Los hombres del servicio cristiano
Paralelamente, los diáconos deben ser hombres respetables, rectos, que no se permiten excesos en el vino, que no estén dispuestos a rebajarse a métodos indignos de hacer dinero; deben mantener el secreto de la fe que les ha sido revelado con limpia conciencia. A los diáconos también hay que ponerlos a prueba primeramente; y, si salen intachables de la prueba, que sean diáconos… Los diáconos deben estar casados sólo una vez; deben dirigir a sus propios hijos y sus hogares como es debido. Porque los que realizan un buen trabajo en el puesto de diáconos son dignos de un alto grado de honor, y obtienen mucha libertad en la fe de Jesucristo.
En la Iglesia Primitiva la función de los diáconos se circunscribía principalmente en la espera del servicio práctico. La Iglesia Cristiana heredó una magnífica organización de la beneficencia de los judíos. No ha habido ninguna otra nación que tuviera un sentimiento de responsabilidad comparable para con los hermanos y hermanas pobres. La sinagoga tenía una organización estable para ayudar a tales personas. Los judíos más bien desanimaban a que se diera ayuda individual a personas individuales. Preferían que la ayuda se diera por medio de la comunidad y especialmente por medio de la sinagoga.
Todos los viernes en todas las comunidades dos encargados de la colecta se daban una vuelta por los mercados y llamaban en todas las casas recogiendo donativos para los pobres en dinero y en especie. Los productos así recogidos se distribuían entre los que estaban en necesidad mediante un comité de dos o más si era necesario. A los pobres de la comunidad se les daban suficientes alimentos para catorce comidas, es decir, para dos comidas diarias durante una semana; pero nadie podía recibir de este fondo si ya tenían en su casa el alimento de la semana. Este fondo para los pobres se llamaba la kuppá, o la cesta. Además de esto se hacía una colecta diaria de alimentos de casa en casa para los que se encontraran de momento en una necesidad extrema. Este fondo se llamaba el tamjui, o la bandeja. La Iglesia Cristiana heredó esta organización de la beneficencia, y sin duda sería la tarea de los diáconos el hacerla funcionar.
Muchas de las cualidades del diácono coinciden con las del epískopos. Habían de ser hombres de carácter intachable; tenían que ser abstemios, o por lo menos moderados en su beber; no tenían que mancharse las manos con maneras poco recomendables de hacer dinero; tenían que someterse a prueba un cierto tiempo; debían practicar lo que predicaban, para mantener la fe cristiana con limpia conciencia.
Se añade una nueva cualidad: habían de ser rectos. El original dice que no debían ser dílogos, y dílogos quiere decir hablar con dos voces, diciéndole una cosa a uno y otra a otro. En El Peregrino, Juan Bunyan pone en boca de Interés-privado la descripción de las personas que viven en el pueblo Buenas palabras. El señor Voluble, el señor Contemporizador, el señor Buenas-palabras, de quien tomó su nombre el pueblo; también los Sres. Halago, Dos-caras, Cualquier-cosa, el vicario de nuestra parroquia señor Dos-lenguas (Juan Bunyan, El Peregrino, capítulo 14). Un diácono que fuera corrientemente de casa en casa, y en su trato con los que necesitaran ayuda, tenía que ser recto. Una y otra vez tendría la tentación de evitar problemas con un poco de hipocresía a tiempo y de palabras suaves. Pero el que hubiera de hacer el trabajo de la Iglesia Cristiana tenía que ser recto.
Está claro que el que realiza su trabajo de diácono como es debido puede esperar que se le eleve al puesto de anciano, y ganará tal posición en la fe que le permita mirar a todos a cara descubierta.
Mujeres que sirven en la iglesia
De la misma manera las mujeres deben ser dignas; no deben entregarse al chismorreo; deben ser sobrias; en todas las cosas, dignas de confianza.
Por lo que se refiere al texto original, esto podría referirse a las mujeres de los diáconos, o a mujeres que realizaran un servicio semejante. Parece mucho más probable que se refiera a mujeres que están comprometidas también en el trabajo de beneficencia. Tiene que haber habido obras de amabilidad y de ayuda que solo una mujer podría ofrecer adecuadamente a otra mujer. No cabe duda de que en la Iglesia Primitiva había diaconisas. Tenían el deber, probablemente entre muchos otros, de instruir a las mujeres que se convertían, y en particular presidir y ayudarlas en su bautismo, que era por inmersión.
Era necesario advertir a tales mujeres obreras del peligro del chismorreo y exhortarlas a que fueran del todo de confianza. Cuando un médico joven se gradúa y antes de empezar su práctica, se le toma el juicio hipocrático, una parte del cual es el compromiso de no repetir nunca lo que ha oído en la casa de un paciente, o acerca de un paciente, aunque lo haya oído en la calle. En la labor de ayudar a los pobres se podrían oír fácilmente ciertas cosas que, repetidas, causarían un perjuicio tremendo.
No es ningún insulto a las mujeres el que en las pastorales se les prohíba sucumbir al chismorreo. Según está montada la vida una mujer corre más peligro de chismorrear que un hombre, porque a éste el trabajo le saca al mundo, mientras que una mujer vive tradicionalmente en una esfera más estrecha y por esa misma razón tiene menos cosas de las que hablar. Esto aumenta el peligro de hablar acerca de relaciones personales de las que pueden surgir chismorreos dañinos. Ya se trate de un hombre o de una mujer, el divulgar secretos o el repetir cosas que se han dicho en confianza es algo monstruoso para una persona cristiana.