En cuanto a mí, hermanos, no pude hablaros como si fuerais espirituales, sino que tuve que hablaros como a los que no habían pasado todavía de la etapa meramente humana, como a niños en Cristo. Como si dijéramos, os di a beber leche, no comida sólida. Y aun ahora, todavía no podéis digerir la comida sólida, porque seguía estando controlados por las pasiones humanas. Si hay entre vosotros envidia y rivalidad, ¿no quiere eso decir que estáis dominados por las pasiones humanas y que vuestro comportamiento no pasa del nivel puramente humano? Eso de que uno diga: «¡Yo soy de Pablo!» o «¡Yo soy de Apolos!», ¿no quiere decir que estáis actuando como seres humanos a secas? Porque, ¿qué son Apolos o Pablo? No son más que siervos que han actuado de intermediarios para que llegarais a creer; y el éxito que tuvo cada uno se lo debió a Dios. Yo fui el que planté; luego vino Apolos a regar; ¡pero fue Dios el que hizo crecer la semilla! Así que, ni el que planta ni el que riega son nada; sino Dios, Que hace crecer la semilla, es el todo. El que planta y el que riega están a un mismo nivel; cada uno recibirá la recompensa conforme a su labor. Nosotros somos compañeros de trabajo al servicio de Dios; y vosotros sois la labranza o el edificio de Dios.
Pablo ha estado hablando de la diferencia que hay entre una persona espiritual (pneumatikós), que es la que puede entender las cosas espirituales, y la que es psyjikós, cuyos intereses y objetivos no van más allá de las cosas materiales y que, por tanto, es incapaz de captar la verdad espiritual. Ahora pasa a acusar a los corintios de seguir en la etapa física, y usa dos palabras para describirlos.
En el versículo 1 los llama sárkinoi. Esta palabra se deriva de sarx, que quiere decir carne y que Pablo usa con frecuencia.
Ahora bien: todos los adjetivos griegos que terminan en -¡nos quieren decir hecho de aquello. Así es que Pablo empieza por decir que los córintios están hechos de carne. Eso no es tan despectivo como la expresión española de «ser un cacho de carne con ojos;» quiere decir que es una persona de carne y hueso, pero que no debe conformarse con vivir a ese nivel. El problema era que los corintios eran, no sólo sárkinoi, sino también sarkikoí, que quiere decir dominados por la carne. Para Pablo la carne es mucho más que una sustancia física; es la naturaleza humana separada de Dios, esa parte de la persona, tanto mental como física, que le ofrece una cabeza de puente al pecado. Así es que el fallo que Pablo les encuentra a los corintios no es que están hechos de carne -eso tienen de común con todo el mundo-, sino que dejan que su naturaleza inferior domine todas sus actitudes y acciones.
¿Qué es lo que hay en su vida y conducta que hace que Pablo les dirija esta reprensión? Son sus partidismos, peleas y grupitos. Esto es sumamente significativo, porque quiere decir que se puede saber cómo está la relación de una persona con Dios viendo su relación con sus semejantes. Si nunca está de acuerdo con nadie, si siempre está peleándose y discutiendo con los demás y creando problemas, puede que asista regularmente a la iglesia y hasta que tenga algún cargo en ella, pero no es un hombre de Dios. Sin embargo, si uno se lleva bien con los demás y sus relaciones con ellos están inspiradas en el amor y la unidad y la concordia, entonces lleva camino de ser un hombre de Dios.
El que ama a Dios tiene que amar también a sus semejantes. Esta fue la verdad que Leigh Hunt tomó de un cuento oriental y plasmó en su famoso poema: Abú Ben Ádjem, -¡crezca para siempre su tribu!-, despertó cierta noche de un buen sueño de paz y vio en la habitación que la luna alumbraba convirtiéndola toda como en un lirio en flor un ángel escribiendo en un libro de oro. Larga vida de paz le había hecho atrevido, y a la extraña figura Abú se dirigió: -Di, ¿qué escribes?- El ángel volvió hacia él los ojos y con una mirada que era toda dulzura respondió: -Son los nombres de los que aman a Dios. , -¿Y está el mío entre ellos?- le preguntó Ben Ádhem. -No está- respondió el ángel. Con menos osadía, pero aún atrevido, Abú dijo: A lo menos, pon mi nombre como uno que ama a sus semejantes. El ángel lo escribió, y desapareció. A la noche siguiente, con deslumbrante luz, volvió el ángel de nuevo, en su libro mostrando los nombres de aquellos bendecidos por Dios, porque Su amor estaba reflejado en sus vida. ¡Y he aquí que el de Ben Ádjem estaba a la cabeza!
Pablo prosigue mostrando la esencial insensatez de ese espíritu partidista. En un huerto, puede que un hombre plante la semilla, y sea otro el que la riegue; pero ninguno de los dos pretende haber sido el que la ha hecho crecer: eso es cosa de Dios.
El que planta y el que riega están al mismo nivel; ninguno puede pretender prioridad sobre el otro; no son más que servidores que han sido compañeros de trabajo al servicio de un Señor: Dios. Dios usa instrumentos humanos para hacer llegar a las personas el Mensaje de Su amor y Su verdad; pero Él es el Único que despierta el corazón humano a una nueva vida. Como lo creó, lo puede re-crear.
El cimiento y los constructores
De acuerdo con la gracia de Dios que se me otorgó a mí, yo eché los cimientos como experto maestro de obras; pero luego son otros los que siguen construyendo encima. Que cada cual se mire bien cómo construye hacia arriba; pero nadie puede echar otro cimiento diferente del que ya se ha echado, que es Jesucristo. Si uno construye sobre ese cimiento con oro, o plata, o piedras preciosas, o madera, o paja, o rastrojo, se verá bien claro el trabajo de cada cual: el Día lo descubrirá, porque se revelará mediante fuego, y el fuego mismo hará la prueba de la clase de trabajo que ha hecho cada uno. Si se. mantiene la obra que erigió uno sobre el fundamento, recibirá su recompensa; pero si se quema, será trabajo perdido, aunque él mismo se salve como el que se libra de una quema.