Juan dice que, el que niegue al Hijo, tampoco tiene al Padre. Lo que se encuentra tras este dicho es lo siguiente. Los falsos maestros presentaban su postura diciendo: «Puede ser que tengamos ideas diferentes de las vuestras acerca de Jesús; pero vosotros y nosotros tenemos la misma doctrina acerca de Dios. » La respuesta de Juan es que esa es una postura imposible; ninguna persona puede negar al Hijo si pretende tener al Padre; o negar al Padre si pretende tener al Hijo. ¿Cómo llega a esta conclusión?
Llega a ella porque nadie que acepte la enseñanza del Nuevo Testamento puede llegar a otra. Es la enseñanza consecuente del Nuevo Testamento, y es lo que Jesús dice acerca de Sí mismo: que, aparte de El, nadie puede conocer a Dios. Jesús dijo claramente que nadie conoce al Padre excepto el Hijo, y aquel a quien el Hijo le revele ese conocimiento (Mateo 11:27; Lucas 10:22). Jesús dijo: «El que cree en Mí, no cree sólo en Mí, -sino también en el Que Me envió; y el que Me vea Mí, ve al Que Me envió» (Juan 12:44s). Cuando, hacia el fin de Su vida, Felipe dijo que se conformaban con que Jesús les mostrara al Padre, la respuesta de Jesús fue: « El que Me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:6-9). Es a través de Jesús como se llega a conocer a Dios; es en Jesús donde se puede uno acercar a Dios. Si Le negamos a Jesús el derecho a hablar, si negamos Su conocimiento especial y su relación especial con Dios, no podemos seguir teniendo confianza en lo que Él dice. Sus palabras no pasarían de ser las suposiciones que podría hacer cualquier hombre bueno y grande. Aparte de Jesús no tenemos ningún conocimiento seguro de Dios; negarle a Él es al mismo tiempo perder todo contacto con Dios.
Jesús afirma que la reacción que se tenga con Él es la misma que se tiene con Dios, y que de ella depende el destino en el tiempo y en la eternidad. Jesús dijo: « A cualquiera que Me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de Mi Padre que está en el Cielo; y a cualquiera que Me niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de Mi Padre Que está en el Cielo» (Mateo 10:32s).
Negar a Jesús es estar separado de Dios, porque nuestra relación con Dios depende de nuestra reacción a Jesús. Negar a Jesús es sin duda la mentira capital, porque es perder totalmente la fe y el conocimiento que Él solo hace posible. Podemos decir que hay tres confesiones de Jesús en el Nuevo Testamento. Está la confesión de que Él es el Hijo de Dios (Mateo 16:16; Juan 9:35-38); está la confesión de que Él es el Señor (Filipenses 2:11); y está la confesión de que Él es el Mesías (1 Juan 2:22). La esencia de cada una de ellas es la afirmación de que Jesús tiene una relación única con Dios. Y negar esa relación es negar la certeza de que todo lo que Jesús dijo acerca de Dios es verdad. La fe cristiana depende de la relación única de Jesús con Dios. Juan, por tanto, tiene razón: el que niegúe al Hijo, también ha perdido al Padre.
El privilegio universal
Si lo que habéis oído desde el principio permanece dentro de vosotros, vosotros también permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que Él os ha hecho: la vida eterna.
Os estoy escribiendo estas cosas para advertiros acerca de los que están tratando de descarriaros. En cuanto a vosotros, si esa Unción que habéis recibido de Él permanece en vosotros, no tenéis necesidad de que nadie os enseñe.
Pero, como Su Unción os enseña acerca de todas las cosas y es verdadera y no es mentira, y como Él os ha enseñado, permaneced en Él. Así que, hijitos, permaneced en Él para que, cuando aparezca, tengáis confianza y no os escondáis de Él avergonzados en Su Venida. Como sabéis que Él es justo, debéis daros cuenta de que cualquiera que obra justicia es nacido de Él.
Juan está exhortando a los suyos para que permanezcan en las cosas que han aprendido; porque así permanecerán en Cristo. El gran interés de este pasaje se encuentra en una expresión que Juan ha usado ya. En el versículo 20 ya ha hablado de la unción que los suyos han recibido del Santo y por medio de la Cual todos ellos están equipados con conocimiento. Aquí habla de la unción que ellos han recibido y que les enseña todas las cosas. ¿Qué pensamiento hay detrás de esta palabra, unción?
Tendremos que remontarnos considerablemente en el pensamiento hebreo para descubrirlo.
En la práctica y el pensamiento hebreos la unción se relacionaba con tres clases de personas. (i) Los sacerdotes eran ungidos. La prescripción ritual dice: «Luego tomarás el aceite de la unción, lo derramarás sobre su cabeza y le ungirás» (Éxodo 29:7; cp. 40:13; Levítico 16:32). (ii) Los reyes eran ungidos. Samuel ungió a Saúl como rey de la nación (1 Samuel 9:16; 10:1). Más tarde Samuel también ungió a David como rey (1 Samuel 16: 3,12). A Elías se le ordenó que ungiera a Hazael y a Jehú (1 Reyes 19:15s). La unción equivalía a la coronación. (iii) Los profetas eran ungidos. A Elías se le mandó que ungiera a Eliseo como sucesor suyo (1 Reyes 19:16). El Señor había ungido al Profeta para que diera buenas nuevas a la nación (Isaías 61:1).
Así es que aquí encontramos la primera cosa significativa. En los días antiguos, el recibir la unción había sido el privilegió de unos pocos escogidos: los sacerdotes, los reyes y los profetas; pero ahora es el privilegio de todos los cristianos, por muy humildes que sean. Así es que la unción representa el privilegio que tiene el cristiano en Jesucristo. Al sumo sacerdote se le llamaba el ungido; pero el supremo Ungido era el Mesías (Mesías es la palabra hebrea que quiere decir el Ungido, lo mismo que Jristós en griego). Así es que Jesús fue el Ungido en grado superlativo. Entonces surgió la cuestión: ¿Cuándo fue ungido Jesús? La respuesta que ha dado siempre la Iglesia es que en Su bautismo Jesús fue ungido con el Espíritu Santo (Hechos 10:38).