Así llega Pablo a la conclusión. Deja bien claro que no tiene ningún interés en anular el don de nadie; lo único que le mueve de veras es el deseo del buen orden de la iglesia. La gran regla que establece en efecto es que uno ha recibido de Dios cualesquiera dones que posea, no para su propio provecho exclusivamente, sino para el de toda la iglesia. Cuando una persona puede decir: « ¡Gracias a Dios! ¡A El sea la gloria!», entonces y sólo entonces usará sus dones como Dios manda en la iglesia y fuera de ella.
La resurrección de Jesús y la nuestra
1 Corintios 15 es, al mismo tiempo, uno de los capítulos más grandes y de los más difíciles del Nuevo Testamento. No sólo es difícil en sí, sino que ha transferido al credo una frase que muchas personas encuentran difícil afirmar; porque es de este capítulo del que sacamos principalmente la idea de la resurrección del cuerpo. Este capítulo nos resultará menos difícil si lo estudiamos en su trasfondo, y hasta esa frase problemática nos será fácil de comprender y aceptable cuando nos demos cuenta de lo que Pablo quería decir. Así que, antes de estudiar el capítulo, hay ciertas cosas que haremos bien en tener en mente.
(i) Es sumamente importante recordar que los corintios no negaban la Resurrección de Jesucristo, sino la resurrección del cuerpo; y que en lo que Pablo insistía era en que, si se negaba la resurrección del cuerpo, se negaba también la Resurrección de Jesucristo, y por tanto se vaciaba el Evangelio de su verdad y la vida cristiana de su realidad.
(ii) En todas las primeras iglesias cristianas debe de haber habido dos trasfondos; porque habría en todas judíos y griegos. En primer lugar, consideremos el trasfondo judío. Hasta entonces, los saduceos negaban taxativamente que hubiera ninguna vida después de la muerte. Había, por tanto, una línea del pensamiento judío que negaba tanto la inmortalidad del alma como la resurrección del cuerpo (Hechos 23:8). En el Antiguo Testamento hay muy poco que respalde la esperanza en nada que pueda llamarse la vida después de la muerte. Según la fe general del Antiguo Testamento, todas las personas sin distinción van al Seol cuando se mueren. El Seol, a veces erróneamente traducido por infierno, era una tierra sombría debajo de ésta, en la que los muertos « vivían» una existencia sombría, sin fuerza, sin luz, separados por igual de Dios y de la humanidad. El Antiguo Testamento está lleno de este lúgubre y macabro pesimismo en relación con lo que pueda haber después de la muerte.
Porque en la muerte no hay memoria de Ti; en el Seol, ¿quién Te alabará? (Salmo 6:5).
¿Qué provecho hay en mi muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará Tu verdad? (Salmo 30:9).
¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro Tu misericordia, o Tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas Tus maravillas, y Tu justicia en la tierra del olvido? (Salmo 88:10-12).
No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio (Salmo 115:17).
Porque el Seol no Te exaltará, ni Te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán Tu verdad. (Isaías 38:18).
Déjame, y tomaré fuerzas, ‹ antes que vaya y perezca. (Salmo 39:13).
Aún hay esperanza para aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas, porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia ni sabiduría. (Eclesiastés 9:4, 5, 10).
¿Quién alabará al Altísimo en la tumba? (Eclesiástico 17:27).
Los muertos que están en la tumba, cuyo aliento ha sido tomado de su cuerpo, no darán al Señor ni gloria ni integridad. (Baruc 2:17).