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1 Corintios 14: El falso culto y el verdadero

(iii) Consiste en proclamar la verdad. En la Iglesia Primitiva, la primera predicación que se hacía en una comunidad era la directa proclamación de los hechos del Evangelio. Hay cosas que no se pueden discutir. «Háblame de tus certezas -decía Goethe-, que para dudas ya tengo yo bastantes.»

Comoquiera que terminemos, es bueno empezar con los hechos de Cristo.

(iv) Pasa a la enseñanza. Se llega a un momento en que uno tiene que preguntar: «¿Qué quiere decir todo eso?» Sencillamente porque somos criaturas pensantes, la religión implica teología. Y puede que la fe de muchas personas se derrumbe, y la lealtad de muchas personas se enfríe, porque no se han pensado las cosas hasta sus últimas consecuencias.

De todo este pasaje surgen dos principios generales en relación con el culto cristiano.

(i) El culto no debe ser nunca egoísta. Todo lo que se hace en él debe hacerse para el bien de todos. Ninguna persona, ya sea que lo esté dirigiendo o que esté participando en él, tiene ningún derecho a seguir sus propias preferencias personales. Debe buscar el bien de toda la congregación. La prueba definitiva de cualquier parte del culto es: «¿Puede esto serle de ayuda a alguien?» Y no: « ¿Servirá esto para desplegar mis dones particulares?» Es: «¿Acercará esto más a cada uno de todos los que están aquí a los demás y a Dios?»

(ii) El culto debe ser inteligible. Las cosas más importantes son las más sencillas; el lenguaje más noble es esencialmente el más sencillo. A fin de cuentas, sólo lo que satisface mi inteligencia puede confortarme el corazón, y sólo lo que puede captar mi inteligencia puede aportarle fuerza a mi vida.

Los efectos del culto falso y del verdadero

Hermanos, no os quedéis en una etapa infantil de vuestro desarrollo. Es verdad que debéis ser como niños inocentes en lo que se refiere al mal, pero en el juicio debéis ser mayores de edad. Está escrito en la Ley: «Por medio de gente de lengua extranjera y con un idioma de forasteros hablaré a este pueblo, y ni aun así me escucharán, dice el Señor.» Así que ya veis que las lenguas están diseñadas como señal para descubrir, no a los creyentes, sino a los incrédulos.

Ahora bien: figuraos que toda la congregación cristiana se reúne, y que todos se ponen a hablar en lenguas; y suponed que entran algunas personas sencillas o paganas: ¿no dirán que estáis locos de remate? Pero figuraos que todos estáis proclamando la verdad, y que entra algún pagano o alguna persona sencilla: todos le harán reconocer su pecado, y todos le harán sentir el juicio de Dios; los secretos de su corazón saldrán a la luz, así que, cayendo rostro a tierra adorará a Dios, y dirá a todo el mundo que no cabe duda de que Dios está entre vosotros.

Pablo sigue tratando de la cuestión del hablar en lenguas. Empieza con un toque de atención a los corintios para que no se queden en la infancia. La pasión y el excesivo aprecio del don de lenguas eran una especie de ostentación infantil.

Pablo entonces trae a colación una referencia del Antiguo Testamento. Ya hemos visto cómo la exégesis rabínica -y Pablo había recibido la educación de un rabino- podía encontrar en el Antiguo Testamento sentidos ocultos que no estaban implicados en el original. Se refiere a lsaías 28:9-12. Dios, por medio de Su profeta, está haciéndole una advertencia al pueblo. Isaías les ha predicado en su propia lengua hebrea, y no han prestado atención. Por culpa de su desobediencia, vendrán los asirios y los conquistarán y ocuparán sus ciudades; y entonces tendrán que escuchar una lengua que no podrán entender. Tendrán que escuchar las lenguas extranjeras de sus conquistadores, que hablarán de cosas ininteligibles; y ni siquiera esa terrible experiencia hará que el pueblo incrédulo se vuelva a Dios. Así es que Pablo saca en conclusión que las lenguas estaban diseñadas como señal para un pueblo duro de corazón e incrédulo; pero serían, por último, ineficaces.

De ahí pasa a un razonamiento muy práctico. Si un forastero o una persona sencilla entrara en un culto en el que todos estaban lanzando un raudal de sonidos ininteligibles, pensaría que aquello era un manicomio. Pero, si la verdad de Dios se estuviera proclamando sobria e inteligentemente, el resultado sería muy diferente: se sentiría confrontado con su propio pecado y el juicio de Dios.

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