Pero, desde que la Iglesia lo descubrió, la responsabilidad del encargado no empezaba ni terminaba en la iglesia local. Tenía otras dos esferas de responsabilidad, y si fallaba en ellas era impepinable que fallara también en la iglesia.
(i) Su primera esfera de responsabilidad era su propio hogar. Si no sabía gobernar su propia casa, ¿cómo se podía encargar de la tarea de gobernar la casa del Señor? (1 Timoteo 3:5). El que no hubiera conseguido hacer un hogar cristiano no se podía esperar que consiguiera hacer una congregación cristiana. El que no hubiera instruido a su propia familia está claro que no sería idóneo para instruir a la familia de la Iglesia.
(ii) La segunda esfera de responsabilidad era el mundo. Tenía que ser «bien considerado por los de fuera» (1 Timoteo 3: 7) Debe ser un hombre que se haya ganado el respeto de sus contemporáneos en los negocios de la vida de día a día. No hay nada que le haya hecho más daño a la Iglesia que los que son activos en ella cuya profesión y vida social desmiente la fe que profesan y los preceptos que enseñan. El encargado cristiano debe en primer lugar ser una buena persona.
Carácter del dirigente cristiano
Acabamos de leer que el dirigente cristiano debe ser una persona que se haya ganado el respeto de todos los demás. En este pasaje encontramos una gran serie de palabras y frases que describen su carácter; y valdrá la pena considerar cada una por turno.
Antes de hacerlo será interesante colocar al lado de ellas dos descripciones famosas hechas por grandes pensadores paganos acerca del carácter del buen dirigente. Diógenes Laercio (7:116-126) nos transmite la descripción estoica. Debe estar casado; debe carecer de orgullo; debe ser modesto; debe combinar la prudencia intelectual con la excelencia de la conducta exterior. Un escritor llamado Onosandro nos da la otra. Debe ser prudente, controlado, sobrio, frugal, sufrido en el trabajo, inteligente, sin amor al dinero, ni joven ni viejo, a ser posible padre de familia, capaz de hablar competentemente, y de buena reputación. Es interesante ver hasta qué punto coinciden las descripciones pagana y cristiana.
El dirigente cristiano debe ser un hombre al que no se le pueda criticar de nada (anepílémptos). Anepilémptos se usa de una posición que no está expuesta al ataque, de una vida que no está expuesta a la censura, de un arte o técnica que es tan perfecto que no se le puede encontrar ningún fallo, de un acuerdo que es inviolable. El dirigente cristiano no debe estar sólo libre de las faltas a las que pueda estar expuesto por acusaciones definidas; también debe tener tan buen carácter como para no estar expuesto a la crítica. Alguna versión antigua del Nuevo Testamento traduce la palabra griega por una muy inusual en inglés, irreprehensible, a quien no se le pueda encontrar un fallo. Los griegos mismos definían la palabra como «no ofreciendo nada que un adversario pudiera utilizar en su contra.» Aquí tenemos el ideal de la perfección. No seremos capaces de realizarlo plenamente; pero sigue en pie el hecho de que un dirigente cristiano debe tratar de ofrecerle .al mundo una vida de tal pureza que no deje ninguna grieta abierta para la crítica.
El dirigente cristiano debe haber estado casado sólo una vez. El original quiere decir literalmente que debe ser «el marido de una sola mujer.» Algunos interpretan que esto quiere decir que el dirigente cristiano debe ser casado, y es posible que ése sea un sentido legítimo. Es indudablemente cierto que un hombre casado puede recibir confidencias y aportar ayudas de una manera que un soltero no puede, y que puede aportar una comprensión y simpatía especiales a muchas situaciones. Unos pocos interpretan que quiere decir que el dirigente cristiano no puede casarse por segunda vez, ni siquiera después de la muerte de su primera esposa. Citan en apoyo de esta idea la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 7. Pero, por su contexto aquí, podemos estar seguros de que la frase quiere decir que el dirigente cristiano debe ser un marido fiel, que mantenga el matrimonio en toda su pureza. En tiempo posterior los Cánones Apostólicos establecían: « El que haya contraído más de un matrimonio después de su bautismo, o el que haya tomado una concubina, no puede ser elegido epískopos, un obispo.»
Podríamos preguntar por qué era necesario establecer algo que parece tan obvio. Debemos tener presente el estado del mundo en que se escribió esto. Se ha dicho, y con mucho acierto, que la única virtud totalmente nueva que aportó al mundo el Cristianismo fue la castidad. El mundo antiguo estaba en muchos sentidos en un estado de caos moral, incluido el mundo judío.
Aunque pueda parecer alucinante, algunos judíos todavía practicaban la poligamia. En el Diálogo con Trifón, en el que Justino Mártir discute el Cristianismo con judíos, se dice que « es posible que un judío tenga, aún ahora, cuatro o cinco mujeres»
(Diálogo con Trifón 134). Josefo podía escribir: «Según costumbre ancestral un hombre puede vivir con más de una mujer» (Antigüedades de los Judíos 17:1,2).