1 Corintios 14: El falso culto y el verdadero

Los versículos 24 y 25 dan un resumen gráfico de lo que sucede cuando se proclama inteligentemente la verdad de Dios.

(i) Declara a las personas culpables de pecado. Ven lo que son, y quedan horrorizadas. Alcibíades, el niño bonito de Atenas, era amigo de Sócrates, y a veces le decía: « Sócrates, te odia porque siempre que me encuentro contigo me haces verme tal como soy.» «Venid -dijo a sus paisanos la Samaritana- a ver a un Hombre que me ha dicho todo lo que había en mi vida» (Juan 4:29). Lo primero que hace el Mensaje de Dios por una persona es hacer que se dé cuenta de que es pecadora.

(ii) Trae a la persona a juicio. Se da cuenta de que ha de responder de cómo ha vivido. Puede que hasta entonces haya vivido sin pensar en las consecuencias. Puede que haya seguido los impulsos de cada día, disfrutando del placer. Pero ahora se da cuenta de que hay un final para todo, y allí está Dios.

(iii) Le muestra a cada persona los secretos de su corazón. Lo último que queremos arrostrar es nuestro propio corazón. Como dice el proverbio: « No hay peor ciego que el que no quiere ver.» El Evangelio le obliga a uno a asumir la vergonzosa y humillante experiencia de darse la cara a sí mismo.

(iv) Hace caer de rodillas ante Dios. La Salvación empieza cuando una persona cae de rodillas en la presencia de Dios. La entrada a esa presencia es tan baja que no podemos entrar más que de rodillas. Cuando una persona se ha encarado consigo misma y con Dios, lo único que puede hacer es caer de rodillas y orar: «Dios, sé propicio a este pecador que soy yo.» La prueba de cualquier acto de culto es : « ¿Hace que nos sintamos en la presencia de Dios?» Joseph Twitchell cuenta que fue a ver a Horace Bushnell cuando este era ya un anciano. Por la noche, Bushnell se le llevó a dar un paseo por la colina.

Cuando iban paseando en la oscuridad, Bushnell dijo de pronto: «Arrodillémonos para orar.» Y así lo hicieron. Twitchell, contándolo después, decía: « A mí me daba miedo extender el brazo en la oscuridad en caso de que tocara a Dios.» Cuando nos sentimos tan cerca de Dios como para eso, hemos participado real y verdaderamente en un acto de culto.

Consejos prácticos

¿Qué es lo que se deduce de todo esto, hermanos? Pues que siempre que os reunáis, que cada uno contribuya, o un salmo, o una enseñanza, o un mensaje directo de Dios, o una lengua, o una interpretación; pero que todo se haga para la edificación espiritual de la congregación. Si hablan en lenguas uno, o dos, o tres a lo más, que lo hagan por turno y con uno que interprete. Si no hay en la reunión nadie que pueda interpretar, que el que tenga el mensaje en lenguas guarde silencio en la congregación, y que hable con Dios cuando esté solo. Que dos o tres proclamadores de la verdad tomen parte, dejando cada uno que los otros ejerzan el don del discernimiento. Si uno que está sentado cree haber recibido un mensaje especial, que el que esté hablando le ceda el uso de la palabra, para que podáis proclamar la verdad cada uno cuando le corresponda, y todos puedan aprender y recibir estímulo; porque los espíritus de los que proclaman la verdad están bajo el control de los que tienen este don. Dios no es un Dios de desorden, sino de paz, como vemos en todas las congregaciones de los que Le están consagrados.

Pablo se aproxima al final de esta sección con algunos consejos muy prácticos. Está decidido a que a todos los que tengan algún don se les conceda la oportunidad de ejercerlo; pero está igualmente decidido a que los cultos no se conviertan en una competición desordenada. Sólo dos o tres deben practicar el don de lenguas, y aun eso sólo cuando esté disponible algún intérprete. Entre los que tengan el don de proclamar la verdad, de nuevo dos o tres serán los únicos que puedan hacerlo en cada ocasión; y si hay alguien en la congregación que tiene la convicción de haber recibido un mensaje especial, que el que esté hablando le ceda la palabra. Podrá hacerlo perfectamente, y no tendrá por qué decir que está bajo la inspiración y no puede detenerse; porque un predicador siempre debe ser capaz de controlar su espíritu. Debe haber libertad, pero no debe haber desorden. Hay que dar culto en paz al Dios de la paz.

Esta es la sección más interesante de toda la carta, porque arroja un raudal de luz que nos permite saber cómo eran los cultos de la Iglesia Primitiva. Está claro que había una gran libertad y no poca improvisación. De este pasaje surgen dos cuestiones importantes.

(i) Está claro que en la Iglesia Primitiva no había un ministerio profesional. Es verdad que los apóstoles descollaban con una autoridad especial; pero hasta entonces no había un ministerio profesional local. Se recibía a todos los que tuvieran un don que fuera de utilidad a la congregación. ¿Ha acertado la iglesia o no en eso de establecer un ministerio profesional? Está claro que es esencial en nuestra época, tan ajetreada, en la que la gente se preocupa tanto de las cosas materiales, el que se aparte a alguien para que viva cerca de Dios y les traiga a sus compañeros la verdad, y la dirección, y el consuelo que Dios le dé. Pero existe el peligro obvio de que, cuando una persona llega a ser un predicador profesional, se encuentre a veces en la situación de tener que decir algo cuando realmente no tiene nada que decir. Sea como sea, debería seguir siendo verdad que si una persona tiene un mensaje para sus semejantes, ni reglas ni normas eclesiásticas le impidan darlo. Es un error pensar que el ministerio profesional es el único que puede transmitir la verdad de Dios.

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