La prueba del poder de Dios
Dios haría por mano de Samuel una maravilla (lit. una gran cosa). Lo haría llover en tiempo de la siega de trigo. El trigo se cosechaba como la primera de las tres grandes cosechas del año. Venía entre mediados de mayo hasta mediados de junio, una temporada seca en Israel. Un aguacero en tiempo de cosecha podría dañar el trigo. La constante comunión que tenía Samuel con Dios se manifiesta y al invocar a Dios, caen truenos y lluvias. En temporada de lluvia tales cosas producirían gozo y acciones de gracias. Pero con el trigo de grano lleno, constituía un peligro y un castigo. La gente tendría que saber que tales cosas sólo se producen por la mano de Dios.
Produjo temor entre los presentes. En hebreo hay siete palabras que se traducen temor. Algunas dan una idea de timidez; otras de dolor tembloroso. Otras ideas prominentes son las de horror o de cautela. La palabra usada aquí es la más común. Tiene el significado de “tomar en serio”. Dios les había llamado fuertemente la atención con trueno y lluvia. Y le comenzaron a tomar en serio. Pero para que no fueran vencidos por su pavor, les dijo Samuel, “no temáis”. Habían tomado muy a pecho su maldad hasta pensar que Dios no les escucharía más. Rogaban a Samuel que orara a su Dios, es decir, al Dios que sólo a él le escucharía. Y ante esta expresión del reconocimiento de sus pecados, Samuel les aseguró que Dios todavía les amaba y les consideraba como su pueblo.
Samuel es el ejemplo más sobresaliente de un hombre de oración. Puesto que le habían rogado que orara, les aseguró también que iba a rogar por ellos, no sólo en ese instante sino siempre. Y 450 años después Jeremías todavía se acuerda del poder que tenía Samuel en la oración (Jer_15:1). Juan Bunyan, el gran predicador bautista del siglo XVII, dijo bien: “La oración aparta al hombre del pecado o el pecado le apartará de la oración. La oración es un escudo para el alma, un sacrificio para Dios y un azote a Satanás”. La oración no es autosugestión o racionalización o un vano ejercicio. Es comunión con Dios, es sentir lo que él siente, es pasar tiempo con él. Hacia esto les urge caminar Samuel, tomándole a Dios en serio, sirviéndole de corazón y andando en lo recto. Figura como uno de los gigantes de toda la historia de Israel. Cualquier ministro del evangelio no puede mejor que imitarlo.
¿Un gobernante conforme al corazón de Dios?
Cada vez que ejercemos nuestro privilegio como ciudadanos votando a un candidato que se postula para el alto cargo de gobernar la nación, es nuestro deber preguntarnos acerca de sus condiciones morales, su capacidad intelectual, su trayectoria política y sobre todo su respeto y acatamiento por las leyes que rigen a su pueblo… y podríamos seguir.
Después del fracaso de Saúl, Dios pidió a Samuel que buscara un hombre conforme a su corazón. En otras palabras, un hombre con elevados ideales, un corazón recto, incorrupto, alguien en quien se pudiera confiar. Y evidentemente que lo encontró. Dios había apostado por un muchachito humilde, el más pequeño de una familia de cinco hermanos. Era la reserva moral y espiritual de la nación y de quien dependería la esperanza mesiánica de Israel.
Ante la encrucijada, pues, de elegir un gobernante, es necesario volver a la Biblia y saber qué dice Dios en esta circunstancia. Romanos 13:1b nos asegura que «… porque no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que hay, por Dios han sido constituidas». La advertencia divina está en 1 de Samuel 16:7, un pasaje que Lucas recordó muy bien en Hechos 13:22. La meta es muy alta para nuestro tiempo, pero no imposible. El que aspira un cargo público será necesario que esté revestido de un corazón con un estilo de vida conforme al corazón de Dios, y después votemos tranquilos. También vale para la elección de un nuevo pastor.