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1 Corintios 15: El Señor resucitado

Todo el bien que hemos esperado, deseado o soñado existirá; lo elevado que resultó excesivo, lo heroico que se pasó de duro.

En la tierra tenemos «los arcos rotos;» en la vida por venir estará « el círculo completo.»

(iv) El cuerpo presente es un cuerpo material; el futuro será un cuerpo espiritual. Puede que Pablo quisiera decir que aquí no somos más que vasijas e instrumentos imperfectos para el Espíritu; pero en la vida venidera seremos tales que el Espíritu pueda llenarnos perfectamente, como no puede ahora, y el Espíritu nos pueda usar de veras como no Le es posible ahora. Entonces podremos ofrecer a Dios el verdadero culto, el servicio obediente y el perfecto amor que ahora son sólo anhelo y sueño.

La conquista de la muerte

Esto sí quiero deciros, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni puede la corrupción heredar la incorrupción. Fijaos bien en esto, porque os estoy hablando de cosas que sólo pueden entender los iniciados. No todos moriremos; pero todos experimentaremos una transformación en un instante, en un abrir y cerrar de ojo, cuando suene la trompeta final. Al toque de trompeta resucitarán incorruptibles los muertos, y nosotros seremos transformados. Porque esto corruptible debe asumir la incorrupción, y esto mortal debe revestirse de inmortalidad; y entonces será cuando suceda lo que está escrito: «La muerte ha sido absorbida por la victoria.» ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu victoria? ¡Oh muerte! ¿Qué ha sido de tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado depende de la ley. ¡Gracias a Dios, Que nos concede la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! Así que, queridos hermanos, mostraos firmes, inalterables, superándoos siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es nunca inútil en el Señor.

Una vez más debemos recordar que Pablo está tratando de cosas que superan el lenguaje y trascienden la expresión. Debemos leer esto como leeríamos la mejor poesía, y no como si estuviéramos analizando un tratado científico. El argumento sigue una serie de pasos hasta llegar a su clímax.

(i) Pablo insiste en que, tal como somos, no tenemos posibilidad de heredar el Reino de Dios. Puede que estemos bien dotados para enfrentarnos con la vida de este mundo, pero no lo estamos para la vida del mundo venidero. Puede que uno sea capaz de correr lo suficiente para coger el autobús; pero tendría que ser otra persona para participar en la olimpíada. Puede que uno escriba suficientemente bien para divertir a sus amigos; pero tendría que ser otro para merecer el premio Cervantes. Una persona puede que hable bastante bien en su club; pero no podría ni empezar a hablar entre expertos en la materia. Una persona tiene que cambiar para entrar en otro nivel de vida; y Pablo insiste en que tenemos que experimentar una transformación radical para entrar en el Reino de Dios.

(ii) Además supone que ese cambio radical va a tener lugar durante su vida presente. En este punto, si lo entendemos correctamente, Pablo estaba en un error; pero no en que ese cambio tendría lugar cuando volviera Jesucristo.

(iii) De ahí pasa Pablo a proclamar triunfalmente que no hay por qué tener miedo a ese cambio. El temor de la muerte siempre ha atormentado a la gente. Asediaba al doctor Johnson, que era uno de los hombres más grandes y buenos que haya habido jamás. Una vez le dijo Boswell que había habido un tiempo en que él no temía a la muerte. Johnson le contestó « que nunca había tenido ni un solo momento en el que la muerte no le resultara algo terrible.» Una vez, la señora Knowles le dijo que no debería darle horror lo que es la puerta de la vida. Johnson le contestó: «Ningún ser humano racional puede enfrentarse con la muerte sin serias aprensiones.» Declaraba que el miedo a la muerte era tan natural a una persona, que se pasaba toda la vida intentando no pensarlo.

¿De dónde sale el temor a la muerte? En parte, del miedo a lo desconocido. Pero aún más, del sentimiento de pecado. Si creyéramos que nos podíamos encontrar con Dios sin problemas, morir nos parecería, como a Peter Pan, una gran aventura.

Pero, ¿de dónde procede el sentimiento de pecado? Viene del reconocimiento de estar bajo una ley. Mientras no veamos a Dios nada más que en términos de ley de justicia, siempre nos veremos a nosotros mismos como criminales ante el tribunal, sin la menor esperanza de ser declarados inocentes. Pero eso es lo que Jesús vino a abolir. Vino a decirnos que Dios no es ley, sino amor; que no actúa por legalismo, sino por gracia; que vamos al encuentro, no de un juez, sino de un Padre que está esperando que Sus hijos vuelvan a casa. Para eso nos dio Jesús la victoria sobre la muerte, desterrando su temor con la maravilla del amor de Dios.

(iv) Por último, al final del capítulo, Pablo hace algo a lo que nos tiene acostumbrados. De pronto, la teología se convierte en desafío; de pronto, las especulaciones adquieren un carácter intensamente práctico; de pronto, el vuelo del pensamiento pasa a ser una demanda de acción. Termina diciendo: «Si tenéis esa gloriosa perspectiva a la vista, manteneos firmes en la fe y el servicio de Dios; porque, haciéndolo así, todos vuestros esfuerzos no resultarán baldíos.» La vida cristiana no es fácil, pero la meta hace que valga la pena la lucha para llegar. «Para mí está fuera de toda duda que lo que se sufre en este mundo no tiene comparación con la gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros» (Romanos 8:18).

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