1 Corintios 3: importancia suprema de Dios

Pablo pasa otra vez a poner el dedo en la raíz de la disensión y consiguiente destrucción de la Iglesia. Es el culto de la sabiduría intelectual y mundana. Muestra la condenación de esa sabiduría con dos pasajes del Antiguo Testamento: Job 5:13, y Salmo 94:11. Era por esa misma sabiduría mundana por lo que los corintios valoraban a los diversos maestros y líderes. Era ese orgullo de la mente humana el que los hacía apreciar o criticar su forma de dar el Mensaje, la corrección de su retórica, el peso de su oratoria, la sutileza de sus argumentos, más que el contenido del Mensaje en sí. El problema de ese orgullo intelectual es que produce dos cosas.

(a) Discusiones. No se puede estar callado y admirar lo bueno; tiene que hablar y criticar. No puede soportar que se le contradiga: tiene que demostrar que es el único que tiene razón. Nunca es lo bastante humilde para aprender; siempre tiene que ser él el que establezca la ley.

(b) El orgullo intelectual es esencialmente exclusivista. Tiende a mirar por encima del hombro a los demás en lugar de sentarse a su lado. Su actitud es que todos los que no están de acuerdo con él están equivocados. Hace mucho, Cromwell escribió a los escoceses: « Os ruego por las entrañas de Cristo que consideréis la posibilidad de estar equivocados.» Eso es precisamente lo que el orgullo intelectual no puede admitir. Tiende a separar a las personas más que a unirlas.

Pablo desafía a las personas a que sean lo suficientemente sabias como para darse cuenta de que son necias. Esta es una manera de decirles que sean lo suficientemente humildes como para aprender. No se puede enseñar nada a una persona que cree que ya lo sabe todo. Platón decía: «El más sabio es el que se da cuenta de que está insuficientemente equipado para el estudio de la sabiduría.» Y Quintiliano decía de ciertos estudiantes: «Habrían llegado a ser excelentes estudiantes si no hubieran estado convencidos de que eran muy sabios.» Un antiguo proverbio establecía: «El que no sabe, y no sabe que no sabe, es un necio; evítale. El que no sabe, y sabe que no sabe, es un sabio; enséñale.» La única manera de llegar a saber nada es reconocer que no se sabe; el único acceso al conocimiento es confesar la ignorancia.

En el v. 22, como pasa tantas veces en sus cartas, a la prosa de Pablo le salen alas de sentimiento y poesía. Los corintios están haciendo algo que a Pablo le parece incomprensible: están tratando de ponerse en manos de algún hombre. Pablo les dice que, de hecho, no son ellos los que le pertenecen a ningún hombre, sino él el que les pertenece a ellos. El identificarse con un partido es aceptar la esclavitud los que deberían ser reyes. El hecho es que son los dueños de todas las cosas, porque pertenecen a Cristo, y Cristo pertenece a Dios. La persona que consagra su fuerza y su corazón a cualquier lasquita de un partido ha rendido su todo a un reyezuelo cuando podía haber entrado en posesión de una compañía y de un amor tan amplio como el universo. Ha confinado en angostos límites una vida que estaba diseñada para esferas de amplitud ilimitada.

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