1 Corintios 5: Pecado y permisividad

Se dice por aquí que hay promiscuidad sexual entre vosotros, y hasta un punto que no se da ni entre los paganos, llegando a darse el caso de que uno mantiene relaciones con la mujer de su padre. ¡Y no le dais ninguna importancia, y hasta presumís de tolerantes, en lugar de lamentarlo y tomar medidas, como es vuestro deber, para que no sea admitido entre vosotros el que ha cometido tales desmanes! En cuanto a mí, ausente físicamente pero identificado con vosotros en espíritu, ya me he pronunciado como si estuviera presente: Por lo que se refiere al que ha perpetrado tal acción, mi veredicto es que, reunidos en el nombre del Señor y contando con mi presencia en espíritu, respaldados por el poder del Señor Jesús, entreguéis al que así ha actuado a Satanás hasta que sea eliminada de su cuerpo la concupiscencia, para que su espíritu se salve el Día de nuestro Señor Jesús. Vuestra presunción no tiene ninguna gracia. ¿Es que no sabéis todavía que un poco de mala influencia puede corromper a toda una sociedad? ¡Limpiaos de la vieja mala influencia para que podáis empezar de nuevo con limpieza como Dios os ha limpiado! Porque nuestro Cordero pascual, Que es Cristo, ya ha sido sacrificado; así que hagamos fiesta, no a la manera corrompida de antes ni con la mala influencia de corrupción, sino con los ázimos de sinceridad y de integridad.

Pablo está tratando de lo que era para él un problema frecuente. En cuestiones sexuales, los paganos no conocían el sentido de la castidad. Se refocilaban donde y cuando se les ofrecía la oportunidad. Le era muy difícil a la Iglesia Cristiana el escapar del contagio. Era como una islita rodeada por todas parte del mar del paganismo. Hacía muy poco que habían entrado en el Cristianismo. ¡Era tan difícil desaprender las prácticas ancestrales en las que habían participado! Y, sin embargo, si la Iglesia había de mantenerse pura, tenían que decir adiós definitivamente a las viejas cosas paganas. En la iglesia de Corinto se había producido un caso verdaderamente escandaloso: un hombre había establecido una relación ilícita con su madrastra, que era algo que habría asqueado hasta a los paganos, y que estaba prohibido explícitamente en la ley judía (Levítico 18:8). La forma como se presenta puede sugerir que la mujer ya estaba divorciada de su anterior marido. Sería probablemente pagana, porque Pablo no se refiere a ella; estaría fuera de la jurisdicción de la Iglesia.

Aunque estaba horrorizado con aquel pecado, Pablo aún lo estaba más con la actitud de la iglesia corintia: parece que habían aceptado tolerantemente la situación, cuando debieran haberse mostrado apesadumbrados y haber reaccionado debidamente. La palabra que usa Pablo para pesadumbre (penthein) es la que se usa para el duelo que se hace por los difuntos (N.B.E.: « poneros de luto»). Una actitud cachazuda en relación con el pecado es siempre peligrosa. Se ha dicho que nuestra única defensa frente al pecado está en la repulsa. Carlyle decía que debemos ver siempre la belleza infinita de la santidad y la repulsividad infinita del pecado. Cuando dejamos de tomar en serio el pecado estamos en peligro. No es cosa de ser crítico ni de condenarlo todo, sino de ser consciente de su peligro y daño. Fue el pecado lo que crucificó a Jesucristo; fue para libertarnos del pecado para lo que Él murió. Ningún cristiano puede reaccionar simplemente con pachorra ante el pecado.

El veredicto de Pablo era que había que hacer algo con aquel hombre. Con una frase gráfica dice que hay que entregárselo a Satanás. Quiere decir que debe ser excomulgado. El mundo se consideraba el dominio de Satanás (Juan 12:31; 16:11; Hechos 26:18; Colosenses 1:13) como la Iglesia era el dominio de Dios. Devolver a ese hombre al mundo de Satanás al que pertenecía, era el veredicto de Pablo. Pero tenemos que darnos cuenta de que,, hasta un castigo tan serio, no era vindicativo, sino encaminado a hacer que se humillara, que domara y erradicara su concupiscencia para que, a fin de cuentas, su espíritu se salvara. Era disciplina ejercida, no solamente para castigar, sino principalmente para despertar; y era un veredicto que había que cumplir, no con crueldad sádica y fría, sino con el dolor que se siente cuando se pierde un ser querido. En la Iglesia Primitiva, detrás del castigo y de la disciplina estaba la convicción de que había que rehacer, no que deshacer al que había pecado.

Pablo pasa a dar un consejo muy práctico. Los versículos 6-8 aparecen modernizados en la traducción. En el original dice, como la Reina-Valera y muchas otras biblias «¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestro sacrificio pascual, que es Cristo, ya ha sido sacrificado; para que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, que es la de la iniquidad y el mal, sino con los ázimos de la sinceridad y de la verdad.» Aquí tenemos un cuadro pintado con colores veterotestamentarios. En la literatura judía, con muy pocas excepciones, la levadura representa una mala influencia. Era una pizca de la hornada anterior, que se había fermentado totalmente. Los judíos identificaban la fermentación con la corrupción.

Ahora bien: el pan de la pascua era sin leudar (Éxodo 12:1 Sss; 13:7). Más que eso: el día antes de que empezara la fiesta de la pascua, la ley establecía que había que encender un candil y buscar la levadura ceremoniosamente por toda la casa, para que no quedara en ella ni una miguita de pan normal (Cp. la figura de la búsqueda de Dios en Sofonías 1:12). (Debemos notar de pasada que la fecha de esta limpieza era el 14 de abril, ¡y que de ahí deriva la costumbre de la limpieza de primavera!). Pablo adopta esa ilustración. Dice que nuestro Cordero pascual ya ha sido sacrificado: Cristo, Cuyo sacrificio nos ha librado del pecado, como el del cordero pascual libró a los primogénitos de Israel de la muerte, y consiguientemente a todo Israel de la cautividad de Egipto. Por tanto, prosigue Pablo, hasta la última miga de maldad tiene que desaparecer de nuestras vidas. Si dejamos una mala influencia en la Iglesia, puede corromper toda la sociedad de la misma manera que la pizca de levadura deuda toda la masa.

Aquí tenemos otra vez una gran verdad práctica. A veces hay que imponer una disciplina para bien de la iglesia. El cerrar los ojos a las ofensas no es lo más amable que se puede hacer: puede ser perjudicial. Hay que eliminar el veneno antes que se extienda. Es fácil arrancar una mala hierba; pero, si se deja, se apoderará de todo el terreno. Aquí tenemos el gran principio de la disciplina: nunca se debe ejercer para satisfacción del que la impone, sino para bien de la persona que ha pecado y de la iglesia entera; no debe ser vengativa, sino curativa y profiláctica.

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