obstinación (la idea de golpear la mente o embotarla para que no responda).

Al fin Saúl confiesa su culpabilidad en el versículo 24 explicando que él temía al pueblo y accedía a su voz. Dejó de ser el líder y comenzó a ser el seguidor. Quería ser popular más que ser obediente al mandamiento de Dios. Quiere que Samuel le perdone y vuelva con él como si no hubiera pasado nada. Quiere que Samuel le acompañe en su adoración a Dios. Adoración aquí es la palabra postrarse. Saúl estaba dispuesto a postrarse físicamente pero sería entonces espuria su adoración porque no se había postrado en su corazón. En su desesperación Saúl rasga el manto del viejo profeta y recibe una lección visualizada. El reino sería rasgado, separado de su poder, y dado a otro.

Como ya vimos en el versículo 11, Dios se arrepintió de haberle dado el reino en el sentido de pesarle o hacerle sentir el hecho. Ahora aclara Samuel que Dios no se arrepiente en el sentido de cometer un pecado o tener remordimiento por una falta. Esto es claro por el contexto. Lo que Dios había dicho por medio de su siervo Samuel no se trata de una mentira o un pecado en él. “Sea Dios veraz, aunque todo hombre sea mentiroso” dice Romanos 3:4. No hace falta que Dios cambie en su carácter o se arrepienta de sus hechos. “Realmente, Dios no hará injusticia”. Su nombre es la Gloria de Israel, palabra que se traduce a veces confianza, perpetuidad o perfección puesto que son conceptos vinculados. Podemos confiar en Aquel que es eterno y su perfección se manifiesta en resplandor de gloria.

¿Por qué vuelve Samuel al fin con Saúl? Podemos sugerir dos cosas. En primer lugar no había por qué desacreditarlo delante del pueblo antes de que Dios manifestara quién sería el hombre “mejor que él”. Hubiera creado un estado de caos como también de desconfianza que sería contraproducente a esa altura. En segundo lugar, Samuel tenía que cumplir con el mandamiento de Dios, terminando con la misión que Saúl había dejado incompleta. Así que volvió con el rey para ejecutar a Agag. Probablemente no es nombre sino título, designación dada a los reyes de los amalequitas como faraón es el título del rey de los egipcios. Amán, el enemigo de los judíos, era agagueo y descendiente de esta línea. Ian Thomas en su libro, Si Pererzco, Que Perezca dice: “Herodes era un amalequita, descendiente de Esaú y de la parentela de Amán (p. 23). Si así fuera, se ve con más claridad las terribles consecuencias de haberlo dejado con vida a Agag. Su descendencia sería siempre “enemiga de los judíos” y por consiguiente de Dios. ¡Con razón no lo dejó con vida el profeta Samuel! Si el hombre piensa que sabe más que Dios, ¡cuidado! Aunque no entienda por qué Dios exige ciertas cosas, mejor es obedecerle. Carlos Spurgeon dijo: “La fe y la obediencia se encuentran unidas en un mismo manojo. El que obedece a Dios, confía en Dios; y el que confía en él le obedece.” Daniel Towner escuchó el testimonio de un joven en el año 1887 cuando dijo: “No me siento seguro, pero voy a confiar y voy a obedecer”. Y en base a esa frase Towner y el pastor Juan Sammis compusieron el himno que todavía cantamos cuyo coro dice: “Obedecer y confiar en Jesús, Es la senda marcada, Para andar en la luz”. ¡Oh, la angustia que podríamos evitar si tan solamente supiéramos obedecer a Dios!

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