En consecuencia, lo que tenéis que pensar de nosotros es que somos servidores de Cristo y administradores de los secretos que Dios revela a Su propio pueblo. En la vida corriente de cada día, lo que se espera de los administradores es que sean de fiar. A mí me importa muy poco el que me juzguéis vosotros o cualquier tribunal humano. Ni siquiera yo me juzgo a mí mismo; porque, aunque la conciencia no me acusara de nada, no por eso estaría libre de error. El Señor es el Que me juzga. Así que, no os precipitéis a juzgar antes de tiempo, sino esperad a que vuelva el Señor, Que iluminará las cosas que están escondidas en lugares oscuros y sacará a luz las intenciones de los corazones humanos. Entonces será cuando cada cual recibirá de Dios su calificación.
Pablo exhorta a los corintios a que no piensen en Apolos, Cefas o él mismo como líderes de partidos, sino que los consideren simplemente servidores de Cristo. La palabra que usa para servidor es interesante: hypérétés originalmente era el remero del banco inferior del trirreme; es decir, uno de los esclavos o cautivos que manejaban los grandes remos que impulsaban aquellas naves por el mar. Algunos comentaristas han hecho hincapié en este sentido de la palabra, y han sugerido que Cristo es el piloto que dirige el curso del navío, y Pablo no es más que uno de los remeros que acepta las órdenes del Piloto y sigue Su dirección.
Luego Pablo usa otra imagen: se ve a sí mismo y a sus compañeros en la predicación del Evangelio como mayordomos de los secretos que Dios quiere revelarle a Su pueblo. El mayordomo (oikonómos) era el major domo, y estaba a cargo de la administración de una casa o propiedad; controlaba al personal y distribuía los recursos; pero, aunque manejaba muchas cosas, no era más que un esclavo en relación con el dueño. Cualquiera que sea la posición de una persona en la Iglesia, y cualquiera que sea su autoridad y prestigio, no es más que un servidor de Cristo.
De ahí pasa Pablo a la idea del juicio. La cualidad imprescindible de un mayordomo es que sea digno de confianza. El hecho de disfrutar de tanta independencia y responsabilidad hace que sea necesario que su señor pueda depender absolutamente de él. Los corintios, con sus partidos y asignación de líderes de la Iglesia como sus señores, habían hecho juicio sobre esos líderes al preferir a uno por encima de los demás. Así es que Pablo habla de tres juicios a los que se debe someter cada persona.
(i) Debe arrastrar el juicio de sus semejantes. En su caso, Pablo dice que le importa un pimiento. Pero hay un sentido en el que uno no puede dejar de tener en cuenta el juicio de sus semejantes. Lo extraño es que, aunque a veces se cometen errores, el juicio de nuestros semejantes suele ser acertado. Eso se debe al hecho de que, en general, instintivamente, todo el mundo admira las cualidades básicas de honradez, fiabilidad, generosidad, espíritu de sacrificio y amor. El filósofo cínico Antístenes solía decir: «No hay más que dos personas que es posible que te digan la verdad acerca de ti mismo: un enemigo que ha perdido los estribos, o un amigo que te quiere entrañablemente.» Es absolutamente cierto que no debemos dejar que el juicio de los demás nos aparte de lo que creemos correcto;, pero también es verdad que el juicio de los demás es a menudo más exacto de lo que nos gustaría creer, porque ellos también admiran las buenas cualidades.
(ii) Debe arrastrar su propio juicio. Una vez más, Pablo no le da ninguna importancia. Sabía muy bien que el juicio propio puede estar nublado por la auto estimación, el orgullo o la vanidad. Pero, en un sentido indudable, todos tenemos que arrastrar nuestro propio juicio. Una de las ideas éticas básicas de los griegos era: « ¡Conócete a ti mismo!» Los cínicos insistían en que una de las primeras características de un hombre auténtico era «la habilidad de llevarse bien consigo mismo.» Uno no puede escapar de sí mismo; y, si se pierde el respeto, la vida se le hará insoportable.
(iii) Debe arrastrar el juicio de Dios. En último análisis, ese es el único que importa. Para Pablo, el juicio que esperaba no era el de cualquier día o tribunal, sino el del Día del Señor. El de Dios es el juicio final y definitivo por dos razones.
(a) Sólo Dios conoce todas las circunstancias. Él sabe las luchas que una persona ha tenido que mantener, los secretos que no ha compartido con nadie, hasta dónde habría podido caer… o escalar.
(b) Sólo Dios conoce todos los motivos. « El hombre ve la acción, pero Dios ve la intención.» Muchas acciones que parecen nobles puede que se hayan realizado por los motivos más egoístas e innobles; y muchas acciones que parecen rastreras se han llevado a cabo por los motivos más elevados. El Único ,que puede juzgar el corazón es el Que lo ha hecho y es el Único Que lo conoce. Haríamos bien en recordar dos cosas: la primera es que, aunque escapemos de todos los otros juicios o cerremos los ojos para no tenerlos en cuenta, no podemos escapar al juicio de Dios; y segunda, el juicio es algo que Le corresponde hacer a Dios, así que no asumamos tan alta responsabilidad.