J. E. McFadyen, un gran investigador del Antiguo Testamento, dice que esta falta de fe en la inmortalidad del Antiguo Testamento era debida « al poder con que aquellos fieles se aferraban a Dios en este mundo.» Y añade: « Hay pocas cosas más maravillosas que ésta en la larga historia de la religión: durante siglos, la gente vivía vidas de lo más nobles, cumpliendo con sus deberes y soportando sus pruebas sin esperar ninguna recompensa en la vida futura; y lo hacían porque en todas sus idas y venidas estaban muy seguros de Dios.»
Es verdad que en el Antiguo Testamento hay unas pocas, muy pocas, vislumbres de una vida real por venir. Hubo momentos en los que una persona sintió que, si Dios era de veras Dios, tendría que haber algo que le diera la vuelta a los incomprensibles veredictos de este mundo. Así Job clamó: Todavía, conozco a Uno que será mi Campeón al final, que asumirá mi causa en la Tierra.
Este cuerpo mío puede que se deshaga; pero aun entonces mi vida tendrá una visión de Dios (Job 19:25-27 Moffatt).
El sentimiento real de los santos era que aun en esta vida se podía entrar en una relación tan íntima y preciosa con Dios que ni siquiera la muerte podría romperla.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarán mi alma en el Seol, ni permitirás que Tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a Tu diestra para siempre.(Salmo 16:9-11).
Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según Tu consejo, y después me recibirás en gloria. (Salmo 73:23-24).
También es verdad que la esperanza inmortal se desarrolló en Israel. Dos cosas contribuyeron a ese desarrollo:
(a) Israel era el pueblo escogido; y, sin embargo, su historia era una cadena ininterrumpida de desastres. Los israelitas empezaron a creer que se requería otro mundo para deshacer los entuertos de este.
(b) Durante muchos siglos es posible decir que el individuo apenas existía. Dios era el Dios de la nación, y el individuo era una unidad sin importancia. Pero, con él paso de los siglos, la religión se fue haciendo algo más y más personal. Dios llegó a ser, no tanto el Dios de la nación, sino el Amigo de cada persona; y así empezaron a creer de una manera vaga e imprecisa que una vez que una persona conoce a Dios y es conocida de Dios, se ha creado una relación que ni siquiera la muerte podrá romper.
(iii) Cuando volvemos la mirada al mundo griego, tenemos que captar firmemente una cosa que está detrás de todo este capítulo. Los griegos tenían un temor instintivo a la muerte. Eurípides escribió: «Sin embargo los mortales, aquejados de innumerables males, aún aman la vida. Anhelan cada nuevo amanecer, contentos de soportar lo que conocen, antes que la muerte desconocida» (Fragmento 813). Pero en conjunto, los griegos, y la parte del mundo que estaba bajo la influencia del pensamiento griego, creían en la inmortalidad del alma. Pero, para ellos, la inmortalidad del alma suponía la total disolución del cuerpo.
Tenían un refrán: « El cuerpo es una tumba.» «Soy una pobre alma -decía un griego- encarcelada en un cadáver.» « Me dio por inquirir en la eternidad del alma -decía Séneca. ¡No! ¡Por creer en ella! Me rindo a esa gran esperanza.» Pero también decía: «Cuando llegue el día en que haya de deshacerse esta mezcla de divino y humano, aquí, donde lo encontré, dejaré mi cuerpo, y yo me devolveré a los dioses.» Epicteto escribía: «Cuando Dios no suple lo que se necesita, es que está dando el toque de retirada: ha abierto la puerta y te dice: « ¡Ven!» Pero, ¿adónde? A nada terrible, sino allí de donde viniste, a lo que te es querido y próximo, a los elementos. Lo que en ti era fuego, volverá al fuego; tierra, a tierra; agua, a agua.» Séneca habla de las cosas en la muerte «disolviéndose en sus antiguos elementos.» Para Platón « el cuerpo es la antítesis del alma, como la fuente de todas las debilidades se opone a lo que solo es capaz de independencia y bondad.» Donde podemos ver esto mejor es en la fe estoica.
Para los estoicos, Dios era un espíritu de fuego, más puro que nada en la Tierra. Lo que les daba la vida a los seres humanos era la chispa de fuego divino que venía a morar en el cuerpo humano. Cuando moría una persona, su cuerpo sencillamente se disolvía en los elementos de los que estaba compuesto, pero la chispa divina volvía a Dios y era reabsorbida en la divinidad de la que formaba parte.
Para los griegos, la inmortalidad consistía precisamente en desembarazarse del cuerpo. Por eso les resultaba inconcebible la resurrección del cuerpo. La inmortalidad personal no existía realmente, porque lo que les daba la vida a las personas era absorbido otra vez en Dios, la fuente de toda vida.
(iv) El punto de vista de Pablo era completamente diferente. Si empezamos por un hecho inmenso, el resto aparecerá claro. La fe cristiana es que la individualidad sobrevive después de la muerte, que tú seguirás siendo tú, y yo seguiré siendo yo. Junto a esto debemos colocar otro hecho inmenso. Para los griegos, el cuerpo no se podía consagrar. No era más que materia; y, como tal, la fuente de todo mal, la cárcel del alma. Pero para el cristiano, el cuerpo no es malo. Jesús, el Hijo de Dios, asumió un cuerpo humano y, por tanto, no es despreciable, porque Dios lo ha escogido como Su morada. Para el cristiano, por tanto, la vida por venir incluye la totalidad de la persona, cuerpo y alma.
Ahora bien, era fácil malentender y caricaturizar la doctrina de la resurrección del cuerpo. Celso, que vivía hacia el año 220 d.C. y era un furibundo enemigo del Cristianismo, lo hizo sistemáticamente en su tiempo. ¿Cómo es posible que los que han muerto resuciten con sus cuerpos intactos?, preguntaba. «¡Realmente, es la esperanza de los gusanos! Porque, ¿qué alma humana querría volver a un cuerpo que se ha podrido?» Es fácil citar el caso de una persona cuyo cuerpo ha quedado destrozado en un accidente o que ha muerto de cáncer.
Pero Pablo no dijo nunca que hubiéramos de resucitar con el cuerpo que teníamos antes de la muerte. Lo que decía era que tendremos un cuerpo espiritual. Lo que quería decir realmente era que la personalidad de cada hombre y mujer sobreviviría. Es casi imposible concebir la personalidad sin un cuerpo, porque es a través de un cuerpo como se expresa la personalidad. Lo que Pablo está defendiendo es que el individuo permanece después de la muerte. Él no había heredado el desprecio griego del cuerpo, sino que creía en la resurrección de la persona total. Él seguiría siendo el mismo; sobreviviría como persona. Eso era lo que Pablo quería decir con la resurrección del cuerpo. Todo lo del cuerpo y del alma que sea necesario para constituir una persona humana sobrevivirá; pero, al mismo tiempo, todas las cosas serán nuevas, y el cuerpo y el espíritu serán ambos muy distintos de las cosas terrenales, porque ambos serán divinos.