1 de Samuel 4: El arca capturada por los filisteos

Para completar la desgracia experimentada por la familia de Elí, se murió la nuera al dar a luz. Su último suspiro dio expresión perfecta a su irremediable desesperación. Nombró a su hijo Icabod, que quiere decir “sin gloria”. Eso es lo que pasa cuando la gente depende más de los símbolos de su fe que de la realidad de ella. No hay victoria sobre sus enemigos y hay miedo en vez de confianza. Su error, desde luego, residía en tratar el arca como si fuera Dios. La miraban como un talismán o amuleto, poseída de poderes sobrenaturales. Y en su pecado, desobediencia y obstinación obligaron a Dios a que se apartara de ellos. Lo mismo vemos en Ezequiel 10:18-19 cuando el templo es contaminado, motivando que se ausentara del mismo la gloria de Dios. De igual manera nosotros estamos destituidos de la gloria de Dios. Sólo en Cristo podemos tener su gloria por cuanto el Espíritu de gloria reside en el creyente.

Al ser capturada el arca, no podemos decir que Dios fue vencido. El símbolo material de su presencia fue difamado. Dios no murió en la cruz sino que el cuerpo humano de Jesús fue difamado. Y como veremos, fue necesario para que Dios se glorificara. En Cristo no tenemos que experimentar Icabod (sin gloria). Nuestra herencia más bien es vivir con gloria, es decir Imcabod. Y en esa gloria vamos progresando “de gloria en gloria”.

El uso irreverente de las cosas sagradas

1. El arca había perdido la centralidad de su significación y propósito al ser introducida en el campamento. Cuando dejamos de confiar en Dios y ponemos nuestra fe y confianza en los símbolos, estaremos muy cerca de la derrota espiritual.

2. El miedo es siempre un mal consejero. Enceguece al enemigo y arremete sin compasión contra el creyente. Es peligroso confiar en tradiciones pasadas y hacer de ciertas modalidades un credo. Lo que ayer fue un elemento de bendición hoy podrá ser el «botín» de nuestro adversario.

3. Nadie quiere ser un «benjaminita» cualquiera, portador de malas noticias con sus trágicas consecuencias, sobre todo cuando «la gloria de Dios se ha apartado del creyente».

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