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1 Juan 2: La preocupación de un pastor

Hijitos míos, estoy escribiéndoos estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos al Que defenderá nuestra causa ante el Padre, Jesucristo el Justo. Porque Él es el sacrificio propiciatorio por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por todo el mundo.

La primera cosa que debemos notar en este pasaje es el afecto sincero. Juan empieza por llamar a sus lectores «hijitos míos.» Tanto en latín y griego como en español los diminutivos denotan un afecto especial. Son palabras que se usan, como si dijéramos, con una caricia. Juan es un hombre muy anciano; debe de ser de hecho el último superviviente de su generación, el último hombre vivo de los que habían andado y hablado con Jesús en los días de Su carne. Desgraciadamente, muy a menudo los ancianos no simpatizan con los jóvenes, y hasta desarrollan una irritabilidad impaciente frente a las maneras nuevas y más libres de la generación más joven. Pero no Juan; en su ancianidad no da muestras nada más que de ternura para con los que son sus hijitos en la fe. Les está escribiendo para decirles que no deben pecar, pero no les echa la bronca. No tienen filo sus palabras; quiere conducirlos a la bondad a fuerza de amarlos. En estas palabras introductorias se ve el anhelo, la ternura afectiva de un pastor hacia las personas a las que ha conocido largo tiempo en todas sus debilidades y flaquezas, y sigue amando.

Su propósito al escribirles es que no pequen. Hay aquí una doble línea de pensamiento -con lo que precede y con lo que sigue. Hay un doble peligro de que piensen con ligereza en el pecado.

Juan dice dos cosas acerca del pecado. La primera, acaba de decir que el pecado es universal; cualquiera que diga que no ha cometido ningún pecado, es un mentiroso. Segunda, que hay perdón para los pecados en lo que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo por los hombres. Ahora bien, sería posible usar estas dos afirmaciones como una excusa para pensar en el pecado con ligereza. Si todos hemos pecado, ¿por qué armar tanto jaleó acerca de ello, y de qué sirve luchar contra algo que es en cualquier caso una parte inevitable de la condición humana? Además, si hay perdón de pecados, ¿para qué preocuparse?

A la vista de esto Juan, como señala Westcott, tiene dos cosas que decir.

Primera, el cristiano es el que ha llegado a conocer a Dios; y el compañero inseparable del conocimiento debe ser la obediencia. Volveremos a esto más en detalle; pero de momento notamos que conocer a Dios y obedecer a Dios deben ser, como Juan deja bien claro, partes gemelas de la misma experiencia.

Segunda, el que pretenda permanecer en Dios (versículo 6) y en Jesucristo, debe vivir la misma clase de vida que Jesús vivió; es decir: la unión con Cristo conlleva necesariamente la imitación de Cristo. Así es que Juan establece sus dos grandes principios éticos: el conocimiento conlleva la obediencia, y la unión conlleva la imitación. Por tanto, en la vida cristiana nunca puede haber nada que nos induzca a pensar en el pecado con ligereza.

Jesucristo, el Paráclito

Nos llevará un tiempo considerable el estudio de estos dos versículos, porque puede que no haya en todo el Nuevo Testamento otros dos versículos que expongan tan sucintamente la obra de Cristo.

Empecemos por plantear el problema. Está claro que el Cristianismo es una religión ética; eso es algo en lo que Juan hace hincapié. Pero también está claro que el hombre es a menudo un fracaso ético. Confrontado con las demandas de Dios, las admite y las acepta -y entonces fracasa en cumplirlas. Aquí, pues, hay una barrera infranqueable entre Dios y el hombre. ¿Cómo puede el hombre, un pecador, entrar alguna vez a la presencia del Dios tres veces santo? Ese problema se resuelve en Jesucristo. Y Juan usa en este pasaje dos grandes palabras acerca de Jesucristo que debemos estudiar, no simplemente para adquirir conocimiento intelectual, sino para comprender y así entrar a participar en los beneficios de Cristo.

Llama a Jesucristo nuestro Abogado con el Padre. La palabra es paráklétos, que en el Cuarto Evangelio traduce la Reina-Valera por Consolador (de acuerdo con el D.R.A.E., que define paráclito como «Nombre que se da al Espíritu Santo, enviado .para consolador de los fieles». Véase nota a Juan 14:16 en la R-V›95). Es una palabra tan grande y tiene tras sí un pensamiento tan grande que debemos examinarla en detalle. Paráklétos procede del verbo parakalein. Hay algunos contextos en los que parakalein quiere decir confortar. Se usa con este sentido, por ejemplo, en Génesis 37: 35, donde se dice que todos los hijos e hijas de Jacob acudieron a consolarle por haber perdido a José. En Isaías 61:2, donde se dice que la función del profeta es consolar a todos los que están de luto; y en Mateo 5:4, donde se dice que los que lloran recibirán consolación. Pero ese no es, ni el más corriente ni el más literal sentido de parakalein; su sentido más corriente es llamar a alguien al lado de uno para usarle de alguna manera como ayuda y consejero. En griego ordinario ese es un uso muy corriente. Jenofonte (Anábasis 1.6.5) dice que Ciro convocó (parakalein) a Plearcos a su tienda para que fuera su consejero, porque a Clearcos le tenían en muy alta estima Ciro y los griegos. El orador griego Esquines protesta de que sus oponentes llamaran a su gran rival Demóstenes, y dice: «¿Por qué tenéis que llamar a Demóstenes en vuestra ayuda? Hacer eso es pedir que venga un retórico tramposo a seducir los oídos del jurado.» (Contra Ctesifonte, 200).

La palabra paráklétos está en la voz pasiva, y quiere decir literalmente alguien que es llamado al lado de uno; pero como siempre lo más importante es la razón por la que se llama, la palabra, -Aunque de forma pasiva, tiene un sentido activo, y llega a querer decir ayudador, sustentador, y sobre todo testigo a favor de alguien, abogado en la defensa de alguien. También es una palabra corriente en el griego secular ordinario. Demóstenes (De Fals. Leg. 1) habla de las oportunidades y del espíritu de partido de abogados (paraklétoi) que están al servicio de intereses privados en vez del bien público. Diógenes Laercio (x..50) menciona un dicho cáustico del filósofo Bión. Una persona muy charlatana buscó su ayuda en cierto asunto. Bión le dijo: «Haré lo que deseas, con tal de que me mandes a alguien que me exponga tu caso (es decir, envía un paráklétos), pero tú manténte bien lejos.» Cuando Filón está hablando de la historia de José y sus hermanos dice que, cuando José les perdonó el mal que le habían hecho, dijo: « Os ofrezco una amnistía por todo lo que me hicisteis; no necesitáis otro paráklétos» (Vida de José 40).

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