La primera incursión de los filisteos
No sabemos por qué el enemigo no había caído sobre el ejército de Israel todavía. Con sus fuerzas superiores hubiera podido vencerlo. Pero se contentó con establecerse en el fuerte que anteriormente ocupaba Saúl en Micmas. Sin haber hecho nada más que presentarse, redujo el ejército de Saúl a 600 hombres, aun con los soldados de Jonatán en Gabaa. Se sintieron endebles sin poder presentar la oposición a los filisteos. Estos enemigos, aprovechando las circunstancias, enviaban regularmente grupos de destructores o merodeadores en tres direcciones distintas. Marchaban al norte, al poniente y al sudeste, es decir hacia el Jordán. Mantenían el país en estado de miseria. Habían descubierto la milicia de privación; quitarle al enemigo lo necesario para poder hacer la guerra.
Lo más necesario serían armas. Los filisteos tenían un monopolio de la producción de hierro, cosa que no cambió hasta el tiempo de David. Aun para afilar sus herramientas los israelitas tenían que pagar un pim o sea 2/3 de siclo (7 gramos, RVA). Esta suma sería dos veces más que el presente que le hicieron a Samuel por decirles de las asnas. Así que representa una cantidad algo penosa para los pobres agricultores. El texto hebreo aquí es un poco difícil, pero “tridente” son realmente dos palabras. La primera es el número tres que podría ser tercera también. La otra palabra corresponde a una horquilla. Da la impresión que el precio de afilar herramientas puntiagudas sería la tercer parte de un pin, o en este caso 1/3 siclo.
Era una desventaja terrible. Pero no imposible. Debemos recordar que los israelitas habían vencido a los filisteos en tiempos anteriores. Samgar se valió de una aguijada de bueyes para quebrarles la cabeza a seiscientos filisteos. Y Sansón no tenía armas. Isaías 54:17 aclara que “ninguna arma forjada prosperará” y la salvación de Dios vendría de Jehová. Realmente su problema no fue tanto la falta de armas sino la falta de confianza en Dios. Queda para el apóstol Pablo mucho más adelante decir: “… las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”.