Parece que para el Cronista era algo penoso notar el número más bajo de combatientes dentro de la tribu de Benjamín, sólo 3.000. Quiere explicar la situación al hacer alusión a la mayoría de los benjamitas que aún prestaban lealtad a Saúl (léase el reino de su hijo, Isboset) en la coronación de David. Es patente que el Cronista hace caso omiso total de la descendencia de Saúl por su prejuicio en pro de David; ni quiere escribir el nombre de Isboset. No es que haya desconocido el contenido de 2 de Samuel 8; más bien, para la teología del Cronista, con la muerte de Saúl esa dinastía había terminado. El que esta cifra (3.000), representase una pena para el Cronista habla muy fuerte en pro de su lealtad a su fuente histórica. No es probable que el escritor bíblico haya inventado estas cifras.
El versículo 32 habla de los hijos de Isacar como expertos en entender los tiempos. Algunos comentarios de los rabinos atribuyen a éstos poderes para leer las estrellas y por lo tanto predecir el futuro. El hecho de que los comentaristas judíos hayan convertido a estos líderes en astrólogos no implica necesariamente que el Cronista los creyera tales. Independientemente de las prohibiciones muy antiguas respecto a los adivinos, el Cronista vivía entre un pueblo cuyos antepasados recientes habían experimentado un contacto con los babilonios y persas. Estos pueblos veneraban los astros; sólo tenemos nociones de reacción apologética hebrea en contra de tales ideas. El gran himno creacionista en Génesis 1 es un ejemplo de cómo la escuela sacerdotal toma elementos babilónicos (la historia de Enuma Elish) para refutarlos y demostrar la superioridad del Dios de los hebreos. Difícilmente los guerreros de David, dentro de su contexto, prestarían atención a estos 200 expertos por tal motivo. Más difícilmente aún el Cronista leería en la historia idealista de David esta especie de práctica.
La alusión a comer y beber puede tener ciertos matices que sugieren un pacto. El que se mencione una alianza en 11:1-3 hace esto por lo menos posible. La mención de hermanos en este mismo texto arguye poderosamente a favor de la idea de solidaridad para con David entre estos hombres.
El Cronista ha sido pintado por algunos como un ritualista, desprovisto de la religión de corazón; la mención por el escritor postexílico de alegría en Israel en combinación con el espíritu festivo desmiente tales cuadros.
Primero flechas, luego el escudo y la lanza Al enfrentarse dos ejércitos adversarios, se producía en la antigüedad una ofensiva por medio de una lluvia de flechas. El propósito era el de debilitar los escuadrones que venían marchando para la lucha cuerpo a cuerpo. (En las batallas modernas, las flechas son substituidas por un intenso cañoneo de la zona a conquistar.) En algunos casos, las flechas eran tan efectivas que los ejércitos llegaban a la lucha frontal notablemente reducidos en su número. Allí, con muchos menos hombres, las tropas enemigas eran enfrentadas cuerpo a cuerpo, con el escudo y la lanza refiere a expertos para la batalla cuerpo a cuerpo). En la lucha espiritual, podríamos comparar a las flechas con la oración, y al escudo y la lanza con el trabajo de campo. Hoy, toda tarea evangelística o de otro tipo que no comienza regando el terreno con oración, va a fracasar. Y el fracaso no es porque no se trabaje bien, sino porque al llegar encontramos enemigos muy fuertes, sin haber sido atados o debilitados por el poder de la oración. El Señor Jesús habló en estos términos: «¿Cómo puede alguien entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes a menos que primero ate al hombre fuerte?». ¡La oración de fe destruye obstáculos y prepara los corazones para que la Palabra sea recibida con gozo, y para que el trabajo «cuerpo a cuerpo» resulte en un alto porcentaje de efectividad!